Por Tracy L. Barnett y Hernán Vilchez
Producción de Andrés Juajibioy en Sibundoy y Endémica Studios en Bogotá
Asesoría académica por Álvaro Sepúlveda de la Sociedad Colombiana de Etnobiología
Esta historia comienza la serie transmedia “Cosmovisión y pandemia: lo que podemos aprender de las respuestas indígenas a la actual crisis de salud”, producida con el apoyo del Centro Pulitzer de Informes de Crisis, The One Foundation y SGE. Episodio I: El cuerpo como territorio comienza la serie con tres historias de tres comunidades indígenas diferentes de Colombia. Para obtener más información sobre esta serie, consulte cosmopandemic.esperanzaproject.com.
Desde el momento en que el pueblo Kamëntšá Biyá del Valle de Sibundoy en Colombia se enteró por primera vez de la pandemia de Covid-19, supo cuál sería su respuesta. Primero, cerrar su territorio ancestral a cualquier visitante externo. Al hacerlo, física, simbólica y espiritualmente, también sellarían sus cuerpos al invasor viral.
Para los Kamëntšá, como suele ocurrir en la mayor parte de los pueblos originarios del continente, la separación entre el cuerpo y el territorio que habitan es una contradicción. La interconexión de la tierra, el agua, el aire, los seres vivos, entidades humanas y no humanas, es intrincada y profunda, y de acuerdo a su particular manera de entender el mundo, no se puede curar sin antes reconocer esta relación reintegradora.
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“El territorio es el que permite la vida. Entonces, si el mismo está mal conservado, va a ser difícil preservarla y protegerla en el futuro,” asegura el Taita Angel Pasuy Miticanoy, arquitecto, especialista en ordenamiento territorial y líder Kamëntšá. “Si el territorio está bien, vamos a poder cultivar plantas nutritivas que nos ayuden a fortalecer nuestro organismo como cuerpo, como personas y como miembros de una comunidad y de ese lugar.”
Para Pasuy, es una relación recíproca y sinérgica, y actúa en ambos sentidos: al curar el cuerpo humano, también se cura al territorio — y al conocer, cuidar y organizar el entorno, también se proporciona bienestar a los individuos y las comunidades que allí viven.
Los Kamëntšá, que moran desde tiempos inmemoriales en una de las puertas de entrada a la Amazonía colombiana, están lejos de ser los únicos en sostener este paradigma de vida. Desde los Misak en la cordillera andina del Cauca, hasta los Arhuaco de la Sierra Nevada de Santa Marta en el caribe colombiano, el cuerpo humano es un territorio sagrado, propio y conectado con el cosmos, cuya salud está indisolublemente ligada a la de los paisajes que habitan y caminan.
El conocimiento que aún se practica en estas culturas milenarias, hoy surge como clave para ayudarnos a explicar la actual pandemia, prevenir inminentes crisis y prepararnos para transitar futuras incertidumbres.
Comenzamos esta experiencia intercultural en tres comunidades originarias emblemáticas de Colombia, a través de sendas miradas originarias: un periodista y dos realizadores audiovisuales, quienes nos adentrarán en relatos vivos de resistencia y resiliencia comunitaria.
Al igual que la mayoría de los pueblos originarios del continente americano, los Kamëntšá Biyá y sus vecinos, los Inga, han sufrido un progresivo despojo a lo largo de cinco siglos de invasión, hasta quedar con solo el 20 por ciento de sus tierras ancestrales.
Los dos pueblos habitan desde tiempos inmemoriales en el valle de Sibundoy, una vasta área del Alto Putumayo; un corredor biocultural del piedemonte amazónico que conecta los Andes con la Amazonía colombiana.
Recién en los últimos años, a partir de la amenaza de una carretera multimodal que podría abrir sus montañas y ríos sagrados a una multitud de megaproyectos extractivistas de imprevisibles consecuencias, están estableciendo las bases para una larga batalla legal que por fin pareciera mostrar avances positivos.
El Taita Angel Pasuy Miticanoy, arquitecto, especialista en ordenamiento territorial y líder Kamëntšá, es uno de los principales planificadores territoriales para las dos comunidades, y junto con otros, han logrado impulsar un cambio fundamental en la gestión de sus tierras ancestrales, comenzando con un proceso de reconocimiento territorial que llegó a la titulación de 84,000 hectáreas distribuidas en seis resguardos indígenas que ya pertenecen oficialmente a los pueblos Kamëntšá e Inga.
Eso le permite a él y a sus colegas, trazar un mapa de su derecho territorial y gestionarlo de acuerdo con su propia cosmovisión, a través de un proceso que refleja una mirada distinta del uso de la tierra, que está relacionada integralmente con su visión de salud comunitaria.
Según Pasuy, “Para la cultura occidental, el territorio se entiende como algo exclusivamente físico — un cúmulo de objetos a los cuales se les saca provecho en la lógica extractivista del capitalismo. En cambio para nuestros mayores, el territorio es una unidad, es integral; una casa donde se recrea y se vuelve el ciclo natural y vital de eso tan importante que es la vida, también en su compartir con los objetos inanimados.”
Las montañas, los ríos, los valles, la biodiversidad en su conjunto, son considerados por los observadores occidentales como simples recursos naturales. Pero para los Kamëntšá, Tabanók, como conocen a su lugar de origen, tiene su propio significado espiritual, y cada uno de estos elementos y actores cuenta con una función específica y simbiótica en el territorio.
“Si afectamos algo tan primordial como es el agua — si removemos la tierra, si le extraemos lo más preciado, lo que mantiene el equilibrio energético, el oro que está enterrado — entonces se generan desequilibrios. Los mayores dicen siempre, cuando usted afecta a la Tierra, algún castigo tiene que llegar. Entonces, las enfermedades son precisamente las respuestas de Ella.”
Por eso, para Pasuy y los pueblos a los que representa, la gestión territorial es una tarea sagrada, que implica no sólo una dimensión física, sino también espiritual. El territorio alberga una red de simbologías y significados que emergen en los Sitios Sagrados, los lugares que los antepasados identificaron como de especial importancia y por lo general, dónde surgen las fuentes de agua en las montañas. Deben identificarse, demarcarse y recibir protección especial. Puntos en el terreno que dibujan el inicio de una red hidrológica que es fuente de los grandes ríos que conforman la cuenca amazónica.
Parajes que dan vida a una diversidad única de plantas nativas con propiedades medicinales invaluables; verdaderas boticas a cielo abierto que pueden ayudar a toda la comunidad y a otros pueblos a mantener la salud, e incluso combatir calamidades como el Covid-19.
El reconocimiento gubernamental de los derechos territoriales mediante la ampliación y constitución de los resguardos, finalizado en 2016, es un gran avance, pero dista de ser una garantía de que la tierra será definitivamente protegida. Proyectos de infraestructura vial, mineros, represas hidroeléctricas y masivos emprendimientos agroindustriales a mediana y gran escala continúan amenazando la región, siendo una vía denominada como la Variante San Francisco – Mocoa, la iniciativa foránea más preocupante para los Kamëntšá.
Una carretera fundamental para el acuerdo comercial internacional conocido como la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Sudamericana, o IIRSA, el corredor multimodal se inició cinco años antes de que se formalizara el reconocimiento territorial a las comunidades, y tiene proyectado conectar el Atlántico con el Pacífico, desde Tumaco en Colombia, hasta Belém do Pará, en Brasil. Esta vía atravesaría el corazón del piedemonte amazónico y por ende el Valle del Sibundoy, causando impactos socioecológicos de incalculables proporciones.
“Mientras que una ruta transitable es fundamental para la región, el alcance del proyecto va mucho más allá de lo que se necesita”, explica Pasuy, “amenazando la integridad del territorio, a sus comunidades y su capacidad para mantenerse saludables”.
De hecho, los mayores de estos pueblos milenarios creen que este tipo de actividades inconsultas y destructivas, son las que han provocado el cambio climático y otras crisis como la actual emergencia de salud pública.
Paradójicamente, la gravedad de la actual pandemia ha propiciado que los Kamëntšá y muchas otras comunidades originarias de Sudamérica hayan reactivado sus prácticas médicas tradicionales, en peligro de perderse por el progresivo proceso de aculturación regional. Ello ocurrió en parte debido a la precariedad de los sistemas de salud pública locales, pero también a la probada efectividad que los remedios ancestrales han tenido en todas las epidemias de las que se tenga memoria en el Valle.
Para Pasuy, “Se ha dado la oportunidad de volver a nuestra medicina tradicional, y poder documentar y rescatar plantas medicinales que se habían olvidado.” Esas plantas fueron un aspecto fundamental de la respuesta de su comunidad, permitiendo que los médicos tradicionales ayuden tanto a prevenir y tratar de forma efectiva algo tan desconocido como el Covid-19. “Me parece muy interesante que los cuerpos tratados con plantas medicinales, nos consta, han respondido mejor que con los tratamientos de la medicina occidental.”
El regreso a las plantas y las tradiciones curativas con el inicio de la pandemia es una tendencia que se ha visto en toda la región; una vuelta de emergencia a las farmacopeas patrimoniales que se han ido desarrollado a lo largo de los siglos, aprovechando la experiencia de epidemias anteriores como la viruela y el sarampión.
Como declara la sanadora y autoridad tradicional Kamëntšá, Mama Emerenciana Chicunque, “Toca utilizar todo lo que tenemos, lo que somos y nuestra propia medicina… tratando de evitar primero antes de que llegue esa enfermedad para no acudir a los hospitales.”
Dany Mahecha, una experimentada antropóloga colombiana especializada en sistemas tradicionales de salud indígena, se impresionó al ver la rápida reacción en los comienzos de la pandemia, de las comunidades amazónicas con las cuales trabaja desde hace años.
“La gente sacó su acervo de conocimientos y los juntó: malva, jengibre, cúrcuma que se utilizan allá cotidianamente, pero a eso le sumaron el eucalipto,” recuerda Mahecha. “Todo el mundo empezó a usar eucalipto y con una clara dimensión de que eso podía prevenirles la enfermedad. Entonces tomaban infusiones, pero también hacían vaporizaciones de eucalipto. Y bueno, yo creo que todo eso ayudó.
“Ahí hay una cosa que me parece relevante: Lo que la gente dice es que nuestra medicina (occidental) no cura. Alivia, pero no cura. Que el origen de las enfermedades se cura con el conocimiento que ellos tienen.”
Las urgencias presentadas por la pandemia también sirvieron para reactivar otra práctica clave en los territorios: la agricultura de subsistencia. Una herencia fundamental de los primeros pueblos de estas tierras, que hoy nutre conceptos tan actuales como la soberanía alimentaria y la resiliencia en tiempos de crisis, y que se suma al uso de las plantas medicinales por esta diversidad biológica y cultural de los entornos comunitarios ancestrales.
El elemento que la sostiene, es similar en las diversas comunidades de Latinoamérica: la chagra, la milpa, o para los Kamëntšá, el jajañ, y significa mucho más que un simple campo de maíz o un huerto comunitario; representa un complejo ecosistema integral y la a manifestación sagrada de la relación entre la Madre Tierra y sus habitantes.
Edgar Chicunque, artesano y líder comunitario Kamëntšá, compara el contraste entre el jajañ y una granja de monocultivo agroindustrial, a las diferencias entre el pensamiento originario y el occidental.
“En el jajañ, van a encontrar que incluso la hierba que estamos pisando puede utilizarse para hacer remedios que nos ayuden a solventar esta enfermedad que estamos viviendo. Pero si vamos a un monocultivo, a una siembra de frijol, qué va a encontrar? Solo frijol. No va a encontrar otra planta que le vaya a ayudar. Y además utilizan herbicidas para ello…”
Se debe cultivar el pensamiento con el mismo cuidado que uno trabaja la tierra, explica Chicunque: con la atención plena de la integridad del todo y la conexión con la Madre Tierra siempre presente.
“Por eso es oportuno que en todos los pueblos indígenas y no indígenas también se empiece a cultivar desde nuestro pensamiento, desde la integralidad del jajañ y de la palabra. No podemos desligar las dos cosas. Jajañ y palabra tienen que ser encarnados. Y allí es donde vamos a encontrar realmente esa cura: de estar nosotros unidos a la Madre Tierra.”
Estas son las oportunidades que también detectan científicos como Rodrigo Botero, experto en zootecnia y desarrollo territorial sostenible, y director por 10 años de Parques Nacionales de Colombia. “…hay que empezar a entrar, a medir efectivamente esa relación de conceptos de salud integral del territorio. Porque si seguimos viendo de manera aislada a las poblaciones humanas de los ecosistemas en donde habitan y se desarrollan, habremos perdido de vista las lecciones que podemos aprender de esta crisis humanitaria”.
Para Botero, “Grandes áreas habitadas por pueblos indígenas han ido perdiendo sus ecosistemas, formas y costumbres, debido a procesos crecientes de densificación de población, con una pérdida de las tradiciones y saberes alimentarios. Esto ha propiciado una altísima vulnerabilidad a grandes grupos poblacionales, con las consiguientes pérdidas culturales y territoriales, y altos niveles de mortalidad y morbilidad por el Covid.”
Volviendo a la esencia
Esta línea es la que Pasuy retoma en su argumentación: “El fin último de todos estos tratamientos de nuestra medicina tradicional, es poder curar el territorio, y por ende el cuerpo”, explica Pasuy. “Re-equilibrar todas las desarmonías que han sucedido en contra de la Madre Tierra, es devolvernos a la esencia.”
Muchas de las claves de estos procedimientos organizativos surgen en ceremonias tradicionales de yagé o ayahuasca; “el remedio”, como se llama en el Valle a esta antigua decocción de plantas nativas psicoactivas de las florestas amazónicas.
“Se han hecho rituales permanentes de toma de medicina de yagé”, enfatiza Pasuy, “precisamente para armonizar a través de la planta sagrada, todo el equilibrio con la Madre Naturaleza”.
La conclusión de este académico y líder indígena, un verdadero puente entre formas de entender el mundo, es la urgente necesidad de “…lograr el equilibrio entre la gente, la naturaleza y nuestros espíritus. Eso es fundamental en la medida en que va a generar prevención frente a las enfermedades y a los posibles desequilibrios comunitarios. Poder tener una mente muy sana para poder enfrentar todas las afecciones.”
Pasuy se entusiasma al afirmar: “En el territorio, estamos más directamente relacionados con nuestras familias, con nuestros mayores, con nuestra misma comunidad. Eso nos genera confianza para capear la enfermedad en el contexto de nuestra propia medicina tradicional, en la medida en que sabemos que ha beneficiado a muchas personas que afortunadamente se han curado. Y eso que se obtiene con medicina tradicional, no necesariamente sucede en las ciudades.”
Lo más importante para Pasuy es lo que dicen los mayores: “En esta época de incertidumbre, en este tiempo de miedo, las personas volvieron a resignificar y darle importancia a la medicina y a la forma de vida tradicional como sostenes para la vida. A veces por los cambios, se les quita importancia, pero en estos momentos difíciles de la historia nuestra, han logrado que volvamos a revalorar de manera especial, cada uno de nuestros conocimientos tradicionales que aún conservamos.”
Kamëntsá Biyá Sociedad Etnobotánica de Colombia Taita Angel Pasuy Miticanoy