Ayer, en una explosión de celebración, danza, música y puro amor, los corredores de las Jornadas de Paz y Dignidad de la Ruta del Águila, provenientes del Norte, se encontraron con sus contrapartes de la Ruta del Cóndor. Fue un encuentro largamente esperado al sur de Bogotá, Colombia, con corredores que comenzaron su travesía en Alaska en mayo, mientras que otro grupo partió al mismo tiempo desde la Patagonia. Nos encontramos con los corredores de la Ruta del Águila durante su paso por Guadalajara. Hoy celebramos con ellos y compartimos esta historia en su honor.
El llamado hechizante de las caracolas perforó el aire vespertino en la Plaza de los Fundadores de Guadalajara, donde la estatua de Francisco Tenamaxtli, el primer defensor documentado de los derechos humanos en América, da testimonio de siglos de resistencia y resiliencia indígena. Al llegar los corredores de las Jornadas de Paz y Dignidad 2024 a la plaza, con bastones adornados con plumas y tótems de animales tallados, fueron recibidos por danzantes locales al ritmo ancestral de tambores y teponaztli.
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Estos corredores habían estado en camino desde mayo, como parte de una extraordinaria oración continental que comenzó simultáneamente en extremos opuestos de las Américas. Mientras un grupo corría hacia el sur desde Alaska, otro avanzaba hacia el norte desde la Patagonia. Ahora, al acercarse el final de noviembre, ambos grupos se aproximan a su destino final en Silvania, Colombia, una convergencia histórica que encarna una antigua profecía: la unión del Águila del Norte con el Cóndor del Sur.
“Estas jornadas que hacemos son la forma más antigua de rezar”, explicó uno de los corredores durante la ceremonia de bienvenida. “Esto no se trata de resistencia contra la colonización; es una continuación de lo que nuestros pueblos ya hacían”.
“Ahora vivo en el camino. No tengo casa. Renuncié a mi trabajo”, contó Shawnz, una hawaiana nativa que vivía en Phoenix cuando escuchó sobre las Jornadas de Paz y Dignidad. “Empaqué todo. No tengo auto. Literalmente estoy en movimiento”. Partiendo desde Alaska en mayo, fue testigo de cómo las oraciones resonaban de manera similar en las comunidades indígenas del norte al sur.
“Cada comunidad ora por lo mismo: por el agua, por la tierra, por las mujeres indígenas desaparecidas y asesinadas, por los niños, por la adicción”, reflexionó. “Te das cuenta de cómo estamos todos conectados, cómo todos somos familia”.
“Nosotros solo somos los pies de los bastones”, explicó Ángel Retana, un yoreme de Sinaloa que dejó su práctica de psicología para dedicarse a la ceremonia. El significado de su nombre indígena, Witimea, es “el que mata mientras corre”, un vestigio de los tiempos antiguos cuando su pueblo resistió con éxito la conquista. Esta era su sexta caminata desde el año 2000.
“Lo que el corredor recibe por su ofrenda es inmenso”, dijo, “porque lo que el corredor ofrece es su vida”.
Para Raudel Mesa, de la comunidad kumiai de Juntas de Nejí en Tecate, la caminata trajo una sanación inesperada. Toda su vida sufrió de asma, pero se encontró corriendo sin necesidad de medicamentos. “Esto no se trata de correr”, explicó, “sino de la oración, los bastones y Dios”. Su participación llevaba una intención específica de su comunidad: una oración por preservar las lenguas indígenas y reunir a las familias separadas por fronteras.
El Largo Camino Hacia el Sur
Desde Alaska, pasando por el Yukón, Canadá, Washington, Oregón y California, los corredores atravesaron paisajes de asombrosa belleza y soledad. Su ruta seguía senderos ancestrales que, como señaló uno de ellos, “no aparecen en Google Maps”.
“Correr por Alaska, Canadá, más al norte en las Primeras Naciones… es solo tú con la naturaleza”, recordó Shawnz. “Las montañas, la nieve, los animales, los osos, los alces… No hay tráfico. No hay mucha gente. Es solo tú y la naturaleza… Te conectas tanto con el Creador, con la Tierra, con todo”.
Cruzaron el desierto de Sonora bajo el intenso calor del verano, donde corredores kumiai los ayudaron a navegar la vasta Laguna Salada. A través de México y Centroamérica, fueron recibidos de formas tanto humildes como grandiosas. San Juan de Ocotán los acogió con danzantes tradicionales tastuanes, caracolas y ceremonias. “En todas las comunidades a las que llegamos, nos reciben, hay comités que nos dan la bienvenida”, explicó Raudel, “pero ninguna como ésta”.
Los corredores describieron cómo las fronteras y los límites parecían disolverse a medida que se movían hacia el sur. “Cuando cruzas fronteras o regiones, distingues este mosaico”, compartió un corredor. “Están los nahuas, los aztecas, zapotecas, mayas, y luego, después del límite maya, encuentras familia en El Salvador que te recibe con alegría y te sientes en casa. ¿Y por qué? Porque ellos también tienen raíces nahuas.”
Mientras Claudia, una de las corredoras, sostenía su bastón con reverencia aquella tarde de agosto en Guadalajara, habló de una experiencia que desafiaba toda descripción ordinaria. “Ser la portadora de estos bastones, estos abuelos… la bienvenida que recibimos en cada lugar que visitamos es algo que a veces no se puede describir con palabras”, compartió. “Es un sentimiento que llevas contigo, emociones que se mueven de maneras hermosas. Cada bastón lleva una oración, una intención”.
Estos bastones son mucho más que simples varas de madera decoradas. Son entidades vivas que eligen a sus portadores, mantienen sus propias intenciones sagradas y recogen las oraciones de cada comunidad por la que pasan. Algunos han estado recorriendo estas rutas desde la primera Caminata de Paz y Dignidad en 1992. Otros son nuevos, nacidos de las oraciones específicas de las comunidades en el camino: oraciones por el agua, por las mujeres, por la sanación, por la preservación de las lenguas y culturas, por la reunificación de familias separadas por fronteras.
“Cuando el estudiante está listo, aparece el maestro”, reflexionó Delia, una de las participantes originales. Durante un círculo de palabra en el Centro Cultural Tloke Nawake en Guadalajara, un grupo de corredores veteranos compartió cómo comenzaron las Jornadas de Paz y Dignidad.
Delia relató cómo, a mediados de los años 80, surgió una conciencia creciente entre los pueblos indígenas y sus aliados. “Empezamos a cuestionar por qué hablábamos español si éramos mexicanos. Empezamos a cuestionar por qué llevábamos una vida tan europea viviendo en otro continente”.
La historia de cómo comenzaron las jornadas continentales nos lleva a 1990, cuando tres visionarios – Alfonso Pérez Espíndola, Aurelio Díaz Tezpancali y Francisco Melo – se reunieron con ancianos de las Américas en Quito, Ecuador. Allí concibieron una manifestación pacífica que demostraría la vitalidad continua de las tradiciones indígenas, eligiendo responder al quinto centenario de la llegada de Colón no con protesta, sino con oración.
“Todo el mundo tenía los ojos puestos en Teotihuacán”, recuerda Coyote Negro, describiendo la convergencia de la primera caminata en octubre de 1992. “Llegaron miles de personas: un mundo de gente de Canadá, otro mundo de los Estados Unidos, y personas del norte de México, de todos los grupos étnicos”. En esos días, explica, no había apoyo institucional, solo la voluntad de la gente y el corazón de cada pequeño pueblo por el que pasaban.
Un momento crucial llegó cuando comenzaron a hablar con las comunidades no solo sobre la paz y la dignidad, sino sobre honrar a las abuelas y abuelos. “Fue entonces cuando los pueblos se abrieron”, recuerda un corredor veterano. “Fue entonces cuando tocamos ese sentimiento profundo de respeto que todavía existe en los pueblos. Después de eso, no nos querían dejar ir: ‘Sigan bailando, sigan cantando, regresen'”.
Desde aquella primera convergencia histórica en 1992, las jornadas han continuado cada cuatro años, cada una con un enfoque distinto: por los niños, por las mujeres, por los sitios sagrados, por el agua, por las semillas nativas, por el fuego sagrado. El movimiento creció más allá de lo que sus fundadores imaginaron, extendiéndose a otros continentes.
Un momento particularmente poderoso ocurrió en 2012 en Uaxactún, Guatemala. Allí, los 21 pueblos mayas se reunieron para recibir a los corredores, y su consejo de ancianos pidió que el Quetzal se uniera al Águila y al Cóndor en el simbolismo de la caminata. La ceremonia tuvo lugar en el Lago Itzá, donde los bastones fueron unidos en reconocimiento de esta unidad ampliada, un gesto que entrelazó aún más las profecías y tradiciones espirituales de América del Norte, Central y del Sur.
“Somos la profecía”, enfatizaron los corredores veteranos. Como explicó un anciano: “Nos dejaron las bases, el conocimiento, el círculo sagrado, el tambor, nuestra hoguera, para pacificar la mente y el corazón y conservar la grandeza de lo que somos”.
El ciclo tradicional de cuatro años se interrumpió en 2020 cuando la pandemia cerró las fronteras en toda América. Pero, como comparten los corredores veteranos, esta pausa de ocho años solo ha hecho que la caminata de 2024 sea aún más significativa. “En estos tiempos”, reflexiona un anciano, “debemos estar unidos para lograr el sueño de esa esperanza, de esos cambios, donde se forjarán civilizaciones verdaderas, con más libertad, más responsabilidad, donde se disfrute la vida y no solo se sobreviva”.
Un Momento Sagrado en la Lluvia
Mientras los corredores se acercan a su histórica convergencia en Colombia, quizás Pavel Félix Ortega, de Culiacán, capte mejor la naturaleza trascendental de su viaje. Corriendo solo bajo la lluvia, vivió un momento que, según dice, elegiría como su día favorito de la vida si se lo preguntaran en el momento de su muerte.
“Quería capturarlo todo en mi memoria”, recuerda. “Comencé a describirlo en voz alta mientras corría: sin humanos, sin tecnología, sin autos, solo el gris del cielo, el verde de las montañas, el negro del camino. Sentí que no tenía la capacidad de medir la magnitud de lo que estaba ocurriendo”.
Este sentido de conexión con algo más allá de la comprensión ordinaria resuena en las experiencias de todos los corredores. Como explica Claudia Valenzuela Martínez: “Aunque soy mestiza, cuando corres, recuerdas que también llevas raíces ancestrales, que hay medicina dentro de ti. Estamos haciendo este trabajo para el despertar de la humanidad como seres de amor, seres de salud, seres de las estrellas, seres de la tierra”.
Ahora, mientras los corredores se acercan a su destino en Silvania, Colombia, llevan consigo no solo sus bastones, sino las oraciones acumuladas de cientos de comunidades. Con cada paso, cumplen profecías y visiones que se remontan a generaciones, demostrando que los senderos antiguos de conexión a través de las Américas permanecen vivos y vitales, listos para servir a las próximas siete generaciones.
Puedes seguir el viaje de Shawnz en su página de Facebook, y al grupo de la Ruta del Águila en la página de José Malvido, entre otros. El grupo de la Ruta del Cóndor del Sur tiene su propia página. Conoce más y dona AQUÍ.
Shawnz, la corredora hawaiana nativa que más tocó mi corazón, tiene su propia recaudación de fondos y necesitará apoyo mientras se reintegra a una nueva vida después de seis meses en el camino. Puedes apoyarla a través de Venmo @Shawnz-carino, Apple Pay o Zelle al +808-743-4445.
Caminatas de Paz y Dignidad 2024 Guadalajara José Malvido Plaza Fundadores Guadalajara
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Hermoso reportaje y grandiosos todos los participantes. Gracias a los abuelos por compartir tanta sabiduría y sigamos orando por un cambio de amor y respeto