“Hoy comencemos una nueva década, una en la que finalmente hagamos las paces con la naturaleza y aseguremos un futuro mejor para todos”, declaró António Gutteres, Secretario General de la ONU, el 5 de junio durante el evento virtual de apertura de la Década para la Restauración de Ecosistemas. Con la degradación ambiental que ya afecta a casi la mitad de la humanidad, y con cada organismo científico importante declarando que los próximos 10 años son críticos para enfrentar la crisis climática, la urgencia de restaurar la salud de nuestros paisajes nunca ha sido mayor. Después de haber trabajado profesionalmente como planificador de restauración ecológica en mi estado natal de Nuevo México durante 13 años, me senté ansiosamente al borde de mi asiento para aprender de mi comunidad global de práctica.
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Aprendimos de restauración en todo el mundo que involucraron esfuerzos comunitarios masivos, como la iniciativa del millón de árboles en Pakistán y el ambicioso proyecto llamado El Gran Muro Verde de África (Great Green Wall of Africa). Considerada como la “estructura” viviente más grande del mundo hecha por humanos, se nos dice que este muro ecológico contendrá las dunas de arena del Sahara y apoyará los medios de vida locales. Aunque contener el desierto del Sahara con cualquier muro parece cuestionable, o que construir otro muro, incluso el tipo verde, parece lo último que debemos hacer los humanos, al menos hay un mandato claro de que la restauración tiene que colaborar y apoyar a las comunidades indígenas.
Varias semanas después del evento de la ONU, en 21 de junio, la Dra. Robin Kimmerer, la conocida ecologista y descendiente de los indios Potawatomi, ofreció una perspectiva más profunda sobre este mandato de trabajar con las comunidades indígenas durante la charla plenaria de apertura de la 9a Conferencia Mundial de la Sociedad de Restauración Ecológica: “Esta idea de curación mutua, de culturas y tierra, es la práctica bajo la idea realmente grande de cómo promulgamos la justicia de la tierra. Justicia para los seres más que humanos, justicia para las personas que tan a menudo son desposeídas de sus países de origen, para devolver a las personas y sus prácticas a la tierra como parte de esa sagrada responsabilidad moral de cuidar la tierra “. El aspecto más desafiante y crucial de mi propio trabajo de restauración es revitalizar estas prácticas culturales y relaciones con la tierra.
La mención de “cultura”, sin embargo, estuvo sorprendentemente ausente en el evento televisado de la ONU. Esta omisión evidente, se volvió ridículamente cegadora al final durante un video musical de estreno mundial de Ty Dolla y Don Diablo llamado “Too Much to Ask” (demasiado para preguntar) diseñado para apelar a la #generación restauración. Nada de lo que voy a explicar se proporcionó al espectador. El video musical contenía imágenes panorámicas de alta calidad tomadas por drones que mostraban a cientos de personas Maasai en Kenia, esparcidas por cientos de acres de tierra roja yerma, construyendo estructuras en forma de media luna llamadas bunds, de unos 15 pies de largo con palas, azadas y mucho sudor.
Gracias a este trabajo comunitario que dio forma a la tierra, evitando que el agua y la tierra fértil fuera arrastrados después de una tormenta, la tierra estéril se cubrió de vegetación. Es importante destacar que este evento comunitario es una de muchas prácticas culturales antiguas en África para recolectar agua de lluvia, promover el crecimiento de las plantas y cuidar la tierra. Apenas hubo un pío sobre las prácticas culturales en la tierra durante el evento de ONU, pero ¡estaba en todo el video musical! Existe una tendencia a describir el trabajo de restauración como una ‘nueva relación’ con la naturaleza, basada en una ciencia ‘muy joven’, pero en realidad, es una relación antigua con la tierra, una ciencia comunitaria antigua, aunque tal vez uno olvidado.
Estimulado por la crisis climática, ejemplos de esta antigua relación entre tierra y humano están apareciendo por todas partes. Justo debajo de las montañas que perforan las nubes que rodean Lima, Perú, un centenar de comunidades están removiendo 500 años de barro y roca que han llenado una red de zanjas de piedra construidas durante la civilización inca, abandonadas después de la llegada de los españoles. Esta red de antiguo zanjas, conocida como amuna en quechua, fueron diseñado para recolectar y guardar agua de lluvia bajo la tierra para que el agua estuviera disponible durante los períodos secos. Con el renacimiento de solo 10 millas de la amuna, una pequeña parte de la infraestructura existente, las comunidades cercanas ya están viendo más agua fluyendo de sus pozos domésticos independientemente del clima cambiante. Desde que se revivieron estas antiguas infraestructuras culturales, se plantan más cultivos y más familias pueden mantener una buena higiene durante la pandemia.
A lo largo de la costa noroeste de América del Norte, desde Alaska hasta el estado de Washington, varios investigadores, académicos y administradores de recursos naturales se han asociado con las comunidades de las Primeras Naciones de Canadá para aprender cómo cultivar almejas de manera sostenible utilizando una antigua técnica de jardinería oceánica. Estos jardines de almejas, que las comunidades de las Primeras Naciones construyeron y administraron durante más de cinco mil años, involucran la construcción de terrazas rocosas a lo largo de la costa cuando el océano está en marea baja. No es sorprendente que una gran cantidad de estudios científicos hayan demostrado que estos jardines del mar si funcionan, mostrando un crecimiento de varias especies de almejas entre 151% y un 300%. En una época en la que las pesquerías y la producción de mariscos se desploman en todo el mundo, estos jardines antiguos del mar se destacan como estrella brillante, arrojando luz sobre la importancia de integrar la historia y la cultura cuando se trata de cultivar alimentos del océano. Otro ejemplo asombroso del cultivo por la orilla del océano proviene de Hawai, donde la aplicación de antiguas prácticas indígenas de manejo de tierras en la Reserva Nacional de Investigación Estuarina de He’eia ha demostrado recientemente que no solo aumenta la comida tanto para las personas como para los animales, sino que también ha traído aves playeras en peligro de extinción que hasta los ancianos nunca han visto antes.
También está el ejemplo del fuego indígena, que con razón ha recibido mucha prensa recientemente. El fuego indígena, en ocasiones llamado fuego cultural, es una de las prácticas de gestión de la tierra más antiguas y comunes en casi todos los continentes. Sin embargo, solo cuando se enfrentan a la amenaza de mega incendios en hoy día, las agencias de manejo forestal por fin quieren escuchar y aprender de los pueblos indígenas. Cada bosque en la tierra vulnerable a incendios catastróficos en lo actual puede rastrear su fecha de inicio cuando la colonización desposeyó a los pueblos originales de la tierra. “Somos afortunados aquí”, dice Marianne Ignace, quien ha estado reviviendo las prácticas de fuego cultural en su territorio tradicional de la Nación Secwepemc en Columbia Británica, “que parte de ese conocimiento [del fuego cultural] todavía existe en las generaciones mayores, aunque ha sido socavado y proscrito durante más de cien años “. Estos incendios culturales han traído de vuelta plantas importantes que la comunidad indígena no se veía desde que se proscribió su cultura. Todo esto ocurre muy cerca a donde se encontraron recientemente enterrados los restos de 215 niños junto a la escuela residencial de indios de Kamloops. Los horrores y el dolor del genocidio, y la belleza y la resistencia de la cultura, ocurriendo en la misma lugar, nos recuerdan cuán conectado está todo: restaurando la justicia, la curación del pueblo y la tierra.
Otro ejemplo proviene del estado estadunidense donde vivo: Nuevo México. A medida que las temperaturas más altas derriten la nieve de la montaña más temprano que se acostumbraba, las aguas nutritivas pasan por las tierras de cultivo antes de que el campesino lo haya plantado. En consecuencia, las agencias federales de gestión de tierras están en conversaciones ahora con organizaciones agrícolas locales para construir micro presas o mini reservorios para capturar esta agua en las montañas para cuando la agricultura esté lista. Resulta que esta misma idea y concepto fue practicado en real por las comunidades indígenas, llamado Pueblos, de Nuevo México durante milenio. Construyeron estructuras de recolección de agua y jardines antiguos con rocas y tierra locales en casi todos los lugares donde se podía recolectar agua en el desierto, “invitando a la lluvia a quedarse”, como dijo un investigador. A través del poder del pueblo, las comunidades Pueblo crearon humedales en el desierto e incluso cultivaron plantas como el algodón en lugares que los expertos de hoy enfáticamente dicen que serían imposible.
Cuando agrupan estos ejemplos de resurgimiento cultural, restauración de tierras y sanación comunitaria, nos muestra que la restauración no se trata tanto de “finalmente hacer las paces con la naturaleza”, sino de finalmente hacer las paces con nuestro pasado cultural. Como diría mi mentor, vivimos en una época en la que “todo lo viejo es de nuevo otra vez”.
El llamado global para sanar las heridas de la tierra es un momento poderoso de reconocimiento cultural para todos. Como explicó el Dr. Kimmerer, cada persona es indígena de algún lugar y cada lugar es la patria cultural de alguien. Especialmente para las comunidades indígenas de los continentes de África, Asia y las Américas, a quienes durante generaciones se les ha negado el lugar que les corresponde en la mesa de la humanidad, es un momento de reconciliación y orgullo, donde sus prácticas culturales son reconocidas como un medio para curar una tierra herida y un pueblo herido. Como dijo el joven poeta Jordan Sánchez durante la conferencia de la ONU, “la resiliencia, nos apoyamos en nuestros propios pies, te lo digo, reimaginar el futuro nunca ha tenido un sabor tan rico… La promesa de la restauración vive dentro de nosotros”. Eso sí es la pura verdad.
Este artículo fue publicado originalmente en Resilience.org
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