Por Tracy L. Barnett
Traducido por Angélica Almazán
Para ArchDaily.mx
Este artículo forma parte de una serie sobre “bio-reconstrucción” o iniciativas de construcción natural que están floreciendo a raíz de los terremotos en México. Para seguir algunos de estos desarrollos ir a la página de Facebook de BioReconstruye México, una red de constructores naturales alrededor del país que están compartiendo técnicas y coordinando esfuerzos para responder a la necesidad de viviendas que sean amigables con el entorno.
Cuando el terremoto azotó Hueyápan, un pueblo enriquecido por sus bellas viviendas de adobe sobre las faldas del Volcán Popocatépetl, un grupo de dolientes velaban a un ser querido en el templo del pueblo, el icónico Templo de Santo Domingo de Guzmán. Cuando el suelo comenzó a sacudirse bajo sus pies, corrieron hacia la puerta – y justo a tiempo, ya que la cúpula de casi 500 años de antigüedad se desplomó alrededor del cuerpo del difunto.
Aquí nadie murió por el terremoto aquí, pero ese momento se quedará para siempre grabado en la memoria colectiva de este pueblo. Nunca en medio milenio los temblores que ocasionalmente ocurren en la región habían producido ni una sola grieta en los sólidos muros del Templo de Santo Domingo. Pero este terremoto fue diferente. Más de 400 familias sólo en este pequeño pueblo quedaron sin hogar, y un milenio de tradición de casas de adobe estaban en peligro de desaparecer.
Una oportuna intervención de parte de los defensores de la construcción natural ha sido encaminada a combatir la tendencia anti-adobe y reforzar la preferencia local por el adobe. Al mismo tiempo que el bioarquitecto Peter Van Lengen estaba enseñándole a 100 personas cómo hacer adobe, otro equipo estaba facilitando la creación de una fábrica colectiva de adobe.
El día después del terremoto, Iván Cazenave, artista y permacultor, y Sebastián Hoffman, cineasta, acudieron a Hueyapan desde Tepoztlán. Mientras caminaban buscando cómo y dónde ayudar, se encontraron con otro grupo de voluntarios que removía escombros en una casa. Así conocieron a Luis Miguel Espinosa y comenzaron a colaborar en el tequio (trabajo compartido) del barrio de San Felipe. Al mismo tiempo, junto con vecinos del barrio y brigadas de voluntarios crearon Amor Chiquito, un centro de ayuda comunitaria para construir albergues de emergencia.
Aunque no se dedica profesionalmente a ello, Cazenave conoce sobre técnicas de bioconstrucción. Como miembro de una ecoaldea en Tepoztlán, ha investigado y puesto en práctica diversas técnicas de construcción natural durante varios años, incluyendo el adobe.
También ha insistido en la necesidad de promover la autonomía para hacer comunidades más resilientes – algo que se está volviendo cada vez más esencial en una época de cambio climático y placas tectónicas en movimiento. Se le ocurrió que lo que la gente necesitaba era simplemente un buen suministro de adobe.
Así que ahora se encuentra trabajando con Hoffman, Amor Chiquito, Espinosa, y alrededor de 20 familias en el barrio para organizar una fábrica de adobe colectiva.
“Acompañamos a estas familias en la creación de un método que los ayude a organizarse. Por ejemplo, para establecer una relación entre las horas que trabajan y el número de adobes que reciben a cambio, o para que acuerden sus compromisos, reglas y accionar en caso de incumplimiento.”
La idea es crear un modelo “open-source” basado en principios de cooperativismo y otros modelos tradicionales mexicanos, como los tequios, las tandas y otros sistemas de colaboración. “Un método que fuera muy simple y fácil de aplicar y de replicar en otros lugares,” dijo Cazenave. Entre sus propuestas está la implementación de varias fábricas de adobe.
Para crear la fábrica de adobe más básica, solo se necesita un terreno grande y plano (para secar los ladrillos de adobe), un techo a prueba de agua (para mantenerlos secos durante las lluvias), y una fuente de buena tierra, agua y paja. Se puede utilizar una mezcladora de motor o tirada por caballos, pero tanto Cazenave como Van Lengen coinciden que lo mejor es que la mezcla sea realizada por los pies humanos.
“Es como pensar en la diferencia entre un pan hecho a máquina y un pan hecho a mano,” explica. “Cuando mezclas la masa con tus propias manos, sucede algo completamente distinto, ya que interviene el aspecto energético también: los pies y manos son cálidos, la máquina es fría… Danzar sobre la tierra transmite calor, y por eso funciona energéticamente de manera muy distinta.”
Comenta que el grupo de San Felipe/Amor Chiquito está casi listo para arrancar con el proyecto. “Tenemos el terreno, el permiso para traer el agua y un contenedor para mezclar los materiales. Y ya estamos pidiéndole a la gente que guarden los materiales de sus casas derrumbadas. Una de las cosas más geniales de trabajar con tierra es que el material es eterno: si una pieza de tu casa se cae o rompe, puedes simplemente remojarla en agua, disolverla y formarla de nuevo”.
Lastimosamente, algunas de las brigadas de trabajo que llegaron al principio se llevaron los escombros al río, generando otro tipo de catástrofe ambiental al mezclar adobe con cemento y otro tipo de basura.
Los defensores de la bioconstrucción han recalcado la importancia de recuperar los adobes, ladrillos, vigas de madera, tejas y cualquier otro material que pueda ser utilizado en la restauración de las casas originales. Toma más tiempo, quizás, pero se conserva la calidad y la conexión con el pasado, algo que no sucede con las casas de cemento.
Barranca de Hueyápan (Tracy L. Barnett)
“En lugar de tirar el material a las barrancas y los ríos, le pedimos a la gente que conserve sus adobes, porque son ORO”, dice Cazenave. “Con eso van a reconstruir sus casas.
“Si tienes un problema y alguien más se hace cargo de él, en realidad no estás resolviendo tu problema,” dice.
“Necesitamos instalar fábricas de adobe sustentables que sigan funcionando aun después de que las casas hayan sido reconstruidas. Así las familias pueden vender los adobes y obtener ingresos. Si sólo les donamos adobes, estas familias dependerán siempre de donaciones. Es como recibir costales de maíz, en lugar de ponerse a sembrar. Cuanto más independencia tienen las células, mayor resiliencia.”
Al momento de mi visita el grupo había invitado a la bioarquitecta Lourdes Malvido Álvarez para visitar y ayudar a sentar las bases haciendo pruebas de tierra y diagnosticar los problemas con algunas de las casas de la localidad dañadas por el terremoto.La mayoría de los problemas que Malvido Álvarez vio en su recorrido se resumían en tres problemas principales, dijo: porque la casa no tenía buenos cimientos, no había recibido mantenimiento adecuado o se habían mezclado elementos de cemento como columnas o techos que no funcionan bien con el adobe en el momento de un terremoto. Recomendó reforzar las casas cuarteadas con bandas de acero o vigas de madera. Malvido Álvarez comparte los sentimientos de Van Lengen con respecto al adobe, también uno de los materiales de bioconstrucción predilecto.
“El adobe es una técnica ancestral que ha sido probada durante siglos de prueba y error – es por ello que tenemos que seguir mejorándolo. Aquí tuvimos un terremoto que fue tan fuerte que los abuelos dicen que desde tiempos de sus abuelos no se sentía un terremoto tan intenso,” dice Malvido. “Lo que es interesante es que hay casas aquí de dos pisos con sus techos de teja que fueron capaces de resistir este intenso temblor. Lo que hace falta es regresar y enseñar a la gente de nuevo cómo hacer lo que sus abuelos sabían bien: la cultura constructiva del cómo construir una casa de adobe apropiadamente, y cómo cuidarla como si fuera nuestra tercera piel.”
Construyendo comunidad desde los escombros
Para Luis Miguel Espinosa, coordinador del grupo de voluntarios del barrio, la organización de este grupo ha traído dulces e inesperadas recompensas. Una gran parte de su propia casa fue destruida por el terremoto, pero una habitación permaneció sólida y segura, su familia pudo quedarse ahí mientras él y sus vecinos respondían a las urgencias de otras familias que estaban más necesitadas que ellos.
“Se siente bien poder ayudar, y creo que realmente es lo que me ha ayudado a mí – a todos nosotros – a sanar de esta tragedia y salir adelante,” compartió una mañana durante el desayuno en Amor Chikito, el centro de actividad en el Barrio de San Felipe, en Hueyápan, donde Rogelio Estrada y su esposa Maura han abierto su hogar a brigadistas viajeros de todo México y otros países.
Ahora que la mayoría de la gente tienen al menos un techo sobre sus cabezas, la atención se empieza a centrar en la fábrica de adobe y en la posibilidad de reconstruir.
Luis Miguel y sus vecinos buscan reconstruir con adobe, de la manera que les enseñaron sus padres, incorporando las técnicas antisísmicas que han aprendido de Van Lengen y Malvido.
Espinosa espera que el enfoque colectivo que están tomando ayude a Hueyápan no sólo a preservar su cultura arquitectónica, sino también a recuperar algunas de sus otras tradiciones y costumbres.
Los tequios son una manera en que él ve a sus vecinos recuperar las viejas costumbres.
“Estamos trabajando juntos como en los viejos tiempos, como lo hacían nuestros padres y nuestros abuelos,” dice. “Es un legado que nos han dejado, y es bueno recuperarlo.”
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