Por Tracy L. Barnett y Hernán Vilchez
con producción por Lafkenche Juan Antonio Calfín
Fotos de la película del Proyecto Esperanza “El Legado de los Andes”
En lo profundo del sobrenatural paisaje del desierto de Atacama en el norte de Chile, considerado el territorio no polar más seco del mundo, el Pueblo Atacameño o Lickanantay logró un delicado equilibrio en colaboración con la tierra y el cosmos, desarrollando una sofisticada civilización que gozó de abundancia y belleza durante más de 12.000 años de habitar la región.
Esta historia es parte de “Cosmovisión y Pandemia: Respuestas Indígenas a la Actual Crisis Civilizatoria — Episodio 2, El Legado de los Andes,” producida por El Proyecto Esperanza con apoyo del Pulitzer Center on Crisis Reporting y The One Foundation. Vea el documental, lea las otras historias, descargue el PDF y explore la serie transmedia completa AQUÍ.
La industrialización desestabilizó ese equilibrio, y el desierto de Atacama ahora está siendo explotado como una de las mayores fuentes mundiales de cobre y, más recientemente, de litio. A medida que la respuesta del Norte Global al cambio climático presiona para reemplazar los transportes impulsados por petróleo por vehículos eléctricos, un ecosistema antiguo y único y una cultura que lo ha cuidado durante milenios se enfrentan a la destrucción.
El desierto es una maravilla natural adonde personas de todo el mundo viajan para apreciar las vastas extensiones de salinas de un blanco deslumbrante, salpicadas de lagunas de color azul brillante y rodeadas de volcanes, entre ellos el más alto del mundo. En 1990, el gobierno chileno estableció la Reserva Nacional de los Flamencos, llamada así por las tres especies de flamencos que habitan las lagunas. Paradójicamente el Desierto de Atacama es un mar de biodiversidad; hogar de animales con nombres que despiertan la imaginación: vicuñas y vizcachas, ñandúes y cóndores, chinchillas, chululos y caitíes, por mencionar algunos. El turismo masivo comenzó a llegar al área poco después de que se estableciera la reserva, y muchos extranjeros se mudaron para desarrollar el destino, un fenómeno con consecuencias socio-ambientales definitivas.
To read this story in English, go to The Lickanantay: ‘We don’t want to be a sacrifice zone.’
Este proceso fue eclipsado en los últimos años por la naciente industria del mineral del momento: el litio. “Chile es la Arabia Saudita del litio”, proclamó la revista Forbes; aproximadamente un tercio del litio del mundo se extrae del desierto de Atacama, y solo un salar, el Salar de Atacama, contiene aproximadamente el 37 por ciento del litio “económicamente extraíble” del planeta. Todo lo cual es preocupante para los originarios de la zona, los Lickanantay, y para todos los que no creen en la insistencia de la industria de que sus métodos de extracción son innovadores, sostenibles y no afectarán el suministro de agua de la región.
Con la llegada del turismo de masas, las formas de vida antiguas ya se estaban volviendo un recuerdo lejano en la mayor parte de la región; y con las crecientes operaciones del litio, mucho más. Pero en medio de las dificultades que la pandemia de Covid-19 trajo a la gente de estas tierras, resurgieron aspectos vitales de la tradición, como la agricultura del desierto, la curación a base de hierbas y el trabajo ceremonial, por lo que parte del antiguo conocimiento de los ancestros comenzó a filtrarse en los corazones y las mentes de sus descendientes.
Para nosotros ha sido fundamental el cuidado del agua, la sangre que corre en las venas que surcan el desierto. Si el agua deja de correr, no hay vida.
Es una cultura que venera las montañas sagradas que son sus guías y guardianes, los apus, los mallkus, los espíritus que habitan las cumbres que son sus altares de oración así como fuente del agua preciosa que forma la base de la vida, y que cada día escasea más.
“Somos una cultura del desierto”, dice David Barrera, líder Lickanantay y empresario turístico. “Nuestro hábitat, nuestro nicho ecológico es el desierto y el cielo; las estrellas, el universo, forman un conjunto que nosotros denominamos nuestra casa. Para nosotros ha sido fundamental el cuidado del agua, la sangre que corre en las venas que surcan el desierto. Si el agua deja de correr, no hay vida.”
Rosa Ramos Colque creció recolectando hierbas medicinales en las montañas bajo la tutela de su madre, mientras llevaban a pastar a ovejas. Aún recoge esas mismas plantas, a la vez que se las enseña a visitantes de todo el mundo como parte de su cultura y de los paisajes que les dejaron sus ancestros. Le gusta verse a sí misma como una chakana, la cruz andina pre-incáica que simboliza un puente cultural y espiritual, que hace pie en dos mundos: una embajadora de su cultura Lickanantay con la oportunidad de crear conciencia en un momento crítico para el planeta.
“Es importante tener el propósito claro, para que todas estas visitas que tengamos también puedan vivir estos momentos, estos días que vienen, con alta conciencia, integración, entendimiento, también de nuestra cultura, nuestra cosmovisión, de cómo nosotros miramos la vida”, dice Ramos.
Rosa, presidenta de la Asociación Empresarial de Turismo Indígena Atacameño-Lickanantay, es una experimentada guía turística de San Pedro de Atacama. Junto con otros empresarios turísticos Lickanantay, ha estado trabajando para elevar el perfil del turismo indígena y asegurar el apoyo gubernamental que necesitan para ser tan visibles y viables como otros grupos turísticos del área. Al mismo tiempo, han estado abogando por un enfoque más sostenible para la industria del turismo masivo y, más recientemente, para la extracción de litio.
Barrera y Ramos se han esforzado en comunicar la importancia del paisaje como entidad viva, con sus aguas y montañas sagradas. Licancabur, el volcán de 6,000 metros que se eleva como un centinela sobre la planicie desértica, es el más poderoso de todos; un sitio ceremonial de la era Inka y un lago se encuentran en su cima. De hecho, los arqueólogos señalan la presencia de sitios ceremoniales en muchos de los picos y unas 5,000 pictografías complejas esparcidas por todo el desierto como evidencia de una fuerte presencia Inka en la región. Y las comunidades atacameñas que quedan en las faldas de esas montañas aún practican sus ceremonias, haciendo sus ofrendas a los apus que habitan ahí.
“No nos gustaría que San Pedro de Atacama se llame una zona de sacrificio, sino un pueblo reconocido por su cultura, por su belleza, por su historia, por nuestro modo de vida y porque tiene características únicas en el mundo.”
Irónicamente, justo cuando los Lickanantay están obteniendo acceso a la comunidad global para compartir la sabiduría de su antigua cultura y el hábitat único que han cuidado durante milenios, ese hábitat y forma de vida están en peligro de extinción.
Con la llegada de la pandemia, el turismo se detuvo, paralizando gran parte de la economía local. Barrera cerró Terrantai Lodge, el pequeño hotel que dirige, e hizo todo lo posible para mantener a sus 20 empleados. Los residentes estaban preocupados porque la pequeña clínica comunitaria de San Pedro estaba lejos de estar equipada para la crisis; por emergencias médicas, había que viajar casi una hora y media hasta la ciudad minera de cobre de Calama.
En los primeros meses de la crisis, San Pedro era como un pueblo fantasma, recuerda Barrera, cuando los Lickanantay que trabajaban allí regresaban a sus ayllus, como se conoce a las comunidades originarias andinas.
“Vuelve el silencio y la quietud, pero de una manera abrumadora, y el pueblo San Pedro de Atacama en vez de ver soledad, tenía despoblamiento, y se produjo algo muy extraño, muy triste de ver totalmente vacías las calles del pueblo. Y en los ayllus, silencio y quietud. Vi como una introspección hacia el interior de cada uno. Y comenzaron a trabajar la tierra y lentamente volvieron a las costumbres que se estaban olvidando, que es volver a la tierra, volver a recuperar ese modo de vivir.”
En el tradicional ayllu de Coyo, el curandero Mauricio Sandón se hizo eco de los sentimientos de los pueblos originarios en todas partes cuando escuchó la noticia de la pandemia. “Cuando intervenimos de mala manera con la Naturaleza, que nos fue otorgada por el Creador, con esta omnipotencia que tenemos… nos estamos atacando a nosotros mismos”, dice.
Según Barrera, el gobierno municipal se organizó para enfrentar el desafío pero se vio abrumado. Mientras tanto, los ayllus se organizaron, dando especial prioridad a la protección de sus mayores, los pilares de sus comunidades.
“El municipio a lo mejor intentó hacer lo que mejor pudo, pero en realidad fue sobrepasado”, cuenta Barrera. “Y creo que la organización Indígena en su dinámica relacional pudo superar de mejor manera esta situación. Estas organizaciones originarias que todavía conservamos fueron fundamentales para pasar este momento difícil.”
En el ayllu de Coyo, los líderes de la comunidad actuaron rápidamente según rl relato de Sandón, miembro del consejo comunal. “Tratamos de ayudarnos a entender que esto no se venía por un rato, sino que tal vez se iba a quedar, iba a ser parte de nuestro diario vivir – y creo que no me he equivocado.”
Sería importante vivir en equilibrio, comer bien, mantenerse fuerte, dijo. “Está adentro de nuestro vivir y tenemos que adaptarnos a él para poder formar una buena inmunización, por decirlo de una manera, para poder seguir viviendo.”
Instó a los líderes comunitarios a ser proactivos en circunstancias similares, a centrarse en la educación en lugar de las estadísticas. “Yo creo que eso daría un gran paso antes de producir miedo. Antes de dar cifras, antes de decir que se murió acá, se murió allá, lo cual ayuda a que la persona tenga más miedo. Y ese miedo traduce a un fenómeno que va sembrando más temor en más poblaciones, y por lo tanto termina obviamente en un caos. Y la idea no es terminar en caos, sino aceptar que esta pandemia va a vivir de acá en adelante, así como fue la peste bubónica, la peste negra, la tuberculosis, y hasta hoy en día vivimos con ellos”.
Ramos, por su parte, se animó al ver a la gente en busca de las antiguas medicinas tradicionales, surcando la tierra abandonada durante mucho tiempo y plantando semillas.
Recordó las historias de sus abuelos sobre los sistemas que se habían transmitido de generación en generación que mantenían la vida cotidiana fluyendo con relativa facilidad. Había un tiempo y una estación para todo; un tiempo para volver a poner el techo de paja, un tiempo para renovar las paredes de adobe, un tiempo para descansar. Los ancianos sabían leer la luna, recordó; cierto color advertía que habría heladas, así que esperaban antes de sembrar las primeras semillas. Gran parte de ese conocimiento se ha perdido y, con él, el 60 por ciento de la primera siembra de la pandemia que se congeló con una helada temprana.
Pero con la llegada de la crisis, las personas comenzaron a recordar lo que alguna vez tuvieron. Uno por uno, sus vecinos comenzaron a sacar sus semillas y sus herramientas y empezaron a sembrar.
Juan Carmelo Ramírez, promotor y difusor de la cultura Lickanantay del ayllu de Catarpe, practica la agricultura, la música y las costumbres de sus antepasados. Le entristeció ver cómo muchos vendían sus tierras para la minería y construían en ellas para aprovechar el auge del turismo.
Sin embargo, durante la pandemia comenzó a ver un cambio de actitud. “Yo vi que la gente realmente reaccionó y dijeron, ‘Tenemos una tierra. La tierra nos puede ayudar a sobrevivir en estos tiempos de pandemia’. Y así fue. Comenzamos a ver por todos lados a la gente sembrando, preocupándose de las aguas.”
“Fue bueno; esa pandemia nos removió, remeció nuestra conciencia, ya que muchas veces nos descuidamos y dejamos de lado las enseñanzas de nuestros ancianos, nuestros abuelos, que primero está en nuestras aguas, en nuestras tierras. El agradecer, el intencionar para que nos vaya bien”.
Ramírez comenzó a ver el regreso de otras costumbres también, como la práctica del trueque. “La gente comenzó a valorar el trueque que se estaba perdiendo. Mucha gente no tenía el bien monetario, pero tenía cosas para cambiar. El trueque se reactivó, no en forma personal, sino que a través de las redes sociales”.
Lo que es más importante, vio a la gente dar un paso adelante en la emergencia y compartir con otros que estaban en necesidad. “También se vio la solidaridad de las personas, los hermanos indígenas y la gente que ha llegado de otros lugares a vivir acá también. Con todo el amor de ellos hacia los demás, en compartir con los demás lo poco que tenían, no importa de dónde sean ellos,” recuerda Juan.
Al mismo tiempo, Rosa Ramos observaba un resurgimiento de la memoria ancestral y estaba redescubriendo cualidades internas: confianza en sí misma, fe en su propia capacidad para cuidar de sí misma física, emocional y espiritualmente durante la crisis, capacidad que atribuye en parte a su cultura y las enseñanzas de sus abuelos.
Para Rosa y su gente, esta fuerza interior es la medicina más importante, para el Covid y para lo que sea que la vida pueda traer. “¿Hasta qué punto el miedo te puede dominar y te paraliza? A tal punto de que te cierras, y ya no quieres abrir.”
Sin embargo, el compromiso de los residentes locales de revivir su cultura y su agricultura tradicional y cosechar sus medicinas depende del agua, que la industria del litio está extrayendo a un ritmo espeluznante. Es que su territorio ancestral alberga el depósito de litio conocido más grande del mundo, que se encuentra debajo de la sal en forma de salmuera líquida rica en minerales. A medida que avanza la transición a las energías renovables, el litio se ha convertido en el nuevo “oro blanco”. La producción de litio deberá aumentar más de 40 veces para 2040 según el Escenario de Desarrollo Sostenible proyectado por la Agencia Internacional de Energía, si queremos hacer una “Transición Verde” y así evitar los peores impactos del cambio climático. Y el desierto de Atacama es clave para cumplir ese objetivo.
Si eso sucede, el impacto más devastador sería sobre los escasos recursos hídricos de la región. Se necesitan más de 2 millones de toneladas de agua para producir una sola tonelada de litio a través del método de evaporación que se está usando en el desierto de Atacama, de acuerdo con expertos de la Universidad de Antofagasta.
“La explotación del litio requiere una enorme cantidad de agua para su producción,” dice Ramos, “y nosotros estamos en uno de los desiertos más áridos del mundo, donde llueve cerca de 100 milímetros al año – comparado con el sur de Chile, que es más de 2,000 milímetros al año.”
Ramos es una de las muchas que están preocupadas de que San Pedro y todas las comunidades aledañas puedan ser sacrificadas en el altar de la energía renovable. Tanto la minería como el turismo de la región, dice Ramos, deben dejar suficiente agua para permitir la agricultura tradicional y la vida silvestre.
Pero lo más decepcionante para los opositores a la minería como Ramos y Cubillos ha sido ver a las comunidades Lickanantay divididas sobre el tema. Las empresas mineras han ofrecido dividendos multimillonarios a las comunidades, con algunos miembros de la comunidad enriqueciéndose en el proceso, sin tener en cuenta los impactos sobre el medio ambiente.
“No está el ayni – y es parte de nuestros conceptos andinos, el ayni, la reciprocidad, la comunidad,” lamenta Ramos. “No se lo está aplicando.”
Más de 20 organizaciones como el suyo y el Observatorio Plurinacional de Salares Andinas, han combatido la expansión de las minas de litio con cierto éxito. Presionado por dichos grupos el gobierno chileno demandó a las dos empresas mineras que trabajan en el Salar, la norteamericana Alberlmale y la china SQM, por uso excesivo de agua. Ésta última, con un largo historial de corrupción y con el ex yerno del dictador Augusto Pinochet, Julio Ponce Lerou, en un rol de liderazgo desde la década de 1980, se ha comprometido a sanear sus procesos. La empresa ya redujo su uso de agua a la mitad y recientemente lanzó un plan de sostenibilidad que promete reducir su uso de agua para 2030.
Sergio Cubillos, expresidente del Consejo de Pueblos Atacameños, ha sido líder del movimiento para exigir rendición de cuentas a las empresas del litio, organizando protestas, peticiones, el bloqueo de una ruta y hasta una huelga de hambre.
“Lo que las comunidades Atacameñas, con su conocimiento ancestral, venían remarcando desde hace bastante tiempo, era la escasez de agua y también aquellos impactos que se estaban dando respecto a la flora y fauna que existe en el sector, específicamente en Tilopozo y en el sector norte del Salar Atacama, donde lamentablemente los niveles freáticos han ido disminuyendo y eso ha ido impactando directamente la región; gran parte de la de la flora y fauna que existen en el sector están desapareciendo.”
Cuando las empresas de litio comenzaron sus operaciones en la década de 1990, las comunidades indígenas nunca tuvieron la oportunidad de realizar consultas, como lo exigen las convenciones de las Naciones Unidas sobre los derechos de los Pueblos Indígenas. Después de años de luchas legales y protestas, las comunidades firmaron un acuerdo en el que se les ofrecía una participación en las ganancias, y una parte de eso se utilizó para establecer una unidad ambiental para monitorear los impactos de la minería y del cambio climático. Sus hallazgos han indicado que el impacto que temían se está manifestando en todo el paisaje.
El ingeniero ambiental Lickanantay, Francisco Mondaca, quien se desempeña como coordinador de la unidad ambiental del Consejo, recuerda cuando era niño en el pueblo de Toconao, cuando sus padres lo llevaban a las lagunas a recolectar huevos de flamenco para alimentar a la familia, un tradición que se remonta a tiempos ancestrales. “Obviamente se ve feo sacar los huevos de los flamencos”, dice. “Pero antes había miles y miles de flamencos. Hoy en día con suerte hay entre 300 y 500”.
Un estudio del año 2022 realizado por la microbióloga de la Universidad de Antofagasta y ex convencional constitucional Cristina Dorador, mostró que las poblaciones de flamencos en el Salar de Atacama han disminuido entre un 10 y un 12 por ciento en los últimos 11 años, y que la disminución parece deberse directamente a la extracción de litio, y no al cambio climático. La investigación siguió a las poblaciones de flamencos durante 30 años en el Salar de Atacama y en otras cuatro colonias de salares donde no hay minería en el llamado “Triángulo del Litio” de Chile, Argentina y Bolivia. Mientras que los niveles de agua en los cinco salares disminuyeron, las poblaciones de flamencos solo disminuyeron en Atacama.
Y esta disminución es un indicador de la salud de todo un ecosistema frágil y único, dice Dorador, con características que lo vuelven ideal para proporcionar información invaluable sobre el pasado, el presente y el futuro. Las formaciones microbianas que se encuentran en los salares existen de la misma manera que en el momento de la Gran Oxidación, hace unos 2.500 millones de años, creando las condiciones primarias para la vida en la Tierra. Estas bacterias contienen propiedades antibacterianas, anticancerígenas y otras características útiles para aplicaciones agrícolas y de salud en la vida cotidiana. Por último, los altos niveles de biodiversidad que prosperan en una simbiosis compleja en situaciones que son cada vez más frecuentes con el cambio climático, dan claves para enfrentar dicho proceso global.
“Tenemos un registro de la vida pasada, del presente, y por supuesto, de lo que va a ser la vida futura, considerando la crisis climática y el calentamiento global, porque estos sistemas áridos se van a hacer mucho más frecuentes en el planeta. Entonces nosotros podremos aprender muchísimo sobre cómo la vida se adapta a estas condiciones extremas,” dice Cristina. “Pero estos ecosistemas, que son irrepetibles en todo el planeta, están siendo destruidos.”
La Unidad Ambiental funciona desde 2017 y ya entonces estableció que ha habido una baja en el nivel del agua, dato que ha sido útil para brindar contraargumentos a las empresas en procesos legales, señalan Cubillos y Mondaca. El equipo ha instalado sus propios dispositivos de monitoreo, además de volar drones sobre el área, fotografiando una clara disminución en la cubierta vegetal de la zona. La unidad también ha podido sumarse al creciente conjunto de datos que refutan un argumento clave que las empresas han sostenido desde el principio: la afirmación de que la salmuera que están evaporando para obtener el concentrado de litio está separada del agua subterránea, y que sus operaciones no afectan el suministro de agua dulce.
“Por eso las comunidades se han empoderado bastante de esto y han podido determinar que los impactos son realizados más por la minería que por el calentamiento global,” dice Cubillos, aunque advirtió que los mayores impactos probablemente se verán en unos 10 a 15 años, y para entonces, si las tendencias actuales continúan, será demasiado tarde.
Mondaca está orgulloso de lo que la Unidad Ambiental ha podido lograr. Pero no es optimista sobre el futuro de la región.
“La ley chilena de medio ambiente es pésima,” dice. “Las normativas ambientales no funcionan.”
Le preocupa la pérdida de agua, sumado al comodín del cambio climático, que según él, ha estado produciendo vientos más fuertes y calores extremos, provocando una mayor sequía del desierto.
“Todas estas presiones, las ambientales y las económicas que quieren imponer esta pseudo transición energética, nos pueden llevar a que en unos diez, veinte años, podamos desaparecer.”
Ramón Balcázar Morales, del Observatorio Plurinacional del Salar Andino, subraya la afirmación de Cubillos. Contrariamente a las esperanzas de los ambientalistas y las comunidades indígenas, afirma, el gobierno progresista de Gabriel Boric difiere poco o nada del de su predecesor en términos de protección del frágil ecosistema del desierto de Atacama.
“Hay una mayor sensibilidad, como la intención de escuchar a los pueblos indígenas, pero no es preguntarles si quieren o no quieren minería; es solamente para consultarles cómo quieren o con qué porcentaje de las rentas se van a quedar,” dice Balcázar. “Entonces finalmente un discurso progresista puede ser hasta más peligroso porque esconde de mejor forma el problema de fondo, que es el mismo. Entonces es mucho más difícil protestar contra el gobierno de Boric por el extractivismo de lo que podría haber sido contra Piñera, porque era lógico ir a protestar o criticar a un gobierno de derecha con vínculos con la dictadura, etcétera, etcétera. (Pero) Boric tiene carisma, es joven, es ecologista, feminista, un montón de cosas. ¿Entonces, cómo lo vamos a criticar?”
Todas estas presiones, la ambiental y las económicas por querer imponer esta pseudo transición energética, nos pueden llevar a que en unos diez, veinte años podamos desaparecer.
Francisco Mondaca
Ingeniero ambiental
Es especialmente frustrante el hecho de que existan alternativas al litio, algunas de ellas menos dañinas para el medio ambiente. Pero esas opciones han recibido poca atención, más debido a intereses financieros que a la ciencia, afirma Balcázar.
“Este problema no es un problema de tecnología. Este es un problema del mercado. El problema es la captura corporativa de la cadena de producción,” asegura Balcázar, quien ha estudiado comercio internacional y se ha especializado en desarollo sustentable. “Nadie va a lanzar una batería de sodio hasta que no se agote el litio, hasta que no cumplan la curva para recuperar la inversión.”
Mirando hacia el futuro, el maestro Juan Carmelo Ramírez, invoca la profecía andina de Pachakuti, el Gran Cambio.
“Esta pandemia a todos nos removió y sabemos también (que) cosas más terribles vendrán y que van a venir, porque la Tierra se está cansando de nosotros, ya que no la hemos tratado muy bien. Se habla del gran Pachakuti, el Gran Cambio y que estemos preparados también espiritualmente, emocionalmente y físicamente para resistir lo que viene.
“No soy pesimista, pero vienen cambios a nuestra tierra. Y los jóvenes deben prepararse para eso. Estudiar, mirar las estrellas, mirar las montañas, mirar los árboles, escuchar a las aves como cantan, ellas también nos dan una señal.”
Una tarde en plena pandemia, Rosa, Juan y su amiga Ilia Reyes, maestra de la cultura y lengua Lickanantay, se reunieron en el desierto frente a su montaña sagrada Licancabur para una ceremonia de rezo. Invocaron a Tata Malku, a sus apus, a sus ancestros, y dieron gracias.
“Vamos a agradecer por todas las cosas, tanto cosas buenas, tantas cosas malas, porque sabemos que el Universo permite las cosas por algo; es para volver a escucharnos, para volver a sentir y vivir. Por ello creo que pasan las cosas, pero también pedirle que ya este tiempo tiene que pasar. Ya aprendimos, ya tomamos conciencia y estamos abiertos para entregar nuestra esencia como seres humanos, como seres de la tierra. Estamos ya en equilibrio, para vivir con ella.”
Rezaron por sanación, no solo para sus comunidades, sino para el mundo entero. Rezaron por el agua, la sangre sagrada de la Tierra, para que siguiera fluyendo, limpia y clara, para las generaciones futuras.
“Yo rezo mucho por la acción; creo que ya hemos dialogado mucho, hemos tenido muchas ideas, mucho debate y quizás ahora es el tiempo de concretar,” afirmó Rosa. “Así que, haciendo ese llamado a la paz, a las buenas conversaciones para poder tener buenas resoluciones, así en abundancia, que alcanza para todos, que no tenemos por qué generar más conflicto.
“Yo rezo mucho justamente por el espíritu del agua aquí, así, rezando por nuestras agüitas internas, que siempre sea la más clarita, las más transparentes, las más certeras para poder caminar así, con fortaleza, con convicción, en los que nos toca en este momento estar en la voz.”
Oraron por su pueblo, que se les permita seguir viviendo en esta tierra como lo han hecho durante milenios; y para los pueblos indígenas de todo el mundo, que estén empoderados para ocupar el lugar que les corresponde en el planeta, mientras buscan defender lo que importa.
“Es necesario hoy día levantar la bandera como originario para que seamos escuchados,” rezaba Ilya con voz firme. “Ya escuchamos mucho a nuestros hermanos occidentales y sabemos que tienen mucho que darnos, pero también tienen que saber convivir con nosotros, porque nosotros también tenemos mucho para darles. Y en ese equilibrio podemos danzar bonito, de la mano…”
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