Texto y fotos por Tracy L. Barnett.
Cuando el sol empezaba a descender sobre el Paseo de los Guardianes de la Reina, en Tonalá, el aroma del copal se suspendía en el aire como una oración. Sobre el empedrado, bajo las esculturas de los guardianes y con la mirada del Cerro de la Reina a la distancia, un grupo de danzantes con manta blanca y fajillas rojas y verdes acomodó un tlamanalli —un altar de flores, semillas, hierbas y copal colocado directamente sobre la tierra— sobre un paño morado. Mientras giraban alrededor de la ofrenda, el ritmo grave del huehuetl y el llamado agudo del atecocolli se mezclaron con las voces de los abuelos y abuelas invocando a los cuatro rumbos. Así comenzó la Primera Expo de Espiritualidad Te Deum, un encuentro de dos días que tejió vestimentas y cruces católicas con deidades ancestrales y elementos sagrados.
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Sandi Bell, la mujer que soñó y organizó la expo, observaba con lágrimas en los ojos. “Simboliza nuestra unión,” explicó más tarde, sentada a un costado mientras una banda de chirimía se presentaba. Bell se describe como “instrumento de Dios” y “guardiana espiritual de esta tierra sagrada y bendita que es Tonalá”, y concibió el evento después de tres años de oración y meditación. La yuxtaposición de cruces y símbolos prehispánicos fue, dice, un acto deliberado de sanación.
“Ya no es desigualdad… ya no más creencias, sino sentir desde el amor, desde el amor hablar, desde el amor escuchar, desde el amor mirar…” explicó. “Que cada ser que toquemos sea bendición en amor.”. Para ella, el ser humano está llamado a reconectar con su espíritu más allá de dogmas y divisiones: “Nuestro cuerpo es templo vivo del Espíritu Santo… ya no somos esclavos de creencias sino de la libertad del ser”.

Como copalera, Bell honra el fuego y lo que representa. “El fuego representa nuestras raíces… la fuerza, la unión del sagrado femenino y del sagrado masculino, donde en la dualidad somos uno mismo, donde ya no hay lucha, ya no hay guerra,” dijo. De ahí que la ceremonia de apertura incluyera una llamada a los cuatro rumbos: “Hacemos mi llamada a todos nuestros guardianes, abriendo la apertura de los cuatro rumbos… Tonalá ya es resguardada, pero ahora vinieron a apoyar y a unificar esta tierra sagrada, porque somos libres”.
Luego tomó la palabra Yaomitl, temazcalero del Temazcal Los Colibríes, con un paliacate rojo en la cabeza. Levantó una concha marina a sus labios y sopló un sonido estremecedor. Después habló sobre la Madre Tierra.

“Bendecimos nuestra madre tierra, nuestra Pachamama, que estamos en el vientre de ella,” dijo, recordando a todas y todos que su vida depende del suelo que pisan. “Tomemos estado de conciencia, amándola, cuidándola, respetándola… porque ella es la que nos da la vida.” También los recordó que no son propietarios de la tierra: “Nosotros no somos dueños de estas tierras… nuestro Creador… la ha hecho para compartirla en amor, no en destrucción”. Y añadió un compromiso firme: “Rompo cualquier proyecto que quiera frustrajar, maltratar… a nuestra madre tierra”.
Aunque no lo dijo abiertamente, sus palabras resonaron en una comunidad que lleva décadas resistiendo propuestas de urbanización en torno al Cerro de la Reina. Gobiernos y empresarios han propuesto un parque de diversiones y proyectos inmobiliarios sobre este cerro sagrado, e incluso un proyecto cultural —Yolkan— que pretendía destinar cinco hectáreas a un hotel de lujo. Esas propuestas han sido frenadas por vecinos y colectivos, pero el riesgo persiste. Durante la expo, en cambio, el ambiente fue de oración y armonía; la defensa del territorio se manifestó en el respeto a Tonantzintlalli y en los rezos.

El llamado a despertar se repitió a lo largo de la jornada. Alfred Melchor, creador de la plataforma Tonayork, tomó el micrófono y dijo: “Despierta Tonalá… despierta Tonalá que ya es hora”. Melchor, quien ha documentado la belleza de su municipio en redes sociales, reconoce el potencial artístico y cultural de su pueblo, pero también sus desafíos. “Se dice que nosotros somos el patio trasero, el patito feo de la zona metropolitana. Quizás estamos dormidos… en el sentido del conformismo, en el sentido de la envidia,” comentó. “Tonalá es la cuna alfarera de todo México… se nos dotó a los tonaltecas de un ingenio maravilloso y una imaginación,” añadió; sin embargo, lamenta que la competencia y la copia entre artesanos frene esa creatividad.
Para él, eventos como la expo son esenciales porque “me recuerda a quién soy y de dónde vengo… Tonalá es un lugar maravilloso”. Invita a sus paisanos a levantar la cabeza: “Pueden sacar infinidad de técnicas… no hay necesidad de que le estés copiando al otro,” afirma. Y resume el espíritu de la expo: “El evento es la suma de corazones, la suma de voluntades y de intenciones para un mejor Tonalá, para un mejor mundo”.

El corazón de la expo no fue el escenario, sino la gente. Mientras músicos de la Escuela Municipal de Chirimía —fundada por el maestro Mariano Medrano para rescatar esta tradición casi extinta— tocaban sus flautas y tambores, familias enteras recorrían el paseo. Juan Jaimes Contreras, alfarero, atendía su puesto lleno de figuras de barro, mientras su hija Huitzi le hacía preguntas. En otro rincón, una abuela con banda verde sonreía mientras sacudía una maraca. El evento fue intergeneracional por diseño y también por necesidad: la organización se financió con aportaciones pequeñas y, dice Bell, con milagros.

Bell no recibió ayuda gubernamental. Saúl Soto, escultor tonalteca, donó una imagen de Santo Santiago, patrono local, para una rifa. “Se rifaron 50 boletitos de 100 pesos, da un total de 5,000 pesos,” recordó. Con ese monto, ella y el equipo pagaron el sonido de dos días —alrededor de 3,800 pesos— y parte de los alimentos compartidos. “Unos 5 o 6 mil pesos se hizo todo este evento”, añadió. Otros negocios donaron agua y lonas. Incluso un desconocido, escuchando una oración desde su camioneta, le entregó un billete de 50 pesos; para Bell, fue una señal: “Dios está tocando este evento”.
Para Bell, el mayor milagro fue la solidaridad. “Yo sola no puedo… pero uniendo fuerzas en amor, todo se pudo,” afirmó. De ahí su insistencia en apoyar a los artesanos sin regatear: “Por favor no regateen… ellos ponen su esencia, su energía, en cada pieza”.

Más allá de los rezos, la expo también fue un escaparate del patrimonio artístico de Tonalá. A lo largo del paseo se extendió una feria de barro bruñido, barro Greta, máscaras de Tastoán y silbatos en forma de animales. En el escenario, las cruces decoradas con paños bordados se entremezclaban con figuras de serpientes y soles. Los niños se tomaban fotos entre las esculturas gigantes de guardianes, asomando sus rostros a través de máscaras de jaguar de barro.
Para Bell, la relación entre oración y artesanía es natural. Su familia viene de artesanos y ella ve el acto de crear como una forma de devoción. Llama a curanderos, herbolarios, alfareros y tejedoras no sólo a vender sino a compartir sus historias. “La libertad del ser es nuestra Pachamama,” repitió. Para ella, el arte y la oración son maneras de recordar quiénes somos y de dónde venimos.

El Cerro de la Reina se alza sobre el municipio, física y simbólicamente. Desde finales del siglo XIX, cuando se colocaron ocho estatuas de los tastoanes y se construyó una capilla dedicada a la Virgen, el cerro es un centro ceremonial. Hoy en día, su valor ecológico y cultural lo convierte en espacio sagrado. Sin embargo, desarrolladores y autoridades han intentado convertirlo en parque de diversiones, proyectos inmobiliarios e incluso un hotel, según denunció el colectivo Defendamos el Cerro de la Reina. Esos proyectos han sido frenados gracias a la resistencia de vecinos e indígenas nahuas, pero el riesgo permanece.
Durante la expo, nadie mencionó explícitamente esas luchas. En su lugar, la reverencia a Tonantzintlalli se expresó en el silencio compartido, en los cantos y en los golpes del tambor. Al final de la ceremonia, una de las abuelas resumió la esencia: “Nadie es más, nadie es el menos, todos somos uno”. Y Sandy Bell cerró con una invitación íntima: “Sé libre… conócete, escúchate… no escuches a nadie más… yo ya me rindo a la violencia… yo ya conecto con amor, con edificación y con paz”.
Ese día, Tonalá pareció despertar no a través de la confrontación sino del recuerdo: recordar su lengua, sus cerros sagrados, sus abuelas sabias y sus manos que moldean barro. La expo no fue sólo un evento, sino un gesto amoroso hacia la tierra y hacia la comunidad. Y como dijo Melchor caminando entre los guardianes de barro: “Caminas por aquí… y te das cuenta de lo maravilloso que es y de la fuerza que tenemos todos los habitantes y la cultura y energía que tiene Tonalá”. Con cada paso, la ciudad parece repetir el mensaje: despertar es honrar, amar y defender aquello que nos da la vida.

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