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Los Salasaka: Tejiendo Sabiduría, Sanación y Tradición
By El Proyecto Esperanza Posted in on 11 octubre, 2023 0 Comments
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Por Tracy L. Barnett y Hernán Vilchez
Producción por Kayla Mi-Kyung Vandervort

con apoyo especial del Dr. Raymy Chiliquinga

Como muchos en el pueblo indígena de Salasaka en los Andes ecuatorianos, Whirak Quamak es tejedor, y se especializa en tapices con elaborados relatos por los que el pueblo se ha hecho conocido internacionalmente. Cuando escuchó la noticia de la nueva y extraña enfermedad, fue a su telar de pedales y comenzó a tejer.  

Los titulares hablaban de la devastadora llegada del virus a Guayaquil, una importante ciudad portuaria a unas cinco horas hacie el sur, con hospitales colapsados y gente muriendo en las calles. A medida que la pandemia se acercaba, comenzó a trabajar febrilmente en un nuevo tejido que cuenta de forma descarnada la historia de la pandemia: un hombre acostado en una mortaja tejida, con manchas rojas que representaban el virus prominente en su garganta. Un personaje angustiado y lloroso, que llevándose las manos a la cabeza, parece dejar escapar un gemido colectivo.

Esta historia es parte de “Cosmovisión y Pandemia: Respuestas Indígenas a la Actual Crisis Civilizatoria — Episodio 2, El Legado de los Andes,” producida por El Proyecto Esperanza con apoyo del Pulitzer Center on Crisis Reporting y The One Foundation. Vea el documental, lea las otras historias, descargue el PDF y explore la serie transmedia completa AQUÍ.

El pueblo Salasaka es conocido por sus elaborados tapices que cuentan historias de sus costumbres y sus vidas. El tejedor Whirak Quamak se inspiró para tejer varios tapices sobre la pandemia, incluido éste. (Imagen de “Cosmovisión y Pandemia: El Legado de los Andes” / El Proyecto Esperanza)

“Justamente yo estaba tejiendo acá, cuando la pandemia llegó a Salasaka”, recuerda Whirak con una sonrisa triste, señalando a dos parejas de mujeres en traje típico abrazadas, con una representación de Tata Inti – Padre Sol – sobre ellas, llorando cascadas de lágrimas naranjas y rojas.

“Y en ese momento había diez personas que habían muerto, justo en el momento en que comencé a tejer aquí”, señaló. “Y por las diez personas lloró el sol… y el sol indicó que todo esto iba a pasar.. que la Naturaleza nos va a acompañar”.

Se demoró dos meses para terminar el tapiz y, cuando lo hizo, a finales del 2020, quince personas habían muerto en Salasaka. Pero lo que Whirak y otras fuentes comenzaron a notar fue que las personas que morían eran las que acudían a los sobresaturados y desprovistos hospitales de la cercana ciudad de Ambato. Aquellos que se quedaban en casa y usaban las plantas medicinales tradicionales se recuperaban.

El mensaje de Tata Inti a Whirak era cierto; a finales de 2020, lo peor de la pandemia había pasado en Salasaka y no hubo más muertes. El pueblo volvió a sus raíces, reviviendo sus medicinas tradicionales y su cultura ancestral, cerca de la tierra que los sustenta.

To read this story in English see The Salasaka: Weaving Wisdom, Healing and Tradition

Vista desde la montaña sagrada Teligote al amanecer. (Imagen de “Cosmovisión y Pandemia: El Legado de los Andes” / El Proyecto Esperanza)

Los orígenes del Pueblo Salasaka están envueltos en misterio; sus raíces provienen de los pueblos aymaras del altiplano que actualmente es Bolivia y resistieron la subyugación bajo el dominio Inka. Eventualmente, fueron despojados de sus tierras, convirtiéndose en mitimaes, un término que proviene de “mitmaq”, que en kichwa significa desterrado, usado para describir a las personas reubicadas a la fuerza por el imperio Inka. 

Según la versión oficial del gobierno parroquial de Salasaka, migraron desde el área del Titicaca hacia el norte en un largo y tortuoso viaje a través del territorio de lo que hoy es Perú, trayendo consigo sus antiguas tradiciones, e instalándose finalmente en su territorio actual en Ecuador hace unos 500 años, bajo la protección de lo que se convertiría en su apu sagrado, o montaña guardiana, el Cerro Teligote.

Como la mayoría de las mujeres Salasaka, Juliana hila su propio fibra con la lana de sus ovejas. Luego, durante una minga (trabajo comunitario), la lana se tiñe con tintes naturales que se encuentran en el Teligote. Luego, su esposo Alonso toma la lana preparada y la teje en chumbas (fajas tradicionales) y otros artículos con diseños antiguos y elaborados que reflejan la cultura Salasaka y su vida cotidiana. (Imagen de “Cosmovisión y Pandemia: El Legado de los Andes” / El Proyecto Esperanza)

Allí han vivido durante 500 años, siendo conocidos por sus exquisitos tejidos y por las ricas tradiciones que han conservado a lo largo de los siglos. Los Salasaka aún hablan runa shimi (o kichwa). Producen su hilo y entonan melodías ancestrales a través de sus propios instrumentos, y conservan desde siempre su muyu (semilla nativa). 

Raymy y muchos otros Salasaka cosechan sus hierbas en la montaña sagrada de Teligote, donde investigadores de la Universidad Tecnológica de Ambato identificaron alrededor de 160 plantas medicinales. (Imagen de “Cosmovisión y Pandemia: El Legado de los Andes” / El Proyecto Esperanza)

Hasta hace pocos años enseñaban a todos sus niños y niñas a tejer, a fabricar instrumentos, tocar música y a cultivar la tierra como parte de la educación tradicional. Los mayores y algunos jóvenes conviven aún en sintonía con las señales en la naturaleza, interpretando el lenguaje de las aves y el cielo, las plantas y las estrellas; una conexión constante con la Pachamama (Madre Tierra) para saber cuándo va a llover, cuándo sembrar y cuándo realizar los rituales de sus tradiciones Salasaka.

Muchos Salasaka todavía practican la agricultura tradicional, plantando maíz entremezclado con frijoles, papas y otros cultivos antiguos. Estos cultivos de cosecha propia se consideran un factor importante en su resistencia al Covid y otras enfermedades. (Imagen de “Cosmovisión y Pandemia: El Legado de los Andes” / El Proyecto Esperanza)

También aprenden a curar, a través de sofisticadas técnicas desarrolladas durante miles de años utilizando plantas, animales y el poder de su propia cosmovisión andina. 

Nuestra cosmovivencia se fue desterrando por múltiples factores, como la implementación de un modelo educativo que vino de Europa, centrado en el antropocentrismo, la inserción de la religión y la imposición de dogmas.

Yachak Dr. Raymy Chiquilinga
Médico tradicional y neuropsicólogo Salasaka

“Todo este conocimiento ancestral fue puesto a la prueba cuando llegó la pandemia de Covid-19”, cuenta el Dr. Raymy Chiliquinga, un yachak o guía espiritual, que a la vez es neuropsicólogo, profesor de la Universidad Intercultural Amawtay Wasi y sanador tradicional Salasaka. 

“Nuestra cosmovivencia se fue desterrando por múltiples factores, como la implementación de un modelo educativo que vino de Europa, centrado en el antropocentrismo, la inserción de la religión y la imposición de los dogmas”, profundiza Chiliquinga. 

En los últimos tiempos, muchos ya empezaban a olvidar las recetas y técnicas tradicionales de su medicina ancestral, confiando más en los remedios que la modernidad les ofrecía de forma avasallante. Con la crisis sanitaria y la falta de respuestas del gobierno y el sistema de salud oficial, y con la guía de sabedores como el propio Chiliquinga, los Salasaka encontraron en la calamidad una oportunidad para regresar a sus tradiciones curativas; la mayoría de los que se enfermaron tuvieron que recurrir a las recetas de abuelas y abuelos para llegar a curarse.

“Mientras hay Madre Naturaleza, podemos hablar de medicina ancestral,” dice Raymy. “Pero sin Ella, no hay nada. Cuando vienen estos tipos de desequilibrios, la pandemia se complica. ¿Por qué? Porque a nivel mundial, muchas organizaciones deforestaron, mataron los bosques, y había plantas que quizás fueron muy buenas, y ya no existen.” (Imagen de “Cosmovisión y Pandemia: El Legado de los Andes” / El Proyecto Esperanza)

Los distintos síntomas de la desconocida y contagiosa enfermedad que azotó los valles del Teligote, fueron la clave para recordar y conectar con las enseñanzas milenarias de la Madre Naturaleza: fiebre, dolor de la garganta, tos, y agotamiento remitían a una combinación de plantas de las regiones altas y del trópico, explica el yachak, quien ha trabajado activamente con pacientes de Covid usando medicina ancestral para tratar la enfermedad.

Raymy Chiliquinga realizando una ceremonia de sanación luego de recibir una llamada urgente de un paciente de Covid. Sopla tabaco para eliminar las energías negativas. (Imagen de “Cosmovisión y Pandemia: El Legado de los Andes” / El Proyecto Esperanza)

Según el yachak, el Covid es “una forma de dominio, un sistema de vida invasor que coloniza a su pueblo”.

“El miedo fue el punto que desequilibró a las personas, haciendo que decaigan y que por cualquier infección viral se sitúen en estado de riesgo e incluso puedan fallecer”, afirma Chiliquinga. 

Según el sanador, en el pueblo Salasaka hubo pocos fallecimientos, y la mayoría fueron adultos mayores que ya tenían comorbilidades; no hubo jóvenes víctimas del virus, lo cual coincide con varias otras fuentes consultadas.

“Los rituales ancestrales fueron fundamentales para equilibrar una situación que alarmó a toda la comunidad”, dice Chiliquinga. Los que más se practicaron fueron las ofrendas a la Pachamama con el cuy negro, limpias con cuy, preparaciones y brebajes de hierbas amargas y picantes, vaporizaciones y baños con plantas maestras, e incluso el consumo de microdosis de plantas entéogenas.

Juliana recolecta plantas para alimentar a sus conejos y cuys. (Imagen de “Cosmovisión y Pandemia: El Legado de los Andes” / El Proyecto Esperanza)

Con la llegada de la pandemia, algunos Salasaka invocaron el poder curativo de sus apus. Subiendo a los bosques del Teligote, recogieron la gran variedad de plantas medicinales que allí crecen y rezaron. Otros recurrieron a la atención de un sistema de salud gravemente desfinanciado, con resultados dispares.

“Las autoridades a nivel mundial no estábamos preparados para enfrentar esta pandemia”, relata la Presidenta del Gobierno Parroquial de Salasaka, Antonia Quinapanta. “Tuvimos que pasar por muchas situaciones, pero hemos sabido llevar adelante la situación con fortaleza, dando ánimos a nuestra población. Como pueblos indígenas, hemos coordinado y nos hemos curado con nuestras propias medicinas naturales de aquí, de nuestra localidad.”

“Para nosotros es muy triste decirles que el Ministerio de Salud no nos ha apoyado como nosotros quisimos.” – Antonia Quinapanta, Presidenta del Gobierno Parroquial de Salasaka. (Imagen de “Cosmovisión y Pandemia: El Legado de los Andes” / El Proyecto Esperanza)

Desafortunadamente, no obtuvieron el apoyo que esperaban del Ministerio de Salud, revela. La pequeña clínica de la comunidad tenía un escaso suministro de medicamentos y no había pruebas de Covid ni equipo de protección para el personal de salud. 

“Negociamos con algunas universidades y organizaciones indígenas, y de esa manera hemos podido llegar. Seguimos luchando igual con las mismas medicinas naturales para poder salir”.

Raymy explica las plantas medicinales utilizadas para tratar el Covid en su extensa botica de hierbas. (Imagen de “Cosmovisión y Pandemia: El Legado de los Andes” / El Proyecto Esperanza)

Entre las muchas plantas utilizadas en Salasaka, las citadas por las personas que entrevistamos incluyen la quina o cascarilla (Cinchona pubescens, utilizada para hacer quinina); Juanilama (lippia alba), de la familia de las verbenas; una planta llamada izo (Dalea coerulea), con propiedades antivirales; sauce blanco, un poderoso antiinflamatorio y analgésico; sauco (sambucus), para problemas respiratorios y fiebre; jengibre y, por supuesto, eucalipto, que, aunque no es una planta autóctona, ha resultado ser uno de los tratamientos para el Covid más potentes de todos.

Raymy prepara un pedido personalizado en función de los síntomas de un paciente de Covid. (Imagen de “Cosmovisión y Pandemia: El Legado de los Andes” / El Proyecto Esperanza)

Quinapanta confirmó que de las quince personas que murieron en la comunidad por el virus, todos habían estado internados en el hospital de Ambato. Los que quedaron recuperándose de la enfermedad en sus casas pudieron curarse. 

Sin embargo, esa es la mitad del número que los hospitales reportaron al Ministerio de Salud. En una tendencia que observamos en otras comunidades de nuestra investigación, el hospital reportó todas las muertes durante ese tiempo como si fueran relacionadas con el Covid. Más tarde, cuando las autoridades de Salasaka revisaron todas las actas de defunción, descubrieron que la mitad de las muertes no estaban relacionadas con dicha enfermedad, y aunque aclararon esa información al Ministerio de Salud, las cifras oficiales de Salasaka nunca cambiaron.

Raymy hace un ritual de bendición antes de tratar a un paciente con Covid. (Imagen de “Cosmovisión y Pandemia: El Legado de los Andes” / El Proyecto Esperanza)

De acuerdo con Quinapanta, ese primer año de la pandemia, unas 150 familias dieron positivo y 600 familias se aislaron como medida preventiva. Muchas personas contrajeron la enfermedad, pero después del primer año no hubo más muertes, resalta. 

Vimos la importancia de nuestras plantas nativas aquí, en nuestra localidad, y así salimos de esta crisis que nos afectaba a nivel mundial.

Antonia Quinapanta
Presidenta del Gobierno Parroquial de Salasaka

Confirmó que la pandemia tuvo el efecto positivo de ayudar a la gente a recordar y reevaluar sus medicinas tradicionales. “Vimos la importancia de nuestras plantas nativas aquí, en nuestra localidad, y así salimos de esta crisis que nos afectaba a nivel mundial”.

Además, cuando se identificó el eucalipto como un medicamento poderoso para el tratamiento de los síntomas de Covid, la comunidad envió camiones a las comunidades de la costa. “Nosotros fuimos solidarios con los de la región costa, ya que ellos necesitaban también curarse y nosotros les ayudamos”, recuerda la presidenta.

La montaña de Teligote es sagrada para el pueblo Salasaka. Los Taitas dicen que antes de ingresar al bosque se debe realizar una pequeña ceremonia para pedir permiso; de lo contrario, el andador podría perderse durante varios días. (Imagen de “Cosmovisión y Pandemia: El Legado de los Andes” / El Proyecto Esperanza)
Vista del valle donde muchos Salasaka van a cosechar plantas medicinales, pastar animales y recolectar pasto para alimentación animal. (Imagen de “Cosmovisión y Pandemia: El Legado de los Andes” / El Proyecto Esperanza)

Para los Salasaka, como para la mayoría de los pueblos andinos, recuperar sus plantas medicinales ha sido un componente importante para enfrentar la enfermedad. Pero enfrentarse al Covid ha tenido menos que ver con la dimensión física, dicen, que con la psicoespiritual.

“Para nosotros el virus es un microcosmos que como comenzamos a desintegrarnos, y partimos de entender del miedo. El miedo es el que nos desequilibra y nos vuelve presas fáciles, no sólo del Covid, sino de diferentes tipos de enfermedades”, dice Chiliquinga, quien ha pasado su carrera ahondando en el asunto.

“Y el otro punto en esta parte es entender que la muerte es parte de la vida y con Covid, hay que estar preparado para morir. Y la muerte es buena, la muerte es positiva. Pero ¿cuando es positiva? Cuando todos tus estados de vida, cuando todas tus relaciones, los equilibrios de la vida, los tienes armonizados.”

Raymy prepara un baño de vapor para un paciente con Covid. (Imagen de “Cosmovisión y Pandemia: El Legado de los Andes” / El Proyecto Esperanza)

“Entender la psicología desde el Occidente, es principalmente entender todos los procesos mentales, sustentado en diversos autores como Freud, Skinner, Pavlov, etcétera”, dice Chiliquinga. Pero para su cosmología originaria, comprender al ser humano no es sólo una cuestión mental.

“Desde la visión cósmica andina, es entender al ser humano desde los cinco cuerpos. El cuerpo mental, el cuerpo físico, el cuerpo espiritual, el cuerpo emocional y el cuerpo energético… Es ahí cuando el ser humano tiene el poder del proceso de curación, el proceso de sanación”.

El miedo es el que nos desequilibra y nos vuelve presas fáciles, no sólo del Covid, sino de diferentes tipos de enfermedades.

Yachak Dr. Raymy Chiquilinga
Médico tradicional Salasaka

Un desequilibrio en cualquiera de estos cinco niveles puede dejar al cuerpo vulnerable a cualquier enfermedad, explica. Entonces, el trabajo de sanación debe ocurrir en todos esos niveles. “Estos cinco cuerpos son responsables de equilibrar tus estados de vida y a la vez entender y aceptar que la muerte es parte de la vida,” dijo.

Raymy explica la cosmología de Salasaka y su visión sobre el tratamiento de enfermedades en su escuela INKARTE. (Imagen de “Cosmovisión y Pandemia: El Legado de los Andes” / El Proyecto Esperanza)

Mientras habla con nosotros, Raymy prepara varias plumas de cóndor para una ceremonia de sanación. Las plumas se utilizan para limpiar el aura, explica, el primer paso en el tratamiento a los pacientes de Covid, que generalmente llegaban con un estado mental deteriorado.

“En este tiempo, la Madre Naturaleza nos ha dado muchos mensajes y también nos ha dado muchas herramientas para protegernos”, explica el yachak. Una de esas herramientas es la pluma de cóndor, las cuales Chiliquinga encuentra guiado a través de sus sueños, que son fundamentales en las cosmovisiones de los Andes.

“El cóndor – mallku kuntur – es para nosotros el pájaro de Hanan Pacha (el mundo de arriba), de las cuatro dimensiones, de las esferas psíquicas. El cóndor es sabiduría, es tranquilidad, es pureza, es fuerza. Entonces la brisa, el aura de la pluma del cóndor, limpia ese miedo, y el aire entra por el torrente sanguíneo por la nariz, y fortalece el timo. Y es la que produce los linfocitos y la que permite potenciar el sistema inmunitario. 

“En este tiempo de cambio, de Pachakuti como lo llamamos, la gente necesita especialmente de los sabios y las sabias que tengan instrumentos, herramientas cósmicas, para hacer su trabajo”.

“En este tiempo de cambio, es tiempo de Pachakuti que nos llamamos, pues las personas necesitan especialmente los y las sabios para tener instrumentos, herramientas cósmicas para poder enfrentar.” – Dr. Raymy Chiliquinga. (Imagen de “Cosmovisión y Pandemia: El Legado de los Andes” / El Proyecto Esperanza)

Alonso Pilla, como la mayoría de sus contemporáneos en Salasaka, es tejedor, músico y agricultor, además de propietario de un albergue, Runa Huasi, donde hoy en día comparte su cultura con visitantes de todo el mundo.

Alonso concuerda con que la salud es más que nada una cuestión de actitud. Recuerda claramente el miedo de los primeros meses. “Todos nos decían que con esta pandemia o con esta enfermedad, con este Covid, íbamos a terminar, íbamos a morir”.

Comenzó a pensar mucho en la generación de sus padres. “En aquellos tiempos estaban nuestros taitas, nuestros sabios, nuestros antepasados… Eran muy fuertes, eran verdaderos curanderos, sabían preparar la hierba, sabían preparar el pulso energético que es la espiritualidad”, recordó Pilla. “Si (el Covid) hubiera llegado en ese momento, nuestros padres, nuestros taitas, con tranquilidad hubieran combatido este tipo de enfermedades. No le tenían miedo a nada, a nada en absoluto”.

Alonso Pilla y una de las llamas que pastorea en su jardín en Salasaka. (Imagen de “Cosmovisión y Pandemia: El Legado de los Andes” / El Proyecto Esperanza)

Cuando escuchó por primera vez la noticia de la pandemia del Covid, al principio no imaginó que llegaría a Salasaka; la enfermedad allí es rara, ya que la gente vive una vida activa, trabajando la tierra y comiendo su propia quinoa, frijoles y verduras de cosecha propia.

Al principio les fue difícil encontrar medicinas tradicionales. La gente había comenzado a olvidarse de las viejas costumbres. Pero con el tiempo, se dieron cuenta de que la conexión seguía ahí. Poco a poco, hablando con los mayores y apelando a la intuición, empezaron a recordar.

Antes estábamos muy individualizados, cada uno por su lado. Pero vino la pandemia y nos unimos mucho. Buscamos la comunicación, buscamos la conexión, en todas partes.

Alonso Pilla
Artista y empresario Salasaka

“Ya no tenemos miedo aquí … ya estamos bien preparados, pues ya sabemos qué es este tipo de situación”, afirma Pilla. “Aquí nosotros tenemos nuestra propia energía, nuestro propio poder y nuestra propia mentalidad. Y así es que nuestros apus y nuestros taitas nos están protegiendo a nosotros, protegiendo a Salasaka.”

“Cuando vino la pandemia, estábamos ahí ya haciendo nuevamente una medicina energética-espiritual”, dice Pilla. Para él, como para muchos que siguen la cultura, la dicotomía salud y enfermedad es una cuestión en la que la mente predomina sobre materia, “al pensar psicológicamente, mentalmente, energéticamente…. porque si usted no piensa mucho en esta enfermedad, puede vivir tranquilo y sano. Calma, paciencia, tranquilidad. Poderes mentales. Si usted piensa, ay, que esta enfermedad, y que este y el otro, entonces la enfermedad va a seguir, va a afectar a la persona porque la persona no tiene ya una energía, porque la persona se está debilitando solita”.

Alonso tocando música tradicional de flauta andina en su tienda, donde vende sus tejidos tradicionales. (Imagen de “Cosmovisión y Pandemia: El Legado de los Andes” / El Proyecto Esperanza)

En este tiempo es fundamental mantener una actitud positiva, sostiene Alonso. Es beneficioso vivir en el campo, respirar aire fresco, beber agua pura de los manantiales de la montaña, comer alimentos de cosecha propia, y vivir una vida activa y productiva, especialmente en el trabajo con la tierra.

“Hay que transmitir, hay que correr la voz, hay que dar esta energía. ‘Mira hermana, mira sobrino, mira primo, mira tío, haga esto, no te preocupes.’ Aquí nosotros trabajamos en el campo. Cuando un indígena trabaja enérgicamente, coge un azadón, machete, barra, entonces no tenemos ningún tipo de virus”.

Su esposa, Juliana, es un buen ejemplo. Se infectó y luchó contra la enfermedad solo con medicina tradicional, actitud positiva, y nunca dejando de trabajar.

“A mí sí que me cogió, pero yo sané con aguas medicinales de aquí mismo, con las plantas que yo preparé”, dijo Juliana, quien mientras habla, hila lana de merino fino, una de sus tareas cotidianas. “Pero sí me fui donde un médico. Pero no me hizo nada el médico. No me sané, me inyectaron todo, pero no me pasó nada. Yo misma me tenía que poner muy dura y con fuerzas para detenerme esa enfermedad”.

Juliana hilando lana al lado de su jardín. (Imagen de “Cosmovisión y Pandemia: El Legado de los Andes” / El Proyecto Esperanza)

Para ello se hizo baños calientes de eucalipto e inhaló el vapor, y bebió muchos tés de hierbas: hierba luisa, menta, y una sola hoja de eucalipto, porque es muy fuerte. “Yo me fui a cuidar animales, cuidar chanchos, todo”.

Se sentía un poco como tener gripe y tos, dice Juliana. “Me sentí mal, solo un poco, no más de tres días”.

También toma cuando comienza a sentir síntomas, un medicamento conocido localmente como cascarilla, elaborado con la corteza del árbol de quina, que se usa para producir el antimalárico quinina y que ha mostrado resultados positivos en estudios médicos sobre tratamientos de los síntomas del Covid. “Tomo una cucharadita en el desayuno y una cucharadita antes de acostarme. Con eso, estoy bien”.

Sus padres, de 83 y 80 años, también atravesaron con salud la crisis sanitaria; al momento de nuestra última entrevista, en marzo de 2023, aún no habían contraído el virus. “Mis padres creo que son un poco más fuertes porque ellos comen quinua, comen arroz de cebada, morocho partido, hacen morochos, coladas de maíz, comen col; todo ello les protegió. La comida es fundamental. En la actualidad Alonso y yo comemos un poco de comida que es ya con químicos.  Creo que por ello la enfermedad coge más rápido. Somos débiles, pero mis papás, no”.

Uno de los beneficios de la pandemia, dice Alonso, fue que los vecinos que apenas tenían tiempo para hablar empezaron a buscarse y comunicarse. “Eso era muy importante en aquellos días, correr la voz. Porque un vecino venía con una planta y otro escogía una planta diferente. Todos aprendimos unos de otros y también nos apoyamos unos a otros”.

Juliana continuó cuidando a sus animales durante lo peor de la pandemia, incluso cuando estaba enferma. (Imagen de “Cosmovisión y Pandemia: El Legado de los Andes” / El Proyecto Esperanza)

Al comienzo de la pandemia, como muchos habitantes de los Andes, Chiliquinga apeló a la sabiduría de Mama Coca, la hoja sagrada de la planta de coca. Lo que vio fue que la pandemia reveló una humanidad que aún no se ha “humanizado”, una especie que busca dominar a las demás y a la Tierra a cambio de un beneficio material – y que algunos estaban usando el virus mismo para esos fines, lucrando con él y usándolo para controlar a las masas.

Bajo el sistema económico occidental, dice Chiliquinga, el ideal andino del sumak kawsay, o buen vivir, se ha distorsionado de un modelo de vida ecológica equilibrada a una búsqueda interminable de bienes materiales. Esto ha llevado a una destrucción devastadora del medio ambiente que tiene mucho que ver con la creación de las condiciones para la pandemia.

“La deforestación es el Sacha yurakuna wañuy, es precisamente el aniquilamiento de los seres del Kaypacha, el mundo visible, que son los yurakuna, que son las plantas. Para nosotros, hablar de la aniquilación como causa es porque sentimos el dolor; todo lo que hacemos o de lo que hablamos es creado gracias a las plantas.

“Pero el poder económico dice no, yo necesito esa economía. ¿Por qué? Porque el sumak kawsay para ellos es tener carro, tener títulos, tener marcas de ropa, tener viajes a otros países. Dice, no, por fin, yo tengo Sumaq Kawsay – pero a cambio de qué? A cambio del sacha wañuy, que es la deforestación.”

Bosque frondoso al inicio del sendero que sube a la montaña sagrada Teligote. (Imagen de “Cosmovisión y Pandemia: El Legado de los Andes” / El Proyecto Esperanza)

Ese proceso está ocurriendo por todos lados, con el rápido crecimiento de la cercana ciudad de Ambato y la creciente urbanización de Salasaka. En el contexto de la pandemia, esto tiene graves implicaciones, dice Chiliquinga. “¿Por qué? Mientras exista la Madre Naturaleza, podemos hablar de medicina ancestral. Mientras no exista la Madre Naturaleza, no se puede hablar de medicina ancestral… Mamá Coca dice que esto es un comienzo. Aparecerán muchas cosas, aparecerán otras pandemias y habrá debilidad”.

Pero en Salasaka, la gente y la tierra se mantienen firmes. “Antes de esta pandemia estábamos muy individualizados, cada uno por su lado”, recuerda Pilla. “Pero vino la pandemia y nos unimos mucho. Buscamos la comunicación, buscamos la conexión, en todas partes.”

Chiliquinga, Pilla, Whirak y otros siguen haciendo sus incursiones al Teligote, como lo han hecho sus ancestros durante tiempos inmemoriales, para encontrar su medicina, conectarse con sus apus y con su propia sabiduría interior. Allí arriba en el Teligote, en simbiosis con lo que queda del bosque nublado, donde los árboles están cubiertos de helechos y musgos, las aguas corren claras y los vientos soplan frescos y limpios. Ahí es donde encuentran el bambú para sus zampoñas y la madera para sus tambores, los tintes para las telas que tejen – y todavía, hasta ahora, el tesoro de la sanación natural.


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