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Ecobarrios cambian vidas cambiando vecindarios
Construyendo una cultura de sustentabilidad — estilo Arcoiris
By Tracy L. Barnett Posted in Activismo, Educación alternativa, Proyecto Esperanza, Sustentabilidad on 13 junio, 2021 0 Comments
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Traducción por Ángel Cereceda

Es difícil creer que han pasado once años desde que conocí a los coloridos personajes que conformaban la Caravana Arcoíris de la Paz y el Consejo de Visiones: Guardianes de la Tierra. Y ha pasado casi una década desde que la caravana regresó de su gira de 13 años por América Latina y se zambulló de cabeza en los barrios marginales del área de Coyoacán de la Ciudad de México.

Esta historia, que se publicó por primera vez en The Esperanza Project el 12 de octubre de 2012, fue seleccionada para el próximo libro Ecobarrios en América Latina: Alternativas comunitarias para la transición hacia la sustentabilidad urbana. Alberto Ruz Buenfil, Beatriz Arjona Bernal y COOPIA, eds. (México / Colombia: CASA Latina, 2021).

Se había perdido en los caprichos de Internet cuando el sitio fue hackeado en 2013. Pero la invitación a contribuir con el libro fue la motivación que necesitábamos para resucitarlo y volver a publicarlo en nuestro sitio web, junto con las fotografías del fotógrafo de la Ciudad de México Daniel González y una servidora. La historia y el evento son tan relevantes hoy como lo fueron entonces, y Clorofila, Alberto, Verónica, Arnold, Noelle y muchos otros miembros de Organi-K y la Caravana Arcoíris de la Paz continúan cambiando vidas y vecindarios en todo México y más allá. De hecho, Alberto Ruz acaba de publicar un nuevo libro, El Correo de los Cuatro Vientos: Ecos de Tlatelolco, pero hablaremos sobre eso más adelante. Por ahora, inspiración de la compañía Ecobarrios en la Ciudad de México.

Antonio Sánchez Gramiño siempre ha sido una de esas personas que mueven la cabeza y se ríen cuando escucha a las personas hablar sobre cambiar el mundo. No es que no le importe; siempre ha tenido una mentalidad ecologista. Le molesta ver personas gastando agua y generando basura y piensa que todo ello es una causa perdida. “Antes, les llamé pendejos”, me dijo con una sonrisa. “Ahora, yo soy uno de esos pendejos”.

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Antonio, un funcionario de gobierno retirado, vivía en la delegación Coyoacán, al sudeste de la Ciudad de México, donde activistas locales trabajaron con el gobierno de la ciudad en un programa de tres años para convertir sus vecindarios en ecobarrios, barrios sustentables ecológicamente. Él estaba caminando con su perro en el Parque Ecológico de Huayamilpas cuando se encontró con Clorofila, una de las educadoras ambientales de Organi-K, que realizaba una presentación de ecotecnologías, un conjunto de simples y sencillos dispositivos, como una bicicleta generadora de energía para uso de aparatos de cocina, calentadores solares para agua de ducha, filtros de agua de carbón activado y baños productores de composta.

Los artefactos llamaron su atención, pero lo que más le atrajo fue la pasión que observó, no solo en Clorofila – también conocida como la educadora de ecobarrios Anaí Martínez – sino en sus demás compañeros activistas. “Soy mayor, suficiente para ser su padre – incluso, tal vez, su abuelo. Pero yo quiero ser como ella”, se dijo a sí mismo.

Toño, como le gusta que le llamen, fue uno más de los 300 residentes locales que se autoeligieron para participar en un programa de formación para convertirse en promotores de ecobarrios. La mayor parte de ellos dijeron que el programa había cambiado sus barrios y también sus vidas.

El futuro del programa fue incierto, ya que el gobierno que los patrocinó estaba      llegando al final de su mandato, y con él, la financiación del grupo había     llegado a su fin.

Lanzada en el 2010 como una iniciativa de Laura Esquivel, la célebre autora de la novela Como agua para chocolate y entonces Directora General de Cultura en Coyoacán, el programa Ecobarrios dio hogar temporal a la banda itinerante de educadores ambientales, artistas, actores y magos conocida como la Caravana Arcoíris por la Paz, junto con Organi-Kun grupo de permacultores y educadores del programa Eco-Gaia y expertos en tecnologías alternativas del Distrito Federal.

Conocí a este grupo en enero de 2010, justo cuando la Caravana había regresado de un viaje de 13 años por las Américas, compartiendo experiencias para la sustentabilidad en zonas de guerra y favelas, remotos pueblos indígenas y atestados barrios urbanos marginales desde México hasta la Patagonia. Apenas habían aterrizado de vuelta al punto de partida, la ecoaldea de Huehuecóyotl, cuando el caravanista Alberto Ruz fue contactado por Laura Esquivel. Ella lo invitó a poner las lecciones de la Caravana en práctica con jóvenes en situación de riesgo en algunos de los barrios periféricos de Coyoacán – una tarea que Ruz y sus amigos abrazaron con la misma pasión y creatividad que los había llevado a todos ellos a emprender el camino hasta Tierra del Fuego.

Su trabajo consistía en llegar a algunos de los barrios más pobres de la delegación, mucho más allá del muy bien conservado centro colonial exclusivo de Coyoacán, a los extensos suburbios de clase trabajadora, donde miles de personas se encuentran inmersos en una lucha diaria por la supervivencia. Su objetivo era nada menos que volver a conectar a los habitantes de esta jungla urbana con sus raíces nativas y con el corazón vibrante de la Tierra debajo de sus pies. De maneras muy diversas, su programa obtuvo bastantes éxitos.

“Es una dignificación para las personas que se encuentran en una situación crítica, desprovistas de preparación”, explicó Victoria Martínez, una mujer octogenaria y muy animada que estaba sentada tranquilamente entre un grupo de recién graduados como promotores de ecobarrios (su hija María entre ellos). Trabajaban juntos para redactar una carta apasionada al nuevo gobierno de la ciudad, explicando el valor del proyecto y pidiendo apoyo para continuarlo. “En los talleres aprendimos a darle vida a los desechos – y son muchos – en formas que demuestran ser muy creativas e imaginativas, ayudándonos a desarrollarnos artísticamente”.

Abajo, en el área de exhibición de fotografía, los rostros de Victoria y María se encontraban en una foto enmarcada, rodeadas de exuberantes plantas verdes que crecen en uno de esos nichos de agricultura urbana, creados por los grupos de promotores en esta zona de cemento manchada por el grafiti y en medio de una maleza irregular.

Fabricar artículos útiles de desechos reciclados brinda una enseñanza importante para los jóvenes igual que los adultos – además de ser divertido. (Daniel González)

Durante sus casi tres años de trabajo, el grupo coordinador del proyecto ha llevado a cabo amplios programas en diez diferentes barrios de Coyoacán, realizando en cada barrio cuatro sesiones de entrenamiento de fin de semana con cientos de niños de edad escolar y con más de 300 adultos que son ahora educadores ambientales y organizadores de sus comunidades.

Ahora el grupo estaba     terminando este ciclo de trabajo, y una vez más preguntándose ¿qué les deparará el futuro?

Cerraron este ciclo con una serie de actividades culturales durante la primera semana de septiembre para celebrar casi tres años de construcción de una cultura sustentable – o geocultura, como la llama Verónica Sacta – en algunos de los barrios más pobres de la Ciudad de México.

Durante el programa de tres años, llevaron su demostración itinerante de ecotecnologías a más de 13 sitios diferentes de la delegación, y crearon dos prototipos de jardines comunitarios en dos Casas de la Cultura, con todos los complementos para la captura, almacenamiento y reutilización del agua de lluvia; diferentes sistemas organopónicos, de hidroponía, techos verdes y jardines verticales; centros de separación de residuos sólidos, compostaje, y mucho más. En ambos sitios, los promotores planean seguir desarrollando cursos prácticos para la enseñanza de los diferentes sistemas de agricultura orgánica urbana.

“Pero todas estas actividades son tan sólo lo que ocurre en la superficie”, nos dice una de las líderes del programa Ecobarrios, Verónica Sacta Campos. “El objetivo subyacente es mucho más profundo”.

“Estamos tratando de alguna manera de traer y transferir esta energía de la Madre Tierra y manifestarla en la acción, contribuyendo a exteriorizar su abundancia, pero de una manera que sea recíproca y respetuosa”, dijo. “Estamos tratando de crear un círculo en el que haya espacio para todos, un espacio de confianza en el que cada uno pueda manifestar su voz – en la que todos crezcamos juntos, como individuos, como grupo y como movimiento”.

Ese espacio de confianza era justo lo que Diana Estrada, de 18 años de edad, necesitaba para pasar de ser una angustiada adolescente a una entusiasta activista.

“Para mí fue como un giro de 360 grados”, me dice Diana, cuyos padres la enviaron a tomar el curso para distraerla. “Yo no estaba preocupada por la ecología… No tenía la menor idea de que iba a acabar enamorándome de este proyecto“.

Ella se sorprendió al aprender que sus propios hábitos estaban teniendo un impacto en el planeta – el hecho de que el Unicel (espuma de polietileno, con muchos otros nombres como Duracel o Styrofoam) necesita tanto tiempo para desintegrarse, por ejemplo. “Para caminar hasta la esquina y comprar una taza de atole o café y para que este vaso esté aquí durante 500 años… No, no, no.” Ahora Diana es una líder en su barrio y está ayudando a desarrollar uno de los centros de demostración.

Para Rachel Aldana Martínez, una joven bióloga de Los Tuxtlas, Veracruz, la conservación ha sido una fuerza fundamental por muchos años, pero hasta ahora, no ha sido capaz de construir una organización ambientalista cohesionada en su estado natal. El programa Ecobarrios le ha dado las herramientas para construir esa organización. También le está dando algo más profundo: “la comprensión de nuestra conexión espiritual con la Tierra”, algo que ella cree que va a motivar a la gente en la comunidad de Los Tuxtlas, que esencialmente son personas muy espirituales.

“Esto es lo que me he dado cuenta: tenemos que volver a enfocarnos en la cuestión ancestral, en recordar que todos somos parte de una unidad y que estamos conectados a la Tierra. Este es el ingrediente espiritual: el saber que en realidad somos parte de, que pertenecemos, que estamos en equilibrio juntos; que no estamos separados, y que pertenecemos a la Tierra. A esa ignorancia se debe esta destrucción que realizamos todos, sin comprenderlo. Y así he llegado a esta conclusión.”

Mientras Rachel compartía sus planes para su regreso a Los Tuxtlas conmigo, los tambores africanos de Titi Gless y Zambomba empezaban a hacer temblar las vigas del auditorio. Como me iba dando cuenta a lo largo de la mañana, el grupo de Ecobarrios había programado toda una semana plena de muy diversas actividades. La educación ambiental combinada con la música, la danza, el teatro, el arte, la poesía y el diálogo. Sobre el escenario, un grupo de teatro y de bailarines y percusionistas con vestuarios amazónicos creó un ambiente salvaje, para inducir y acompañar a encontrar su camino a una mujer, vestida de perlas, tacones y telas doradas, hacia un estilo de vida más profundo y mucho más significativo.

“La Tierra es nuestra madre, debemos cuidarla” (Foto por Tracy L. Barnett)

Arriba, en otro de los pisos de la Casa de la Cultura, se llevaba a cabo un taller de compostaje con lombrices de tierra y otro sobre la construcción de chinampas urbanas, una adaptación moderna de un antiguo método agrícola azteca. En el foro había una discusión sobre energía solar, mientras que a lo largo del corredor, pequeños agricultores y productores vendían quesos artesanales, nueces de macadamia orgánicas, billeteras elaboradas con bolsas recicladas, exquisitas artesanías indígenas adornadas con chaquira y muchas cosas más. En otro espacio, una artista estaba explicando cómo utiliza las botellas antiguas para crear coloridas obras de arte, y Clorofila estaba dando a un grupo de escolares un recorrido a través de la exposición de ecotecnias, explicando las alternativas al inodoro moderno, una conveniencia moderna responsable de la contaminación de miles de millones de galones de agua fresca diariamente.

“Así que cuando tu le jalas al escusado, todo lo que hay en la taza se abre paso desde aquí hasta el mar, y los peces nadando en medio de todo ello”, ella explicaba, mientras los niños observaban y escuchaban, entre fascinados y horrorizados. “Suena muy fuerte, ya lo sé – y realmente lo es. ¡Imagínense! Todos los peces y tiburones se lo están comiendo ahorita. ¡Y ellos no tienen la culpa!”

(Foto por Tracy L. Barnett)

Como parte del decorado del escenario relucía una sinuosa, iridiscente serpiente representando a un Quetzalcóatl pos-moderno, hecho a partir de CD´s y DVD´s desechados. Por encima, plantas medicinales brotaban en guantes de hule desechados que colgaban de las vigas de acero. Dondequiera que mirabas, los desechos fueron reutilizados en el arte: televisores, radiadores, viejas bolsas de patatas fritas y latas de refrescos.

Esta interrelación dinámica entre la cultura y ecología es un arte que este grupo de la Caravana perfeccionó en sus viajes por todo el continente y, especialmente, durante cuatro años recorriendo docenas de Puntos de Cultura, un programa en Brasil del Ministerio de la Cultura bajo la dirección en su momento del ministro Gilberto Gil. Los caravaneros tenían la esperanza de hacer algo similar aquí en México pero se encontraron con una dura realidad: la burocracia mexicana se movió tan lentamente que se tardó un año entero para comenzar a financiar un programa. El segundo año, el financiamiento fue tan escaso, que apenas fue suficiente para cubrir los costos.

Todo el primer año del programa, el equipo de 13 personas trabajó en forma voluntaria por completo, los propios coordinadores invirtieron miles de dólares de su propio dinero para los materiales y el transporte, tanto de los instructores como de los futuros promotores, con la esperanza de que les fuera eventualmente devuelto. Así que tuvieron que improvisar, y fue en ese proceso que surgió la idea de desarrollar un programa de entrenamiento para crear entrenadores en los propios barrios.

“No contábamos con casi nada de dinero”, me confía Ruz. “Así que fuimos evolucionando el proyecto hasta que surgió la idea de formar promotores de ecobarrios: formar personas para que ellas hagan sus propios proyectos. Ofrecerles herramientas teóricas, prácticas y vivenciales, y darles pistas para que ellos puedan autoorganizarse y hacer cambios profundos en su vida personal, familiar y social”.

Foto por Tracy L. Barnett

Construir el programa de la nada fue uno de los retos más difíciles que el grupo había enfrentado hasta entonces. “El desconocimiento del concepto de una cultura sustentable iba desde la misma Laura Esquivel hasta todo el resto de la gente de la Dirección de Cultura y de la Delegación. A pesar de su entusiasmo y su apoyo incondicional, Laura, así como su sucesora Alejandra Pérez Reguera, tampoco tenían antecedentes de un programa que uniera ambos conceptos en la Ciudad de México”, me dice Ruz. “Ni las mismas gentes de la Secretaría del Medio Ambiente de aquí de Coyoacán tenían ningún precedente de un programa como éste, ni en esta delegación ni en el resto de la ciudad – un programa que fuera al mismo tiempo cultural y de educación ambiental. Nunca se había realizado en el DF, ni en el resto del país”.

“En un principio nos topamos con un montón de sospechas”, añadió      Alberto. Uno de los retos es que los programas patrocinados por el gobierno de México por lo general giran en torno a reparticiones gratuitas de algún tipo de objetos o servicios. “Entonces cuando se dieron cuenta que nosotros no llegamos para repartirles cosas se preguntaron, ¿y quiénes son estos locos?”

Para empeorar las cosas, el Partido Verde en México ha estado relacionado con todo tipo de corrupciones durante muchos años, una realidad que ha manchado a todas las diferentes políticas ecológicas, lo que genera aún más desconfianza con respecto a un público ya de por sí muy escéptico. Estos fueron solo algunos de los factores que tuvieron que superarse.

Verónica tomó el reto de ser la tejedora del equipo: “Me tocó cuidar de este delicado tejido, que es el de mantener las relaciones entre el proyecto y la comunidad, y también entre el proyecto y las instituciones, para ver y apoyar las alianzas que se pueden hacer”, reflexionó esta hermosa indígena ecuatoriana que ahora vive en México con su compañero. “Por eso me fui dando cuenta que era como cuidar la belleza de este corazón, con la mayor sutileza, con la mayor amorosidad, con la mayor transparencia y sinceridad posibles”.

Foto por Tracy L. Barnett

Ahora el éxito del programa Ecobarrios se está haciendo evidente a través de las diversas iniciativas que algunos de los grupos de promotores están poniendo en marcha por su cuenta, como el grupo del barrio de Santo Domingo, que solicitó una beca y consiguió financiación para un premiado proyecto multifacético de reciclaje, composta y reutilización de los residuos en su barrio. Otro grupo en Xochimilco está trabajando en la curación alternativa y ha creado un techo verde para el cultivo de plantas medicinales que se están utilizando para producir remedios naturales.

“Pero los cambios más profundos son los que no son visibles”, afirma Alberto, convencido. “Cuando cambias a una persona, esta puede cambiar a muchas otras personas”.

El podría haber estado hablando de cualquiera de los 300 activistas recién formados, pero el que se acercó a mí mientras me preparaba para partir fue Hernán Juárez. Acababa de expresar un apasionado agradecimiento durante la Mesa Redonda de la clausura del Foro de Ecobarrios, asegurando a los oradores que su vida había cambiado para siempre. Mientras se dirigía a la puerta, me vio y me preguntó si podía compartir su historia conmigo.

“Yo vengo de la oscuridad, y no quiero regresar a ella”, me dijo. Hernán se crió en uno de los barrios más desesperanzados de la Ciudad de México y se había juntado con gente muy mala. Había terminado con un serio problema por las drogas. Un día, alguien le dio una planta. Aprendió a cuidar de ella, y luego a replantar sus semillas.

“Una memoria antigua empezó a resurgir en mí”, recuerda. Se encontró plantando más y más semillas, y luego trabajando codo a codo con el grupo de Ecobarrios. “Sentí que por fin había encontrado a mi manada”, me confiesa.

“Ahora mi razón de ser es compartir todas las cosas que he aprendido: cómo plantar una azotea verde, criar conejos, patos y abejas, todas estas cosas que tenemos que hacer para construir nuestra soberanía alimentaria y prepararnos para los embates de hambruna que se nos acercan cada vez más. Yo estaba muy lastimado en el fondo de mi ser… pero vi que la Madre Tierra, así como nos da para alimentarnos, nos da para sanarnos, y es por ello que ahora tenemos que movernos y organizarnos para protegerla”.

La Semana Cultural de Ecobarrios se llevó a cabo el 4 – 8 de septiembre del 2012. Los integrantes de Organi-K y de la Caravana Arcoiris de la Paz siguen cambiando vidas y barrios a lo largo del país y más allá.

Tracy L. Barnett

Alberto Ruz Buenfil Ecoaldeas ecobarrios Ecovillage Movement


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