Por Mariana Mora / @rataquerueda y María Quinn / @mariaquinnc
Fotografía por Mariana Mora / Infografías por María Quinn
Ante la crisis de salud pública por enfermedad renal en la región, un grupo de mujeres se organiza en Agua Caliente — en el municipio de Poncitlán, Jalisco — para echar a andar un huerto comunitario de plantas medicinales. Aunque hay factores más allá de su control, apuestan por la organización colectiva para cuidar su salud.
Un grupo de mujeres y niñas están paradas en círculo. La consigna es pasarse energía a través de las manos que no se tocan. Tienen los ojos cerrados y cada una debe imaginarse a sí misma como parte del huerto que están gestando. Algunas dijeron que eran el agua. Hubo quien dijo ser el tinaco, porque en un huerto es importante tener agua acumulada y contenida para el riego.
Gregoria De Jesús Díaz, una mujer bajita, de sonrisa cálida, dijo que ella se imaginaba siendo la tierra porque “sobre ella estamos”, aunque está desnutrida, al igual que sus cuerpos. A esto, Flor López Sánchez, agrónoma de la Escuelita Benita Galeana, respondió que, al igual que a sus cuerpos, la tierra se puede nutrir y por eso están allí.
Es mayo de 2023 y están reunidas en la telesecundaria de Agua Caliente para comenzar una composta comunitaria con los desechos orgánicos de sus casas que sirva para alimentar el suelo de su huerto. Este proyecto comenzó hace tres años, cuando Goya -como la llama todo el mundo- y sus compañeras identificaron en un diagnóstico comunitario que una de las necesidades más urgentes de su comunidad era atender su salud.
El municipio de Poncitlán, donde se encuentra Agua Caliente, ha atraído la atención pública por la alta prevalencia de enfermedad renal y otras enfermedades crónico degenerativas en su población. A nivel nacional, la Secretaría de Salud (SS) reportó en 2021 una tasa de defunción por enfermedad renal crónica (ERC) de 10.9 por cada cien mil habitantes. En Poncitlán, de acuerdo con su Registro Civil, es de 21.01 de 2010 a la fecha. Casi el doble. Las autoridades municipales de Poncitlán no proporcionaron datos para cada año, lo cual dificulta saber la progresión de la crisis de salud pública. Además, de acuerdo con el registro estatal de Enfermos Renales Crónicos, los registros de personas enfermas en Poncitlán representan el 3.13% del total de Jalisco; sin embargo, la población de Poncitlán constituye solo el 0.64% del estado.
Hasta el día de hoy, el consenso médico, científico y político sobre las causas es opaco y acude a la multicausalidad como una forma de no señalar un solo factor sobre el cual podría actuarse.
Entre los múltiples factores que explican la situación de salud, la alimentación es donde ellas tienen más posibilidad de incidencia. Los otros tienen que ver con contaminación, marginalidad e inseguridad hídrica. Por esto, la idea de un huerto orgánico de plantas medicinales que propusieron las mujeres de la Escuela Benita Galeana resonó como una manera de autogestionarse la salud.
“Pues fue a través de Gregoria que llegamos a conocer a las de la Escuela”, narra Dulce De Jesús Díaz, hermana menor de Goya, sentada en su cocina rodeada por sus demás hermanas. A sus espaldas, sobre el fogón de leña, cuelgan utensilios ennegrecidos por el hollín. Entre sus pies, una docena de pollitos husmea morusas de maíz. Las cinco hermanas cuentan cómo fue el proceso de construir con ellas una alternativa ante los problemas que afectaban su comunidad.
La Escuela para Defensoras Benita Galeana es un proyecto ecofeminista de educación popular que crearon siete mujeres en 2015 para la formación política y de liderazgos de mujeres que se encuentran en territorios rurales de Jalisco. Desde entonces han trabajado en 17 municipios del estado acercando conocimientos de agroecología y ecotecnologías a las comunidades, de acuerdo con las necesidades y deseos que éstas manifiestan. También tienen un mercadito de economía social solidaria donde se venden los productos de las personas con las que trabajan y en 2017 articularon la Red de Defensoras de Jalisco, para luchar por la salud de sus cuerpos y territorios.
En 2020 se acercaron a las mujeres de Agua Caliente para preguntarles de qué forma podían colaborar. Carmen García –co-fundadora de la Escuelita– recuerda que su respuesta fue que les preocupaba la salud y que no sabían por qué se estaban enfermando. Primero impartieron talleres de salud y nutrición y, poco a poco, fueron gestando la idea de que ellas mismas podían contribuir al bienestar de sus familias sembrando un huerto agroecológico de plantas medicinales. “Las mujeres se fueron congregando y fortaleciendo”, narra Carmen.
Agua Caliente es parte del municipio de Poncitlán y está en el borde noreste del Lago de Chapala, el más grande de México y uno de los más grandes de América Latina. Es una comunidad pequeña: el censo de 2020 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) registra 1,284 habitantes, lo cual representa el 2.3% del municipio. Agua Caliente es esencialmente una calle estrecha y empinada –recientemente pavimentada–, con curvas cerradas, que baja desde el cerro al lago. El censo registra 157 hogares, donde viven en promedio 8.2 personas por casa.
A pesar de vivir en el borde del cuerpo de agua que abastece al 65% del área metropolitana de Guadalajara –la segunda urbe más grande de México–, la población de Agua Caliente no tiene acceso garantizado a agua en calidad y cantidad suficiente. De acuerdo con la ficha informativa sobre el Lago de Chapala, elaborada en 2021 por la organización ambiental Instituto Corazón de la Tierra, el lago está sumamente contaminado por metales pesados –arsénico, cobre, cromo y zinc– que vienen de empresas establecidas en el corredor del Bajío, como la producción peletera en Guanajuato y la planta petroquímica en Salamanca, además de otras actividades industriales en la parte alta de la cuenca Lerma-Santiago, en Los Altos de Jalisco, Toluca y Querétaro.
“Todo Chapala, el lago más grande de México, es una cloaca de coliformes fecales”, afirma la ingeniera Ana Sofía Macías, quien ha investigado sobre la calidad del agua de Chapala, por los residuos orgánicos provenientes de descargas municipales. Además, hay un exceso de nutrientes como fósforo y nitrógeno, por el arrastre de agrofertilizantes, aguas negras municipales, desechos de granjas porcícolas y vertidos de la industria tequilera.
Esto ha resultado en que sea inseguro consumir agua directamente del lago, como lo habían hecho las comunidades ribereñas durante siglos. Además, la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición de 2021 (ENSANUT), afirma que en la región “Pacífico-Centro”, donde se encuentra Jalisco, el 19.8% de los hogares tiene inseguridad hídrica; es decir, en uno de cada cinco hogares hay una incapacidad de acceder y beneficiarse de agua adecuada, confiable y segura para el bienestar y una vida saludable.
“La inseguridad hídrica tiene impactos perjudiciales en la salud mental, nutricional y física de las personas, así como en el bienestar económico y político de los países, sin embargo, el alcance de los daños no se ha documentado lo suficiente”, expone el documento. En Agua Caliente, solamente dos terceras partes de las casas están conectadas a la red pública de agua y durante muchos años obtuvieron agua de un pozo termal, lo cual aumenta el riesgo de consumir mayores concentraciones de minerales.
El huerto tuvo que suspenderse hasta la llegada de las lluvias, pues no había agua para regar las plantas. A principios de julio, cuando empezaron a trasplantar, tenían casi una semana sin que cayera agua desde la red pública en las casas de Agua Caliente, donde solo una tercera parte tiene tinaco, cisterna o aljibe que les permite estar preparadxs para fallas en el suministro. Ante estas situaciones, no es inusual que las personas de la comunidad usen agua directamente del lago, sin que pase por algún tipo de tratamiento que retire por lo menos parte de los contaminantes.
La casa de salud de Agua Caliente es una construcción baja de dos habitaciones con pisos de cerámica, dos escritorios, algunas sillas y paredes blancas donde cuelgan afiches informativos. Opera solo los lunes y jueves por las mañanas y, desde hace más de dos meses no cuenta con un médico. “Se supone que debe haber un reemplazo en cualquier momento”, explica Iván Salgado, el promotor de salud que, junto con una enfermera, atiende el lugar. “Espero que no tarde”, añade nervioso.
Normalmente, brinda los servicios de cualquier centro de atención de primer nivel: detección y seguimiento de algunas enfermedades y vacunas; pero sin médico, la enfermera solo puede realizar algunos de estos servicios. Por su parte, el promotor tiene una labor de prevención que está centrada en brindar información a través de talleres y campañas. Si una persona es diagnosticada con una enfermedad, se le deriva a centros de salud de segundo o tercer nivel en Poncitlán u otros municipios aledaños, incluso Guadalajara.
La unidad médica del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) en Poncitlán -la más cercana- se encuentra a 11 kilómetros de Agua Caliente, o sea, a unos 20 minutos en carro. Para llegar se puede tomar un camión que pasa dos veces al día o esperar a que algún habitante de la comunidad con coche propio vaya hacia allá. Si tuviera que ir a Guadalajara, le tomaría una hora y media trasladarse para ser atendida. El 70% de las viviendas no tienen automóvil, camioneta o motocicleta particular.
Ni las hermanas De Jesús Díaz, ni sus esposos, cuentan con seguridad social. De acuerdo con el Instituto de Información Estadística y Geografía de Jalisco (IIEG), solo 56 personas en la comunidad tienen IMSS y 880 están afiliadas al Instituto de Salud para el Bienestar (INSABI), que es la instancia de salud para no derechohabientes de otras instituciones públicas. En su mayoría, los hombres se dedican a la construcción y las mujeres al trabajo doméstico, ambos fuera de Agua Caliente, y sus empleadores rara vez les inscriben al IMSS. Por eso, cuando tienen algún problema de salud, las hermanas van con un médico privado.
En México, la mayoría de la gente opta por esta opción también. La ENSANUT de 2021 muestra que el 25% busca atención médica en consultorios privados, seguido del 24% que se atiende en el IMSS y el 18% en consultorios adyacentes a farmacias.
Ante este escenario en que el acceso a la atención médica es difícil, la prevención y la autogestión tienen un papel fundamental en la salud de la población de Agua Caliente. Aunque la labor del promotor de salud busca cumplir esta función, las mujeres dicen que ellas no aprendieron a profundidad sobre nutrición con las herramientas que les ha acercado. Les hablaron del “plato del buen comer”, pero no abordaron otros aprendizajes que han tenido con la Escuelita, como los efectos de los embutidos o el consumo de endulzantes en la salud. También dicen que en la casa de salud les recomiendan alimentos a los que ellas no pueden acceder. “Eso lo comen nada más en la ciudad”, dice Carmen De Jesús Díaz, otra hermana de Goya.
Aunque las causas están desdibujadas, la experiencia de la enfermedad renal se instala en la realidad cotidiana de las personas en las comunidades de la Ribera de Chapala. Cuando el doctor Felipe de Jesús Lozano Kasten, médico e investigador de la Universidad de Guadalajara, comenzó a realizar estudios en los niños y niñas de Aguacaliente para detectar indicios tempranos de enfermedad renal, fue recibido con recelo y escepticismo por la comunidad.
Las hermanas recuerdan poco de las primeras visitas de los investigadores del equipo multidisciplinario de la Universidad de Guadalajara, y al hacer memoria buscan referencias temporales en los muertos y enfermos de la región. “Él empezó a acercarse cuando estaba enfermo el niño de María, ¿no? ¿O fue antes? ¿Quién fue el primer enfermo?”, pregunta Carmen para determinar con precisión si habían llegado en 2016 o 2017. Discuten para ver quién fue el primer muerto de los riñones.
Al principio, las hermanas no se involucraron cuando llegaron los doctores provenientes de Guadalajara. En su familia no había síntomas de la enfermedad y estaban ocupadas en otras cosas. Pero en uno de los estudios, los cuatro hijos de Goya aparecieron en la lista de “los que están con un problema”. “No me esperé a la respuesta, a lo que me iban a decir después, salí corriendo del lugar”, relata Goya. Salió llorando de la escuela rumbo a su casa. Pensaba “no puedo creer, yo que me he esforzado para que mis hijos más o menos coman, a lo mejor no lo mejor, pero limitándolos de cosas y dando de comer más o menos a sus horas, entonces no cabía esa posibilidad”.
En medio del llanto, le explicó a su esposo lo que pasaba. Él simplemente le respondió que no era cierto. Los esposos les han dicho que los médicos están locos o son internos y no saben bien lo que están haciendo. La angustia de que todos sus hijos pudieran desarrollar enfermedad renal crónica y la falta de información sobre sus causas, hicieron que Goya se preocupara más por la alimentación de sus hijos y limitara su consumo de comida chatarra y ultra procesada. También tomó la decisión de no autorizar que les hicieran más estudios a sus hijos en las visitas del doctor Lozano Kasten porque en su investigación no hubo un diálogo con los padres de familia que les permitiera entender mejor la situación.
Entre las causas del alto índice de enfermedad renal en la zona, los investigadores han señalado con más insistencia a la desnutrición de la población. En el libro “Exclusión social de la infancia y enfermedad renal en el lago de Chapala”, que compila el trabajo de quince investigadores que estudian la problemática, se describe la alimentación de las infancias en Agua Caliente “con deficiencias nutricias”.
La situación alimentaria de Agua Caliente es común en lugares con características similares. De acuerdo con la ENSANUT de 2021, en poblaciones rurales con menos de 2,500 habitantes, el 39.7% de los hogares presentan inseguridad alimentaria, mientras que solo el 29% tiene seguridad alimentaria, o sea, que ninguno de los integrantes del hogar tuvo que sacrificar la calidad o cantidad de los alimentos que acostumbra consumir y tampoco omitió tiempos de comida o dejó de comer en todo un día. Sin embargo, la presencia de enfermedad renal no es tan alta en otras poblaciones que viven con inseguridad alimentaria como lo es en las comunidades de Poncitlán que viven a la orilla del Lago de Chapala.
Goya y sus hermanas reconocen que los hábitos alimenticios en Agua Caliente no son los mejores, pero también pueden trazar con facilidad cómo han cambiado y por qué. “Por lo que comentan mis hermanas, era mejor antes la alimentación”, explica Dulce, la menor de todas. Las demás suman sus recuerdos de la infancia: comían frijoles de la olla, nopales cocidos y caldo de pescado. Tomaban atole de maíz todas las mañanas y no consumían salsas embotelladas pues “siempre había un molcajete con chile”. Consumían los huevos de las gallinas de su madre y tomaban la leche de las vacas que ordeñaban.
Además de sembrar maíz, frijol y chayote, su papá pescaba en el lago. Gregoria recuerda que antes se usaba bajar a la orilla con un bote para pedir a los pescadores que les regalaran un pescado, pero esa práctica fue desapareciendo alrededor del 2010. Los hermanos varones de Goya no siguieron los pasos de su padre, y en vez de pescar se fueron a trabajar como albañiles a la ciudad.
También recuerdan la presencia de refrescos en la comunidad desde la década de los noventa y la llegada paulatina de otros alimentos industrializados como lácteos, embutidos, galletas, papas fritas, mayonesa, pasta, atún y sardinas enlatados. Con la salida de los hombres a trabajar fuera de la comunidad, e incluso a migrar a Estados Unidos, la población comenzó a tener más dinero y a comprar más alimentos en las tiendas.
Actualmente, en la comunidad se siguen consumiendo frijol, huevo, nopal y maíz como elementos centrales de la dieta, pero también ha incrementado el consumo de refresco y “comida chatarra”. Aunque está documentado que estos últimos tienen efectos nocivos en la salud, su consumo en Agua Caliente no es suficiente para explicar la alta presencia de enfermedad renal, pues es similar a la media nacional. La ENSANUT de 2021 señala que el 87% de la población de 1 a 4 años consume bebidas endulzadas y el 53% botanas. Para los niños de 5 a 11 años, la proporción que consumió bebidas endulzadas fue de 92.9% y 50% botanas dulces y postres.
Entender el papel de la alimentación en la incidencia de enfermedad renal ha sido un arma de doble filo para las comunidades que viven esta crisis de salud. Por un lado, deja todo el peso de responsabilidad en sus hábitos alimenticios y minimiza las otras causas estructurales y donde la responsabilidad recae en autoridades omisas y empresas indolentes. Por el otro, la alimentación es un aspecto de sus vidas en que las poblaciones pueden ejercer resistencia, aunque implica un esfuerzo titánico por subsanar las desigualdades.
Además de la alimentación, los investigadores han puesto su atención en la presencia de agrotóxicos en la sangre y orina de la población de las comunidades ribereñas para tratar de entender la problemática de salud. Sin embargo, estas investigaciones se centran en los cultivos de subsistencia que realizan las poblaciones y dejan en segundo plano a la agroindustria como responsable de la presencia de estas sustancias en el agua, el suelo, los peces y los alimentos.
El único artículo del libro “Exclusión social de la infancia y enfermedad renal en el lago de Chapala” que estudia la exposición a plaguicidas, documenta el uso de agrotóxicos por parte de la comunidad. Aunque esta información puede ser útil a la población para reconocer la forma en que estas sustancias se quedan en sus cuerpos, invisibiliza el contexto agroindustrial más amplio en que se encuentran inmersas estas comunidades. No hay un estudio que indague sobre las sustancias utilizadas en los cultivos de empresas transnacionales instalados en la cuenca y sus efectos en la salud de la población.
En uno de los estudios que realizó el doctor Lozano Kasten, publicado en 2021, encontró que todxs lxs niñxs analizados presentaban glifosato en su orina, independientemente de su edad. El glifosato es un herbicida que la Organización Mundial de la Salud (OMS) clasificó como “probablemente cancerígeno” y se usa para eliminar maleza en cultivos controlados. La investigación encontró niveles más altos de la sustancia en mayo, cuando se prepara el terreno para el cultivo; sin embargo, también se encontró glifosato en la orina de lxs niñxs que no entraban en contacto directo con él.
Además de su uso extendido en los cultivos, en 2008 arrancó un programa de control de maleza acuática implementado por la Comisión Estatal del Agua (CEA) para eliminar la presencia de lirio en el Lago de Chapala utilizando glifosato y durante ocho años se vertió directamente esta sustancia al agua.En un estudio del Instituto Corazón de la Tierra de 2013, “se identificó el uso de siete fertilizantes principales, así como 18 sustancias activas de herbicidas y 23 de plaguicidas. Es importante señalar la presencia de compuestos con alto grado de toxicidad”. Estas sustancias se aplican en los cultivos pero terminan en el agua del lago a través de la pérdida de suelos y la escorrentía. “Son las actividades agrícolas y ganaderas las que ocupan la mayor superficie de la cuenca y por lo tanto, las que mayor impacto han tenido”.
Jalisco está dividido en ocho distritos de cultivo y en cada uno se siembran productos distintos. En el distrito de La Barca -donde se encuentra Poncitlán y otros municipios de la ribera del Lago de Chapala- se sembraron 6 mil 681 hectáreas de frambuesa en 2022.
Esta cifra representa una cuarta parte de la siembra de este fruto en el país. En 2005, se sembraron 145 hectáreas, es decir, en 17 años la producción de frambuesa en este territorio aumentó en más de 1,500%.
El panorama rural mexicano actual puede explicarse desde una mirada histórica. En México se implementaron tecnologías, como los agrotóxicos, para aumentar la productividad en la industria agrícola desde la década de 1940 a partir de la Revolución Verde, aunque su uso no se extendió en el país hasta la década de 1980.
“Cuando nosotros crecimos, no se usaba la sembradora, el abono, la fumigada”, cuenta Carmen De Jesús Díaz. “Todavía nos tocó que mi papá nos llevaba y le teníamos que ir arrancando todo el zacate, todo lo que tenía la milpa alrededor”. También recuerda cuando su papá comenzó a usar abono en la década de 1990 porque otros miembros de la comunidad pasaron la voz de que aumentaba el rendimiento.
Con la entrada en vigor, en 1994, del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), las dinámicas agrícolas cambiaron. “La producción se dirigió cada vez más hacia una industrial, basada en el modelo norteamericano heredado de la Revolución Verde, en detrimento de las pequeñas unidades de producción destinadas al autoconsumo, mientras que la importación de maíz extranjero siguió aumentando”, sostiene la investigadora Fleur Gouttefanjat en el artículo “Revolución Verde, neoliberalismo y transgénicos en México: hacia una subordinación del maíz al capital”.
Después de décadas del uso sostenido de agrotóxicos en el campo mexicano, los ecosistemas se han visto afectados de forma negativa, incluyendo a las personas y su salud. Pero también, el uso de semillas transgénicas, es decir, genéticamente modificadas para ser más eficientes o resistentes, genera dependencia al mercado global de semillas. “Antes no se compraba la semilla, del mismo maíz se apartaba para volver a sembrar”, recuerda Carmen. Ahora, cada año, deben comprar semillas y agrotóxicos. Por lo menos hasta que vuelvan a tener sus propias semillas y otras herramientas para nutrir la tierra. El huerto puede ser un paso para desarrollar más proyectos agroecológicos que no dependan de las transnacionales agroindustriales.
Lxs investigadorxs que han estudiado la enfermedad renal en la región identifican una serie de determinantes sociales y ambientales, como la contaminación del agua y el aire, la alimentación y la desnutrición, los agrotóxicos, los metales pesados y la pobreza. Sin embargo, el peso que tiene cada uno y cómo se relacionan entre sí deja vacíos en la atribución de responsabilidades en los diferentes órdenes de gobierno.
“Atender el que tengan agua en calidad y en cantidad suficiente debería ser entre CONAGUA y el municipio, pasando por lo estatal”, indica Carlos Peralta, investigador que llevó el caso de la enfermedad renal en San Pedro Itzicán, comunidad aledaña a Agua Caliente, al Tribunal Latinoamericano del Agua (TLA). Es decir, articular los niveles de gobierno para atender una problemática con tantas aristas como el acceso al agua y su relación con la salud puede resultar en que “se echan la bolita todos”.
Por su parte, la Secretaría de Salud tendría que realizar monitoreos periódicos sobre la composición química del agua para garantizar que sea apta para consumo humano, especialmente cuando se trata de agua termal que puede tener un exceso de minerales. La inacción de estas instituciones deja a la comunidad de Agua Caliente con opciones precarias para obtener agua: la red de suministro que presenta fallas constantes, el lago contaminado o acarrear agua desde un pozo termal.
La confusión de atribuciones de diferentes instancias gubernamentales se alimenta del argumento de la multicausalidad. Se diluyen las responsabilidades cuando hay una resistencia a atribuir la enfermedad renal a un factor específico. En primera instancia, “hacer la relación cuesta un montón de dinero” explica Ana Sofía Macías. Tendrían que hacerse estudios permanentes con muestras representativas: muestreos del lago, de los pozos, del agua que llega a las casas. Además, se necesitaría un análisis epidemiológico que estudie porcentajes significativos de la población, dé seguimiento concreto y le explique la problemática de salud a las comunidades en términos que ellxs entiendan. “No hay suficientes ganchos políticos para asumir el destrozadero que implicaría visibilizar los impactos que tiene este sistema”, concluye la investigadora.
INFOGRAFÍA ENFERMEDAD RENAL
En este contexto, para las mujeres de la Escuela Benita Galeana fue difícil ganar la confianza de la comunidad. También fue complicado para las mujeres de Agua Caliente involucrarse en un proyecto que, aunque no fue impuesto desde afuera, implicaba una ruptura en su cotidianidad. “Las mujeres no te conocen y ellas tienen una manera de convivir con proyectos o personas de afuera. Ellas han identificado que no somos un proyecto de un mes o de un año para obtener recursos e irnos”, reflexiona Flor López, quien ha acompañado las cuestiones técnicas del huerto.
Por un lado, estas comunidades están acostumbradas a que investigadorxs y organizaciones se acerquen a decirles qué hacer. A esto se suman las violencias estructurales a las que están expuestas: el interminable trabajo doméstico, el machismo que desaprueba que salgan de sus casas, que no existan espacios verdaderamente públicos para reunirse y la marginalidad que les obliga a salir de la comunidad a trabajar entre semana o durante meses.
Ante las múltiples manifestaciones del sistema patriarcal en que están inmersas, un elemento central la apuesta de la Escuelita es la formación política de las mujeres. “El trabajo que hacemos es fortalecer el liderazgo y que las mujeres, por ellas mismas, sean mujeres con derechos”, afirma Carmen García.
Nuestra apuesta es que las mujeres tengan sus alimentos, tengan salud. Es el sueño que vemos: que las mujeres sean promotoras de salud, que tengan una casa de salud donde ellas se curen, sanen con estas alternativas, que sepan utilizar la herbolaria. Que las mujeres sigan organizadas y que luchen por sus derechos.
Carmen García
Co-fundadora de la Escuelita Benita Galeana
Para las hermanas De Jesús Díaz, la presencia de la Red de Defensoras ha traído cambios en cómo se perciben a sí mismas. “Yo pienso que a partir de que empezamos a participar en lo de la Escuela Benita Galeana han sido muchos cambios”, comienza a narrar Goya. Admite que ha sido un proceso cuesta arriba y que ha roto dinámicas machistas en su propia familia. “No era libre yo de salir ni con mi hermana. Así de difícil estaba la situación. Ahora voy hasta Tapalpa”, recuerda riéndose cuando empezó a salir de su comunidad para ir a encontrarse con defensoras en otros territorios.
Pese a todas estas dificultades, en julio de 2023 las mujeres de Agua Caliente comenzaron a concretar lo que había sido un sueño. Aunque no fueron todas las que habían estado involucradas en diferentes momentos de la gestación del huerto, un lunes por la tarde se reunieron ocho mujeres para poner en la tierra las primeras plantas. La única carretilla que tenían estaba ponchada y tuvieron que acarrear costales de composta. Encontraron un poco de agua en unos tambos que usaron para regar. En esas condiciones, arrancó la primera cama de sembrado con especies medicinales (salvia, cedrón y estafiate) para el sistema digestivo.
A diferencia de las hectáreas de cultivos agroindustriales que rodean su territorio, este huerto es agroecológico, es decir, no se utilizan agrotóxicos para fertilizar o erradicar plagas. El huerto es apenas la puerta de entrada.
En todo este proceso, Goya se ha transformado en una lideresa comunitaria de manera orgánica. Su tenacidad y su empatía le han dado continuidad al proyecto y fortalecido las relaciones entre las mujeres involucradas. “‘Apúrense, que hay que llegar puntual’, ahí nos andamos retando unas a otras”, cuenta Goya acerca de cómo se motivan entre ellas para no dejar caer el huerto.
Mientras se organizan para acarrear agua y composta, arar la tierra y mezclar minerales que le hacen falta al suelo, las mujeres de Agua Caliente están nutriendo su territorio y sus vínculos. Antes de irse, se reparten los días para ir a regar a la Telesecundaria. Es difícil encontrar espacio en sus días ajetreados, pero forman acuerdos para que el pequeño huerto se mantenga vivo. “Son pocas plantas, y también no estamos todas, pero con dos o tres que amarren…”, dice Goya con una risa franca.
Esta investigación fue realizada con el apoyo del Fondo Howard G. Buffet para Mujeres Periodistas de la International Women’s Media Foundation (IWMF).