Por Tracy L. Barnett y Hernán Vilchez
con producción por Lafkenche Juan Antonio Calfín
fotos de la película del Proyecto Esperanza “El Legado de los Andes”
Para el pueblo Mapuche de la Patagonia Chilena y Argentina — Wallmapu, como sus habitantes originales llaman su territorio — advertencias comenzaron en forma de flor. Cuando el antropólogo Mapuche Carlos Painemal recorría los territorios, no dejaba de oír hablar de ello: las quilas estaban floreciendo. Este tipo de bambú solo florece una vez en la vida humana, como máximo, y para los ancianos es una advertencia.
Esta historia es parte de “Cosmovisión y Pandemia: Respuestas Indígenas a la Actual Crisis Civilizatoria – Episodio 2, Legado de los Andes,” producida por El Proyecto Esperanza con apoyo del Pulitzer Center on Crisis Reporting y The One Foundation. Vea el documental, lea las otras historias, descargue el PDF y explore la serie transmedia completa AQUÍ.
“Desde el mar a la cordillera, escuchaba de la gente el comentario de que las quilas estaban floreciendo. Y al preguntar qué significaba eso, me decían ‘significan desgracias, vienen pandemias, vienen guerras, hay que prepararse, las familias deben prepararse’,” recuerda Painemal.
Después vinieron los eclipses: en Chile y Argentina se vivieron dos eclipses totales de sol, uno en julio del 2019 y el otro en diciembre del 2020.
“Los eclipses son malos para la sociedad Mapuche porque es la muerte del sol. Ya? Pero más grave aún es cuando hay dos eclipses. La sociedad Mapuche sabía que eso era muy grave.”
To read this story in English, see The Mapuche: Cultural Survival in the South
Sonia Millahual Cheuque, lawentuchefe -yerbera tradicional, y lonko -jefe tradicional, de la Isla Treke de Queule, Chile, fue una de las que vio venir la gran enfermedad en las quilas*, en los eclipses y en sus peumas o sueños.
“Espero poder ayudar a curar esta enfermedad con lo poco que yo recolecto,,” dijo, con sus ojos oscuros moviéndose nerviosamente bajo su pañoleta floreada. Trato de guardar para más adelante mi futuro. Lo veo incierto porque con esto de el Eclipse, el Lahn Antü (Muerte del Sol) que se dice, no sabemos qué cosas más nos prepara esta vida, no es cierto? No sé si ven, yo digo que no viene nada bueno.”
Millahual encontró que la tendencia de observar y celebrar los eclipses es un reflejo de la ignorancia y la falta de respeto en la sociedad moderna.
“Yo digo que no viene nada bueno. Lo mismo cuando floreció la quila el año pasado, yo les dije ‘no viene nada bueno’, que se yo, todos alegres porque había flor de quila, no la habían visto, no se alegren les dije ‘porque eso es ruina, enfermedad’ y esto es lo que estamos viviendo. Y ahora con esto yo creo que va a venir tanto bueno como tanto malo.”
Millahual, quien también fue maestra de la lengua y cosmovisión Mapuche, entrevistada en diciembre del 2020, dijo que sus sueños le advertían que se preparara espiritualmente para los tiempos que venían. Pero menos de un año después había fallecido, víctima de la misma pandemia contra la que estaba luchando.
Ella se preparó lo mejor que pudo, recolectando y almacenando su lawen, o plantas medicinales. Sin embargo, cuando la pandemia comenzó, el gobierno chileno restringió la movilidad y se volvió complicado para Millahual y otros médicos tradicionales recolectar sus hierbas y visitar a sus pacientes. Fue una de las cosas más difíciles que había vivido, dijo, no ser posible de hacer mucho para ayudar a su comunidad durante el tiempo de la pandemia.
“He ido ayudando en la medida que yo puedo con mi lawen, previniendo, dándole la buena (medicina) a la gente para que no se enfermen. Gracias a eso yo tengo a toda mi familia sana.”
Pudo curar a su madre de 89 años. “Tuvo una bronquitis bien fea, pero no fue a médico. Le dije que no fuera, porque yo le haría el lawen. Ahora ya está sanita.”
El aislamiento impuesto por el gobierno durante la pandemia afectó de diversas maneras a Millahual y su pueblo. Los Mapuche consideran la vida colectiva como parte integral de su existencia; y como tal, esta pandemia y el aislamiento social que implicó presentó un desafío particular para la costumbre indígena local. Su palabra para comunidad expresa el concepto: el lof es una unidad social que incluye equilibrio y relación recíproca entre sí y con la tierra que los sustenta.
Es un elemento esencial de sus vidas, especialmente en ritos de iniciación como el nacimiento y la muerte. El lof, al igual que el concepto andino de ayllu, no es sólo un espacio físico, sino también cultural y espiritual.
Millahual perdió a varios seres queridos a causa de la pandemia, incluido su hermano, y el dolor de perderlos se profundizó enormemente por la imposibilidad de visitarlos durante su enfermedad o reunirse en acto mortuorio.
“Ya no podemos velar a nuestros muertos, ya no podemos hacerle ceremonia, ya no podemos visitar a nuestros seres queridos en un cementerio.” dijo ella. “Te quedas con todo eso guardado para poder llorarlo solo en tu casa y eso no es la costumbre, no es sano para nosotros.”
La muerte de Millahual fue anunciada en las redes el 10 de agosto de 2021 por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de Chile. Había sido reconocida como “Tesoro Humano Vivo” de acuerdo con la UNESCO. La causa de su muerte, según le informaron a Calfin amigos y familiares: Covid-19.
La muerte de la líder curandera fue un doloroso símbolo de la desconexión entre la tradición cultural y las formas modernas de enfrentar una crisis de salud como ésta, dado que los Mapuche han desarrollado una poderosa farmacopea de más de 500 plantas curativas a través de procesos de prueba y error durante miles de años. De hecho, un árbol chileno utilizado durante mucho tiempo por los Mapuche, conocido como el árbol de quillay, fue un ingrediente de la primera vacuna contra la malaria y terminó siendo utilizado por la empresa farmacéutica Novavax en al menos una vacuna contra el Covid-19.
Las severas restricciones del gobierno sobre las personas medicina como Sonia, indudablemente afectaron la resiliencia de la comunidad durante la pandemia, “Y todavía no se pueden dimensionar totalmente sus efectos,” dijo Painemal en una entrevista en febrero del 2023. Los y las lawentuchefe y machi tradicionales continuaron su trabajo, aunque discretamente y sin el impacto que podría haber tenido, según Painemal.
El impacto de la pandemia en las comunidades Mapuche no fue tan severa, dice, especialmente en las comunidades más tradicionales que aún tenían una fuerte conexión con la tierra.
El concepto Mapuche de salud va mucho más allá de lo médico, dice la etnobióloga Ana Ladio. “Este concepto de salud que es biocultural tiene que ver con equilibrio social y equilibrio natural. Implica entonces una dependencia directa con la salud de animales, de vegetales, de montañas, de agua. Por eso el pueblo Mapuche lucha contra la contaminación, contra la destrucción ambiental, con la destrucción y uso indiscriminado de las plantas para la industria farmacéutica; porque eso lo ve como acciones disruptivas de un desequilibrio y que por ende les afecta a ellos mismos.”
El mismo nombre “Mapuche” incorpora esa idea (Mapu significa “Tierra” y Che significa “gente”). “Las plantas, los animales, el agua, todos los cohabitantes (de la Tierra), tienen espíritu, tienen su propia agenda. Y si todos están bien, hay equilibrio y hay salud”, afirmó Ladio. Según la medicina Mapuche, cada planta o elemento tiene su propia voluntad, y no puede ser manipulado. El medicamento debe consentir en curar. Y ese ansiado equilibrio y conexión con la Naturaleza y con la ley tan necesaria para la buena salud, es cada vez más esquivo desde hace más de un siglo.
Alrededor de 1,5 millones de Mapuches constituyen casi el 10 por ciento de la sociedad chilena y argentina, la gran mayoría en su tierra natal del sur, Wallmapu o, como la conoce la mayor parte del mundo, la Patagonia.
Un recrudecimiento de la violencia en la región Mapuche en los últimos meses, basada principalmente en conflictos por la extracción de recursos en sus territorios, ha puesto a prueba la presidencia de Gabriel Boric; sus intentos de resolver el conflicto a través de más de un año de diálogo y una nueva constitución que otorga más derechos a los grupos indígenas fracasaron en septiembre de 2022, cuando los votantes la rechazaron. Y durante su mandato ha continuado la militarización y la aplicación de la ley antiterrorista, al igual que con su antecesor, el presidente de la ultraderecha Sebastián Piñera.
La curación es tanto un proceso espiritual como físico, y diferentes tipos de curanderos se especializan en los diferentes aspectos. El lawentuchefe es especialista en medicina vegetal, mientras que la machi realiza su poderosa labor curativa en el lado espiritual, invocando al newen, o energía vital para superar la enfermedad.
Trabajar en grupos familiares y comunitarios es importante para el machi porque él o ella obtiene fuerza de la comunidad, dijo Painemal. En ambos casos, los estrictos cierres gubernamentales y las restricciones de movimiento supusieron un duro golpe para los curanderos Mapuche, haciendo casi imposible practicar de manera efectiva.
“La machi tiene la capacidad y la fuerza, tiene los newenes (“las energías”) para buscar el mal en otros espacios. Allí se combaten con otros, con el mal, digamos,” explica Painemal. “Y para eso, para que la machi tenga fuerza, lo que necesita es la comunidad para librar esa batalla. Y en donde la machi ya hace el proceso de sanación, la enfermedad llega a la machi y la machi es la que expulsa esa enfermedad.”
En particular es importante que todos los miembros del linaje familiar estén ahí, para darle a la machi la fuerza necesaria, dice Painemal; pero durante la pandemia eso no era posible.
Marcelo es un machi de la villa de Rawe, cerca de Temuco, que pidió que su apellido no fuera revelado, debido a la represión por parte del gobierno hacia los machis y otros curanderos tradicionales.
“Según nuestra cosmovisión de Mapuche, nosotros nos basamos en leyes que son universales, no en leyes terrenales,” describe Marcelo. “Tenemos que hacer rogativas (ceremonias especiales de rezo), tenemos que dejarle ofrendas a la Tierra, hacer sacrificios, orar, hacer muchas cosas en ceremonias.”
La principal entre las obligaciones ceremoniales de los machi y de los Mapuche en general es el Nguillatun, una poderosa oración colectiva de dos a cuatro días, dependiendo del territorio. El Nguillatun se realiza por muchas razones, en parte para garantizar que haya buenas cosechas, que las plantas medicinales crezcan y que los animales y las personas estén fuertes y sanos, explica Marcelo.
Con las restricciones de Covid en Chile, cualquier reunión, incluidas las religiosas, requería un permiso; y generalmente se denegaban los permisos a rogativas y nguillatuns.
“Cuando nosotros hacemos rogativa, hacemos nguillatun, pedimos que llueva, que haya paz, que haya armonía, que se mantenga la sincronicidad con el universo, con los ciclos de la Luna, con todo eso. Entonces, cada vez que se rechaza el permiso para cualquier ceremonia o cualquier ritual que es importante, nos están quitando fuerza, nos están pasando como por encima.”
“Eso es lo que más duele, que quieren quitarnos lo que es más importante para nosotros – el derecho a mantener nuestra cultura viva, a basarnos en las leyes universales.”
Al mismo tiempo, la gente estaba encerrada en sus casas frente al televisor, expuestos a un constante bombardeo de peligro, observó Marcelo.
Un problema particularmente difícil para los curanderos tradicionales en las áreas rurales fue que el gobierno solicitaba a las personas a que se conectaran durante la cuarentena y registraran sus salidas y movimientos usando el internet – un recurso escaso en las comunidades rurales Mapuche.
Para lawentuchefe como Panchita Calfin, esto era imposible; sabe leer el paisaje como un libro, así como los síntomas de un paciente enfermo, pero no sabe leer español. Incluso si pudiera, no tiene Internet, por lo que cada vez que salía de casa corría el riesgo de ser acosada por las autoridades o incluso multada.
“En muchas comunidades todavía no hay acceso a las líneas telefónicas,” explicó Panchita, entrevistada en octubre del 2020. “No sé manejarme en la tecnología, entonces no podría sacar permiso, no podría decir ‘voy a ir a tal parte’. No podemos porque quedamos aislados, quedamos privados en esto. Y yo, que soy mujer de medicina, tengo que llevar la medicina cuando me lo piden y no he podido ir a visitar a mis pacientes a otros lugares.”
Así que en lugar de que pudieran avanzar y apoyar en la crisis, las machi y lawentuchefe fueron relegados a las sombras por el gobierno chileno. “En vez de ayudar y llevar la medicina, ahí quedé encerrada yo,” dijo Panchita.
En los seis meses que quedó encerrada dejó de ver a sus pacientes, tanto Mapuche como winka (no indígenas). “Tenía pacientes que ya estaban dados de alta, otros que estaban mejorándose y el mes pasado que fui a ver a mis pacientes y muchos retrocedieron de sus enfermedades y estaban sufriendo mucho. Pidiendo por favor que no los dejemos abandonados, que por favor podamos llegar. ¿Cómo podemos hacer? Entonces yo le digo yo. ‘Yo no sé cómo llegar a usted, pero el rezo aquí está’.”
Panchita sufrió terriblemente por no poder ir a atender a sus pacientes.
“Me da mucha pena de que nosotros no estemos dentro del sistema del winka. Entonces es como que los dejamos todos abandonados. Y estoy muy afectada internamente de que no pueda estar yo llevando la medicina cuando tenemos tanta medicina buena. Y eso también le pediría que los lawentuchefes y las machi puedan ser reconocidas en este sistema del estado, que podamos entregar la medicina y ser reconocidas libremente y que podamos entre todos ayudarnos.”
Ana Ladio, quien ha trabajado exhaustivamente con el pueblo Mapuche, explica que para ellos, el coronavirus es sólo la historia repitiéndose.
“Los Mapuche asocian al coronavirus como una enfermedad winka. Básicamente parte de su experiencia, dado que en la historia Mapuche han sufrido sucesivas pandemias como la viruela, el tifus, la peste negra y esas enfermedades, justamente ellos han podido darse cuenta que estaban asociadas con la llegada del hombre blanco. Pero no es solamente la llegada en sí del hombre blanco, sino la llegada de esa relación disarmónica con la naturaleza, a su territorio,” explicó Ladio.
“Entonces por eso hay desde una experiencia, ‘esto ya lo vivimos’, como dicen muchos. Entonces ya pasamos por las pandemias que hemos sufrido y obviamente se asocia con estos modelos que son totalmente disruptivos del equilibrio.”
La mayor fortaleza de la sociedad Mapuche al enfrentar la pandemia, de acuerdo con Ladio, fue su visión ética basada en la solidaridad, reciprocidad y complementariedad.
“Entonces, lo que se ha hecho en esta pandemia es tratar de reforzar esos preceptos éticos,” dice Ladio. “Han usado los medios virtuales muy fuertemente para la comunicación de mensajes, de acciones para hacer, por ejemplo, el llamamiento a preservarse en el territorio, a quedarse en el territorio, a volver al territorio. El llamamiento a volver a las lawen, es decir, a las plantas medicinales. El llamamiento a cultivar la tierra, a recuperar las semillas, el llamamiento a ayudarse entre ellos.”
Aunque gran parte de las comunidades Mapuche tienen un acceso muy limitado a Internet, éste sigue desempeñando un papel clave, según Ladio, especialmente en términos de llegar a los jóvenes. Se crearon numerosas estaciones de radio digitales donde se transmitían conocimientos tradicionales. Se compartió música y poesía Mapuche para brindar acompañamiento espiritual a las personas. Los medios virtuales permitieron cierto grado de organización, permitió que las comunidades compartieran información sobre cómo se llevaba cada una de ellas.
“Fue realmente algo que fue incorporado, esta herramienta, que no quiere decir que antes no la usaban, pero de repente se volvió clave. Y esto creo que es una de las de las capacidades que uno puede advertir del pueblo Mapuche, el poder incorporar cosas nuevas. Y eso justamente hace que tenga esa capacidad de resistencia y resiliencia.”
El concepto de sanar con plantas es muy diferente para la sociedad Mapuche, de acuerdo con Ladio. “El lawen se puede definir como una planta medicinal, pero quizás esa definición le queda muy corta, porque no es simplemente un remedio, un elemento, sino que es un ser vivo, tiene espíritu,” dice. “La lawen es realmente un ser que ayuda en la salud a las personas, que se le pide permiso para utilizarlo, que se le agradece por sus usos benéficos y que tiene agenda propia. La lawen, si encuentra que la persona no ha cumplido con preceptos éticos, de ser solidario, de cuidar la tierra, quizás no le ofrezca curación. Algunos hablan de que las plantas son brujas. Que saben si van a curar o no van a curar. Tienen una agenda propia para el pueblo Mapuche. Entonces eso es algo muy interesante y que hace que sea muy difícil equipararlo a un concepto de remedio como nosotros conocemos en la sociedad occidental.”
Silvia Navarro Manquilef es originaria de la comunidad de Huampoe, en la región de Curarrehue, al sur de Chile, y kimche, profesora de lengua y cultura tradicional Mapuche. Junto con su hija Katerin y un grupo de mujeres, está trabajando en un proyecto de reforestación y para restaurar un afluente del río Huampoe. La comunidad se ha visto dramáticamente afectada por la instalación de varios proyectos contaminantes de piscicultura, donde ahora trabaja la mayoría de los residentes. El río que es sagrado para ellos, y sigue siendo su fuente de agua, alimento y conexión, ha sido contaminado. Los mallines, los ricos ecosistemas de humedales nativos del territorio que alguna vez fueron una gran fuente de pasterío para los animales, están llenos de basura y son quemados y drenados.
“Aquí ha habido un abandono territorial”, afirma. “Lamentablemente las empresas piscícolas llegaron aquí hace más de 20 años. ¿Y qué pasó? La primera causa es que se destruyó parte del ecosistema. Los ríos estaban contaminados. Y a su vez, al contaminar los ríos, el ganado vacuno, ovino y los lawenes que crecen en la ribera también comenzaron a sufrir daños. Han estado deforestando y hay quienes prenden fuego para quemar las plantas de quila. Cortan los árboles en verano, ignorando por completo lo que significa un humedal, el mantenimiento del agua en un ecosistema”.
Silvia, hija de un lawentuchefe, creció profundamente inmersa en la cultura y recuerda bien el río como una característica central de la vida comunitaria en su infancia. “Hacíamos vida social, nosotros pasábamos por el puente, nadábamos para ir a jugar con los chicos del vecino. Jugamos, nos bañamos, la gente tomaba agua del río.”
Usaban el río para pescar, para lavar su ropa y los vegetales que cosechaban de sus huertos. “Y ahora no se puede hacer porque está contaminado, está podrida esa agua,” se lamenta. “Me da pena y mucha rabia que haya gente que se vendió a la piscicultura.”
Un vecino que es ministro evangélico se oponía a las piscifactorías y juntos lucharon contra la industria por un tiempo. Pero la empresa le ofreció una compensación por los daños a su tierra y prometió pagarle cada año. Pronto dejó de quejarse y con el dinero construyó una casa. Ahora tiene tres casas, dos camionetas y tres coches, dice, y no tiene problemas con las piscifactorías.
La creciente presencia de iglesias evangélicas ha hecho mucho por debilitar la cultura, dice Silvia. “Nos olvidamos de hablar nuestra lengua, nuestro Mapudungun, se avergüenzan. Hasta dicen ‘yo no soy Mapuche’, pero llevan el apellido. El apellido les sirve cuando tienen que recibir una ayuda, ahí se acuerdan que son Mapuche. Pero el hablar la lengua, practicar la vida cultural como lo hacían nuestros viejos antiguamente, para ellos es algo demoníaco, es algo que da vergüenza, algo muy feo.”
“¿Quiénes son esa familia? ¿Cómo vivía esa familia antiguamente? ¿Y qué podemos hacer nosotros para fortalecer esa familia? Volver a las prácticas tradicionales en la familia permite volver así hacia atrás y recuperar las prácticas hacia el cultivo de la semilla, debe empoderarse otra vez,” dice.
La escuela donde trabaja tiene un huerto donde los niños aprenden, y hay un espacio para plantas medicinales, un espacio para flores y un espacio donde siembran semillas de hortalizas: calabaza, haba, arveja, maíz, lechuga. Los niños aprenden a plantar, regar y desyerbar el espacio de su jardín, e incluso aprenden a podar. Silvia trabaja con un veterinario que lleva a los niños a observar cuando trata a un animal en la granja de algún vecino.
También practican la recolección de frutos silvestres,, subiendo a las colinas para cosechar piñones y bayas, observando las diferencias en el terreno. Los niños documentan todo en sus diarios y todo queda grabado en video, así al final del semestre tienen un registro de todo lo que han hecho. Y el huerto es un proyecto que dura todo el año, por lo que pueden cosechar lo que sembraron en la primavera.
Silvia también les enseña a los niños la antigua práctica Mapuche del trafkin, un mercado tradicional de trueque. En el pasado, el trafkintun o trafkin era un medio de conexión, un lugar donde se intercambiaban afinidades y amistades junto con semillas y productos, herramientas y artesanía, y cualquier otra cosa que la gente quisiera comercializar. Estos encuentros de intercambio estaban interconectados y eran esenciales para la soberanía alimentaria y la supervivencia del pueblo Mapuche.
“No solamente es cambiar papa por trigo, sino también a quién le estoy cambiando,” dice Silvia. Hacer los intercambios en persona establece una relación. “Ahora lo conozco, sé de dónde viene, cómo trabaja y él también a su vez me va a conocer a mí, y va a conocer mi territorio.”
Katerin ha visto cambios notables en los niños en los seis años en que su madre ha enseñado en la escuela. “Ha cambiado mucho la visión de los niños, porque ellos han aprendido mucho. Aprendieron a rescatar lo que sus papás en casa no le enseñan y han comprendido muchas cosas como nuestra lengua materna, que es el mapudungun y a identificar aves, remedios, plantas, todo. Las semillas también.”
También intenta transmitir a los niños, y a todo aquel que quiera escuchar, la importancia de la medicina de los antepasados, entre ellos el agua, que es la medicina más importante de todas. A pesar de la contaminación del río, ella mantiene viva esa comunicación.
“A veces le digo a mi perro Cicerón: ‘Vamos. Quiero ir a hablarle al río.’ Y llego a la ribera y me paro ahí y le hablo así como que yo estuviera hablando con otro, con un ser superior a mí, alguien que está ahí todavía, que no ha sido intervenido, que sus aguas bajan, puritas, frescas, muy frías. Y es como que hay una conexión… al agua se le respeta mucho y no se juega con eso.”
Proyectos como el de Silvia cobran cada vez más importancia en el contexto de lo que Tomás Ibarra, investigador de la Universidad de Villarrica, llama “la muerte de la experiencia”. Ibarra ha vivido en la misma región que Silvia durante 15 años y ha sido testigo de un creciente déficit de naturaleza no solo entre las poblaciones urbanas, sino incluso entre los Mapuche rurales, y la pandemia exacerbó esa tendencia, con el aislamiento y el tiempo frente a la pantalla convirtiéndose en la norma.
“El déficit de naturaleza es un fenómeno que se ha descrito a escala global, pero fundamentalmente en países desarrollados, altamente urbanizado, y se refiere al hecho de que hoy en día los seres humanos, la sociedad en general, pero en particular los niños, están teniendo cada vez menos interacciones directas. El tocar del sentir, del oler, del probar la biodiversidad que los rodea.”
En las zonas rurales, Ibarra señala el creciente uso de la tecnología en el hogar y el sistema educativo. Entre los procesos que han desencadenado una extinción de la experiencia, dice, están: “el que seamos sociedades cada vez más urbanizadas, el que estamos altamente tecnologìzados, el que los niños están altamente programados, agendados, respondiendo a sistemas escolarizados que los están alejando de la naturaleza; del entorno.”
La extinción de la experiencia no sólo se refiere a una menor interacción con la naturaleza y con la biodiversidad, sino también a una menor interacción con la historia, con las culturas, con las narrativas, con los abuelos. “Es la extinción de la experiencia biocultural”, afirma Ibarra.
El grupo de Silvia es uno de muchos en los territorios que mantienen la lucha contra el rápido avance de la urbanización, sentando las bases con los jóvenes para poner en alto el valor del patrimonio biocultural que es su legado como Mapuches.
“Si recuperamos tierra, podemos sembrar nuestra semilla, y si sembramos nuestra semilla en nuestro propio territorio, vamos a estar produciendo alimentos sanos. Y eso también es menos consumismo hacia el mercado… el formar una economía propia de un lugar, de un lof, de una comunidad. Y lo ideal sería que todo Mapuche tuviera esa conciencia. Tener en cuenta que la cultura y la alimentación van de la mano.”
Para Painemal, la integridad de la cultura Mapuche y la de las culturas indígenas de todo el mundo es la clave para el futuro; y en Chile, ese hecho se ha vuelto evidente para una parte importante de la población que se ha desilusionado con el materialismo e individualismo de la cultura occidental y su forma de gobierno.
Profundamente simbólica fue la wenufoye, la bandera Mapuche, como uno de los símbolos de resistencia más visibles en la “Explosión Social” que sacudió a la nación desde finales de 2019 hasta el inicio de la pandemia. En una foto emblemática que se volvió viral, ahí, en el epicentro de los levantamientos en la Plaza Dignidad de Santiago, lo que ondeaba entre las barricadas era una bandera Mapuche.
“En estos momentos de grandes transformaciones tectónicas y cambios profundos, creo que la sociedad Mapuche puede hacer un gran aporte a occidente”, dice Painemal. “La sociedad chilena occidental está en declive; van en busca de otros dioses, y por eso van a nuestros nguillatunes, van a nuestras actividades, ondea nuestra bandera. Es algo bueno… porque podemos cooperar con nuestro conocimiento ancestral, central en la sociedad chilena, para llenar ese vacío perdido.
“Los chilenos hoy buscan reconstituirse como comunidad, porque la sociedad chilena se ha podrido en sus cimientos aplicando un modelo neoliberal, individualista, utilitarista, mercantilista. Y lo que tiene la sociedad Mapuche es precisamente la idea de comunidad”.
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