Por Tracy L. Barnett y Hernán Vilchez
con producción de Arles Porras y Diana Mery Jembuel Morales
Apoyo académico de Álvaro Sepúlveda de la Sociedad Colombiana de Etnobiología
Esta historia es la Parte 2 de la serie transmedia “Cosmovisión y ¨Pandemia: lo que podemos aprender de las respuestas indígenas a la crisis de salud actual”, producida con el apoyo del Centro Pulitzer de Informes de Crisis, The One Foundation y SGE. Episodio I: El cuerpo como territorio comienza la serie con tres historias de tres comunidades indígenas diferentes de Colombia. Para obtener más información sobre esta serie, consulte cosmopandemic.com.
El Covid-19 llegó a Bogotá en avión desde Italia el 7 de marzo. Al llegar la noticia al remoto resguardo indígena andino de Guambía, en el departamento del Cauca, el Pueblo Misak ya estaba listo. Los sueños y otras señales naturales habían alertado a sus mayores de que algo fuerte se avecinaba.
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Sus médicos tradicionales habían trabajado por generaciones para mantener viva la medicina ancestral que iba a ser su resguardo inevitable. Es así que lo milenario se equilibraría por fin con lo moderno, así como lo físico entraría en armonía con lo espiritual. Porque para los Misak, el equilibrio y la armonía son las medicinas más importantes.
Tan solo diez días después, los Misak ya habían organizado una respuesta integral. Como cuenta el gobernador tradicional en dicho momento, Tata Álvaro Morales Tombé cuenta, los 50 médicos tradicionales más reconocidos de la comarca se reunieron para decidir qué hacer ante la inminente crisis. Acosados por los recuerdos de devastadoras epidemias que se remontan desde la conquista, pasando por la Gripe Española de 1918 y hasta la última en 1945, lanzaron una acción colectiva y diversa para intentar controlar el virus.
Primero se realizó la defensa espiritual. Sabedores y sanadoras trabajaron día y noche desde las cimas de los cerros, sahumando los lagos sagrados con sus hierbas, enviando a las alturas el humo de inciensos naturales, elaborados para limpiar el aire y la energía. Invocaron a sus deidades y a sus antepasados caídos, trabajando veinticuatro horas al día.
Las autoridades tradicionales también respondieron rápida e intensamente, trabajando doble turno en las radios comunitarias para dar a conocer los nuevos protocolos: los que estaba implementando el gobierno — distanciamiento, lavado de manos, máscaras — pero también los propios, que se pusieron en marcha de inmediato.
En los primeros meses de la pandemia, cuando un visitante se acercaba a un punto de entrada a la comunidad Misak, pasaba por siete controles. Los que ingresaban al resguardo debían limpiarse los pies en una bandeja de piedra caliza blanca. Lavarse las manos con jabones desinfectantes elaborados con sus propias hierbas medicinales.
Finalmente, se debían someter a un ritual de “armonización” con un sahumerio confeccionado con una mezcla de hierbas de clima frío de las comunidades de altura y plantas de clima cálido que reciben de sus vecinos en las tierras bajas, con quienes intercambian diversas especies y saberes desde hace siglos. Si el viajero tenía síntomas, se le pedía que se hiciera una prueba PCR o antígeno de Covid y de ser positivo, que se aislara durante 15 días.
Como testimonio de la efectividad de su sistema, detalla Morales, “en los primeros siete meses no hubo una sola infección”. A finales de noviembre, sólo se había registrado una muerte relacionada con Covid en el municipio de Silvia, donde está ubicado el resguardo de Guambía. Pero como ocurrió en toda Latinoamérica y casi todo el mundo, por razones económicas y de agotamiento de la población, los controles se fueron retirando paulatinamente y, a mediados de mayo de 2021, el número de muertos había aumentado a 15, en una población total de 38,000.
El nivel de contagio fue alto, pero según Rodrigo Tombé, secretario de salud de dicha jurisdicción, hubo pocos muertos debido a que muchas familias se quedaron en sus casas, tratándose de forma preventiva con plantas medicinales de la zona. Efectivamente la estadística respalda sus dichos: Silvia tiene casi un tercio de la mortalidad por población respecto a la ciudad más cercana, Popayán: 3.9 contra 11.1 muertos por cada 10,000 personas, respectivamente. El récord mundial lo tiene Hungría, con 30.
Por lo tanto, aunque aún no hay estudios que lo puedan comprobar, Tombé y muchos otros creen que la medicina tradicional salvó incontables vidas, particularmente durante los dos primeros picos de la pandemia, en septiembre de 2020 y febrero de 2021. “Para la cantidad de personas infectadas, creeríamos que los decesos hubieran podido ser muchos más,” asevera Tombé. “Pero haciendo esa comparación técnica, realmente no tenemos esa alta mortalidad.”
En este sentido, Mama Ascensión Velasco Montano, coordinadora de salud pública del hospital local Mama Dominga, coincide en que la reacción comunitaria al Covid-19 ha contribuido a revalorizar la medicina tradicional y reincorporarla en la atención primaria de la salud.
“Mucha gente dice que esta pandemia ha traído algo positivo… como reclamar nuestra identidad”, asegura. “Nos ha hecho por fin retomar seriamente el uso de nuestras plantas medicinales”.
Mama Ascensión recuerda que al comienzo de la pandemia, los funcionarios de salud estaban muy preocupados de que la enfermedad colapsara la capacidad del pequeño Hospital Mama Dominga. Gracias al sustento intercultural de su diseño adaptado a las necesidades locales, la campaña de salud pública transmitida por estaciones de radio comunitarias de toda la región enfatizó el uso de las plantas tradicionales en los hogares, lo cual llevó a la gente a responder de manera organizada y efectiva.
Pronto se comenzaron a ver los humos por toda Silvia, mientras cada casa encendía sus sahumerios, quemando plantas como pinos, eucaliptos, cedros y laureles. La gente también preparaba baños de hierbas, tés y tinturas de jengibre, ajo y plantas nativas para estimular el sistema inmunológico. Solo los pocos que cayeron más gravemente enfermos fueron llevados al hospital; la mayoría de las personas se recuperaron en casa, gracias a la farmacopea nativa y al acceso a medicamentos de farmacia.
Para Diana Mery Jembuel Morales, periodista social y cultural Misak, “Hay una comunicación y relación constante entre las dos medicinas, para cuidar la vida de las personas que aquí vivimos”.
Además de la medicina de las plantas, la dimensión espiritual ha sido clave para la prevención, enfatiza Jembuel. Desde el comienzo de sus tiempos, los Misak se han basado en los sueños para buscar orientación en la vida. Ahora, en medio de esta crisis, la mayor en mucho tiempo, asegura que esta forma de predicción es más importante que nunca.
“Desde mi experiencia personal con el Covid, creo que debemos cuidarnos con las plantas medicinales y con los sueños; con los llamados que nos hacen nuestros espíritus a través del cuerpo”, explica Diana. “Hay que saber equilibrar eso. Y si llegara a pasar algo en mi familia será porque yo mismo, como persona, como ser humano, me he desequilibrado y me he olvidado de las enseñanzas que me han dado los abuelos y las abuelas de mi familia.”
Cuando la médica tradicional Mama Adriana Velasco — o “caminante de la medicina ancestral”, como ella se presenta — ve el nuevo coronavirus en sus sueños, ve un ser triste pero aterrador. A veces está viejo, cansado y ansioso, con la cara cubierta de quistes con pus. A veces está enojado; ya ha tenido suficiente de que los humanos le falten el respeto a la vida. Es la naturaleza que se defiende, dice, y ha venido a restablecer el equilibrio en el planeta.
“Yo lo he sentido y visto más que todo como un ser espiritual que ha acumulado toda esa negatividad que los seres humanos hemos arrojado, así como cuando uno siempre está echandole al río los desechos”, cuenta Mama Adriana, como la conocen en su comunidad. “Está ofendido, viene bravo en defensa de la espiritualidad y de la consciencia colectiva, pero también quiere transmitirnos esta idea: Si a ustedes no les interesa la vida, tampoco al Covid le interesa la humanidad.”
A lo largo de estos meses, Mama Adriana ha utilizado de todo para lidiar con la enfermedad, desde jengibre y eucalipto, hasta pino y sauce, ruda, laurel y cedrón, muy efectivos para fortalecer el sistema inmunológico y tratar los síntomas, a través de infusiones, tinturas e inciensos. La combinación de estas plantas con polvo de ajo en los sahumerios, para llenar las casas de humo, tienen el objetivo no solo de purificar el aire, sino también de estimular el proceso de limpieza física y espiritual del paciente y su hogar.
Un día, ella misma llegó a su casa con síntomas e inmediatamente se trató con ceremonia de tabaco y mascando hoja de coca, y tomando fuertes infusiones de limón y comiendo ají. Fue afortunada en controlarlo rápidamente, recuerda, y a partir de ello emuló su tratamiento con los miembros de la comunidad Misak de Bogotá, donde ayudó a armonizar y sanar a muchos de sus hermanos. “Es necesario hacerles una limpieza espiritual y darles los remedios, para que lo espiritual se conecte con lo físico”.
Esta lucha por ese equilibrio se produce en todos los niveles de la sociedad Misak, no solo en la salud. Los enfoques tradicionales para el control de enfermedades hacen balance con las medidas de salud pública occidentales. Las viejas formas deben complementarse con las nuevas en la vida social como individual, así como el aspecto masculino busca alinearse con el femenino en la rica cosmología de este pueblo.
El equilibrio que conforma su origen mítico, surge de la dualidad masculina-femenina de las lagunas sagradas hembra (Ñimpé) y macho (Piendamó), que dan génesis al Pueblo Misak, los hijos del agua, vástagos de la palabra y los sueños. Esta polaridad está presente en su forma de vestir; el azul de sus ponchos evoca a una serenidad, cruzada por un bordado fucsia que representa la sangre derramada al defender el territorio.
En tiempos de pandemia, el descontento de la comunidad ante las crisis recurrentes también les ha llevado a expresar sus reclamos ancestrales en acciones emblemáticas como derribar en septiembre de 2020 el monumento al conquistador Sebastián de Belalcázar, en el Morro de Tulcán en Popayán, capital del departamento del Cauca; unirse a la masiva Minga Indígena de octubre del mismo año en Bogotá; y al reciente derribo en la capital del país de la estatua de otro adelantado español, Gonzalo Jiménez de Quesada, fundador de la ciudad, en el marco de las protestas contra la reforma tributaria y de salud del presidente Iván Duque.
Además de recordarles muchas de sus medicinas tradicionales, la pandemia también les ha mostrado a los Misak algo más, cuenta el ex gobernador Morales. Sus mayores siempre les relataron cómo era su sociedad antes de la conquista, con su economía comunitaria, su propia atención médica, su lengua milenaria única — y sin enfermedades graves como la actual epidemia.
“Y así como estamos peleando para que el Covid no entre a nuestro territorio, también luchamos por tanto daño que se nos ha hecho”, puntualiza Morales.
En el momento de la llegada de Belalcázar en 1536, se estima que había alrededor de 80,000 Misak. Cuando se completó la conquista, solo quedaban 78. Y cada vez que iban a Popayán, la capital del departamento, el brutal recordatorio de bronce les saludaba desde el caballo.
“Cómo es posible que en nuestro país, en nuestro departamento, en nuestro Cauca, tengamos a alguien alabando al que casi acaba con nuestro pueblo?” se pregunta Morales. “Cómo es posible que el sistema colombiano tenga por ídolos, por monumentos a los peores asesinos del mundo?”
Belalcázar había llegado a representar la misma cosmovisión que ha traído consigo las epidemias de la conquista y la pandemia de hoy; una forma de pensar que es la antítesis del equilibrio que intentan mantener como pueblo.
“Se pensó que Sebastián tenía que irse del territorio junto con la pandemia, para que después no vengan más enfermedades de fuera”, revela Morales. “Y así nos organizamos, con tapabocas y bien desinfectados, y salimos a la marcha, para por fin poder recuperar nuestra autoridad. Porque ahora ya no somos 78. Ahora somos más de 27,000.”
bioseguridad indígena Cosmovisión y Pandemia El cuerpo como territorio Misak