Ixtepec, Oaxaca – Es de mañana, apenas y los rayos del sol han salido y en el Centro Agroecológico y Cultural Santa Cruz , un espacio independiente ubicado en el Barrio Zapata en Ixtepec, Oaxaca ya hay movimiento de niñas y niños ansiosos de aprender a elaborar abono, sembrar y cuidar el medio ambiente a través de talleres prácticos.
Impulsado por Juan Rodriguez – histólogo y conocedor de la agricultura tradicional – y Jesús Hernández Velásquez, sociólogo y profesor jubilado, decidieron echar andar este proyecto que busca crear conciencia ambiental y ecológica, pero también recuperar la soberanía alimentaria que se ha ido perdiendo en el campo oaxaqueño.
“Lo que queremos es que los niños conozcan cómo cuidar el suelo, y para eso hacemos una práctica de sanación de los suelos, porque ha estado contaminado con el uso de pesticidas y demás cosas, entonces lo que hacemos es una desintoxicación, para después sembrar y compartir, acá se viene a compartir es la gran enseñanza de este taller”, explicó Juan Rodriguez, quien se considera aprendiz de la agroecología.
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El Centro Agroecológico y Cultural Santa Cruz, además de la recuperación y revalorización de la cultura tradicional, también impulsa la cocina tradicional a través de platillos típicos zapotecas y emplea la recuperación de elementos culturales locales, es decir dejar huella de la música tradicional en los menores de edad.
“Quisimos compartir nuestros saberes a las niñas y niños y ha sido fabuloso, ya tuvimos a la primera y segunda etapa y vimos cómo aprendieron a elaborar su propia composta, a cuidar las plantas que tienen en su casa y lo mejor a sembrar, esto es una enseñanza para la vida y estamos agradecidos con los padres que traigan a sus hijos y los acompañen a esta aventura”, contó el profesor Jesús.
Entre plática y plática realizan un recorrido por el espacio, el cual fue acondicionado para poder mostrar las fases y etapas que consiste la elaboración del abono orgánico, y también de la agricultura y lo mejor a cuidar el medio ambiente.
Con hojas secas, piedras diminutas, estiércol, melaza, bokashi, y microorganismos comienza la elaboración de la composta. Todos estos elementos los seleccionan cuidadosamente del Centro Agroecológico, que desde hace una década nació para contribuir con la soberanía alimentaria.
Dos de las prácticas ancestrales que revive este taller para niñas y niños es el tequio, o trabajo colectivo para el bien de la comunidad, y la Comunalidad – prácticas para sanar y fortalecer los vínculos de la comunidad – porque desde que ingresan, cada uno realiza actividades, por ejemplo, hay quienes recogen las hojas, otros la tierra, buscan las piedritas y se reúnen todo para ir creando su composta.
Una vez elaborada la composta, comienza a sembrar semillas para su cultivo, en su mayoría son hortalizas, por ejemplo chile, pepino, zanahoria, rábanos, lechugas, entre otros.
Por donde mires hay algo que aprender, además de cultivos tradicionales como el maíz y la calabaza, también les enseñan a cuidar el Planeta Tierra.
La idea fue que las niñas y niños además de obtener estos conocimientos, también aprendieran a compartir, y eso se ha logrado con las dos primeras generaciones de niñas y niños, lo que cosecharon, lo consumieron y lo compartieron, eso nos da una muestra, de que en su adultez, estos menores llevan un conocimiento de cuidar a la naturaleza, agregaron.
Los padres de familia también hacen una labor importante, previo a empezar el taller se comparte el desayuno, desde comida tradicional hasta bebidas, y todos disfrutan, ahora sí “con barriga llena, hay corazón contento”.
Hemos aprendido a cuidar más nuestro entorno
Ivana y Alexa tienen 13 años de edad y las dos han aprendido a cultivar y cuidar sus plantas.
Con su carretilla recorren el sitio y recogen tierra con la pala. Esa tierra la van a trabajar como abono para echárselo a las plantas y así den los frutos deseados.
Las dos adolescentes fueron alumnas de la segunda generación, pero siguen asistiendo al taller, enseñan las buenas prácticas a los nuevos menores que asisten todos los sábados de 9 a 12 horas.
“Acá me enseñaron a sembrar, a realizar abono, a cuidar las plantas, a tratarlas, pero lo mejor, me permitieron ser yo misma, y eso me hace muy feliz, porque tomo mis decisiones y además cuido al planeta, que es nuestro hogar”, expresó Ivana.
También dijeron que aprendieron a comer otros alimentos como nopal crudo e higo, e invitaron a otros niños a que se unan a los cursos, porque además de aprender es una buena terapia.
Además de estos talleres, los fines de semana, como parte de la soberanía alimentaria, elaboran caldo de gallina que se cría orgánicamente, además de impulsar la música tradicional con los Duendes Traviesos, un grupo de niñas y niños que a través de la música de la región del Istmo están aprendiendo a revalorizarla y al mismo tiempo hablar el diidxazá (zapoteco).
“Entre todos cultivamos, y entre todos comemos, ojalá vengan más niñas y niños y se unan a este taller que te dejará un aprendizaje de por vida”, dijo Jesús.
Esta historia apareció primero en español en Istmo Press y lo compartimos con el permiso de la autora.
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