Por Tracy L. Barnett y Hernán Vilchez
Producción por Alan Zambrana, Solange Castro Molina y Carlos Andrés Idrobo
A medida que la pandemia se extendía por Bolivia, los Kallawaya, una antigua comunidad de sanadores itinerantes conocidos como los ‘médicos de los Inka’, esparcieron una imagen de esperanza con sus inconfundibles ponchos de rayas rojas y sus bolsas cargadas de hierbas medicinales.
Esta historia es parte de “Cosmovisión y Pandemia: Respuestas Indígenas a la Actual Crisis Civilizatoria – Episodio 2, Legado de los Andes,” producida por El Proyecto Esperanza con apoyo del Pulitzer Center on Crisis Reporting y The One Foundation. Vea el documental, lea las otras historias, descargue el PDF y explore la serie transmedia completa AQUÍ.
Con un estimado de 980 plantas diferentes en su farmacopea botánica, han desarrollado sus artes curativas durante milenios en las montañas del altiplano boliviano al noreste del lago Titicaca, a más de 4,200 metros sobre el nivel del mar, lo que les ha valido el reconocimiento de la UNESCO como patrimonio cultural inmaterial. Desde su hogar en las alturas, han recorrido el mundo con sus bolsas de hierbas medicinales y esotéricas prácticas espirituales.
Los Kallawaya se han distinguido como curanderos consumados desde al menos el año 400 d.C, realizando cirugías cerebrales ya en el año 700 d.C. Algunos historiadores les atribuyen el mérito de ser los primeros en descubrir la quinina, un alcaloide extraído de la corteza del árbol de la quina, para tratar la malaria y otras enfermedades tropicales; de hecho, estos médicos viajeros se ganaron un lugar en la historia durante la construcción del Canal de Panamá, donde salvaron miles de vidas con dicha medicina antes de que el mundo occidental desarrollara una cura para la nueva y devastadora enfermedad.
To read this story in English go to The Kallawaya: Doctors of the Inka
Como parte de su servicio a la humanidad, los Kallawaya tienen una larga tradición de viajar por todo el continente, recolectando nuevas medicinas y brindando sus artes curativas a las personas. Azucena Paucar Pari, hija de una pareja de sanadores viajeros, nació para tiempos como estos. Ha estado absorbiendo sus eficaces terapias desde antes de nacer.
“Podría decir que empezó cuando mis papás ya me concibieron, desde el vientre de mi mamá”, dice la joven orgullosamente. De pequeña, su padre, Abelino, y su madre, Elena, la llevaban a cuidar las plantas medicinales y a cosecharlas. Aprendió a plantar las medicinas y cuidar a los animales que serían utilizados en los misteriosos rituales de curación. También aprendió la importancia de hacer ofrendas a la Pachamama, siguiendo el concepto andino de ayni, o reciprocidad.
Para los Kallawaya como para todos los pueblos andinos, este principio básico es uno de varios que subyacen en su cosmovisión: retribuir a la Tierra y a la comunidad, o ayllu, del que uno forma parte. Sin embargo, el sentido colectivo de los Kallawaya es tanto global como local. Muchos viajan por el país, e incluso el extranjero, para practicar sus artes curativas, como el padre de Azucena, Abelino, quien ha ejercido su ciencia milenaria en varios países de Sudamérica y Europa. Y como Abelino, muchos se terminan instalando en las ciudades, donde pueden compartir su conocimiento donde más se necesita.
Así es que el ayllu de Azucena cambió radicalmente cuando ella aún era muy joven. Sus padres decidieron mudarse a la ciudad de Cochabamba con sus cuatro hijos. Azucena estudió para ser maestra, y durante la crisis sanitaria, a sus 37 años y ya siendo madre, entretejió las dos profesiones como su madre lo hacía con los ponchos y chuspas para que su padre lleve de viaje. De día educaba los valores andinos y los fundamentos de la medicina con hierbas a los niños de su aula de Cochabamba, y en su tiempo libre, continuaba ayudando a sus padres en su práctica médica, también atendiendo a sus propios pacientes.
Cuando la pandemia llegó a Bolivia en marzo de 2020, el gobierno cerró rápidamente las escuelas y las clases de Azucena se empezaron a dar de forma virtual. Enseguida comenzó a orientar a sus alumnos sobre las mejores formas de fortalecer el sistema inmunológico y los animó a salir a hacer ejercicio, para mantenerse fuertes y de buen ánimo.
Pronto sus alumnos y sus familias comenzaron a enfermarse, y como en toda la ciudad, la situación en su comunidad educativa se volvió crítica.
Abelino, su padre, comenzó a reunirse con otros médicos Kallawaya, y a comparar notas sobre lo que estaba resultando más efectivo, tanto para prevenir el contagio como para tratar los síntomas. En las comunidades del territorio, los curanderos estaban haciendo lo mismo: centrándose en la prevención y seleccionando medicinas tradicionales para tratar los síntomas.
Se incorporaron refuerzos inmunológicos como la cebolla, el jengibre y el limón para prevenir la infección, así como incentivar la actividad física cotidiana. Para tratar los síntomas, los médicos tradicionales combinaron la vasta farmacopea que los Kallawaya obtienen de los variados ecosistemas en los cuales se ubican sus comunidades: las gélidas tierras altas, los valles templados y los húmedos trópicos, con la incorporación de una planta exótica fundamental: el poderoso eucalipto.
Azucena confeccionó bolsas con las hierbas de dichos tratamientos, acompañados de folletos con instrucciones, que dejaba en el parque a sus alumnos, a la vez que mantenía un seguimiento telefónico con los que contraían el virus. Mientras tanto, Abelino empezó a administrar a sus pacientes un jarabe que combinaba las plantas elegidas y que estaba demostrando excelentes resultados al tratar la enfermedad, lo cual comenzó atraer de boca en boca a muchos que buscaban desesperados una cura que no sabían adonde más podrían obtener en la ciudad.
Cuando comenzó la pandemia, Bolivia ya estaba en crisis política y económica por el gobierno de facto de la hoy condenada Jeanine Añez. Para el verano de 2020 los hospitales estaban saturados y se veían personas muriendo en las calles, sin recibir ningún tipo de tratamiento. Los precios de los medicamentos y los tanques de oxígeno se disparaban y dejaban de estar disponibles para el común de la gente, por lo que ni siquiera podían tratarse en sus casas.
El Instituto de Investigaciones Forenses de Bolivia declaró en un comunicado oficial que entre el 1 de abril y el 19 de julio de 2020, más de 3,000 cuerpos recogidos en casas y en la vía pública fueron identificados como muertes confirmadas o sospechosas de Covid.
La gente comenzó a hacer fila frente a las casas de los médicos Kallawaya como Abelino. Se había corrido la voz de que había curado a cinco pacientes con su jarabe, y pronto la gente empezó a aglomerarse, desafiando la estricta cuarentena impuesta en la ciudad.
“Venían todas las noches. Realmente, la fila era inmensa,” recuerda Azucena. El jarabe tenía que ser preparado fresco cada día, así que la gente regresaba diariamente por el tratamiento, el cual luego se complementaba con baños y gárgaras de plantas medicinales.
“Hacíamos el tratamiento de lejos, a distancia”, comenta Azucena. “En mi familia no hemos caído en la enfermedad gracias a Dios y a la previsión y conocimiento de mis padres”.
De forma similar, en La Paz, la capital más alta del mundo a más de 3,400 metros, la gente hacía fila frente a la casa del médico Kallawaya Don Pedro Huaqui Silicuana, quien también había emigrado de su pueblo Amarete para que sus hijos pudieran ir a la escuela. Don Pedro trataba a las personas con tés de hierbas y con su jarabe casero. Su tarea cotidiana era salir bien temprano con su carrito cargado con diferentes soluciones a base de hierbas, para venderlas en el mercado callejero en El Alto, el barrio mayoritariamente Indígena de La Paz. Pero durante el Covid, la gente comenzó a buscarlo en su casa.
“Venían a visitarme, a hacer mirar suerte, será el Covid o será otra cosa”, cuenta Don Pedro. De acuerdo a los síntomas, emitía un diagnóstico y el tratamiento adecuado. “Así empezamos a curar del Covid. Mi curación es con jarabes (de hierbas) que yo preparaba. Los que se curaban, sus amigos y a sus vecinos le comentaban. Por eso a mi casa en La Paz venía gente, porque yo atendía con éxito esa y otras enfermedades”.
A medida que se desarrollaba la pandemia, también lo hacía la crisis política. Otra Kallawaya urbana en La Paz, Lidia Patty Mullisaca, ex diputada del Congreso boliviano convertida en activista, también se involucró en el esfuerzo para luchar contra la enfermedad. Mullisaca se daría a conocer más tarde por su demanda contra los líderes de la toma del gobierno, acusándolos de terrorismo, que finalmente llevó a Añez y a varios de sus ministros tras las rejas. Pero en los primeros días de la pandemia, Mullisaca puso a trabajar su sabiduría ancestral Kallawaya.
No teníamos vacunas, ni pastillas, ni siquiera aspirinas. El gobierno no traía a las farmacias… Pues a la fuerza hemos recuperado nuestras plantas medicinales.
Lidia Patty Mullisaca
Activista y ex diputada
Mullisaca, quien aun en la ciudad solo viste su atuendo tradicional de pollera y poncho rojo, wincha tejida y bombín andino, recuerda que mucha gente había comenzado a olvidarse de las medicinas tradicionales, y que en la barriadas y comunidades sólo se estaba recurriendo a productos farmacéuticos. Pero la deficiente reacción del precario sistema de salud pública boliviano cambió drásticamente ese panorama.
“No teníamos vacunas, ni pastillas, ni siquiera aspirinas. El gobierno no traía a las farmacias… La gente hacía fila y costaba hasta diez bolivianos ($1.50 USD) una pastilla. Pues a la fuerza hemos recuperado nuestras plantas medicinales.”
Durante el apogeo de la pandemia y ante la impotencia de la situación, Mullisaca decidió salir a las calles a repartir hierbas medicinales que cargaba en su manto tradicional Kallawaya. Manojos de eucalipto, wira wira y manzanilla entre otras, que varios aceptaban sabiendo que al menos eso podía ayudar.
“Yo, como estaba aquí en la ciudad, los repartía a los hermanos. Preparadito, ramos amarraditos le regalaba a los hermanos para que se curen y la Andrés Huaylla para que se bañen y bajen su temperatura”.
También filmó un video que mostraba cómo hacer un tónico curativo con las hierbas y lo publicó en sus redes sociales.
“Hacemos hervir miel, naranja, manzanilla con eucalipto, quinaquina de chinche (el árbol del que se extrae la quinina), romero, coca y miel. Con eso yo he hecho un vídeo y con eso nos hemos curado. Por eso mucha gente se ha curado. Me llamaban, me han agradecido.”
Pero no todos mostraron el mismo reconocimiento al aporte de Mullisaca por su labor. El entonces ministro de Gobierno, Arturo Murillo, la mano derecha de Añez, arremetió despectivamente contra los curanderos como ella en una difundida conferencia de prensa de julio de 2020.“Tenemos políticos irresponsables que con mentiras e historias sacan a la gente diciéndoles que esta maldita enfermedad es un invento y se cura con wira wira”, dijo. “No es así. Se cura con inteligencia (…) no se cura con estupidez”.
Pero después de un gobierno transitorio plagado de hechos de corrupción y autoritarismo, sectores campesinos e indígenas movilizados lograron presionar para que el gobierno de Añez convoque a elecciones generales, los votantes bolivianos rechazaron abrumadoramente dicho gobierno en las elecciones presidenciales de octubre de 2020, devolviendo al poder al partido Movimiento al Socialismo (MAS) de Evo Morales.
Murillo, junto con Jeanine Añez, fueron encarcelados. El 23 de enero de 2023, Murillo fue condenado a 70 meses de prisión en EE.UU. por chantaje y lavado de dinero en la importación de gases lacrimógenos de una empresa estadounidense. Mientras tanto Añez, acusada de orquestar el golpe de Estado que la trajo al poder, fue condenada a 10 años de prisión por los tribunales bolivianos.
El académico y médico tradicional Felipe Quilla, quien había aceptado el cargo de viceministro de medicina tradicional en el gobierno de Añez, antes de que lo eliminara, fue testigo de un fenómeno sorprendente. Ante la falla general del sistema sanitario nacional, la medicina tradicional comenzó a usarse masivamente en todas partes, incluso en los barrios ricos de la capital.
En todas las comunidades originarias se han salvado frente a la pandemia del Covid 19 gracias a esa sabiduría ancestral que ellos todavía conservan en muchos pueblos.
Felipe Quilla
Académico y médico tradicional
“Un dato que me llama mucho la atención es que, por ejemplo, en la zona sur (de La Paz), Obrajes, Calacoto, Achumani y Irpavi, donde se supone que vive gente con mucho dinero, no solían practicar la la medicina tradicional,” recuerda Quilla. “Pero todas esas familias… en su casas tenían su mate de manzanilla, de eucalipto, de wira wira, su jengibre con limón.”
“Entonces el Covid 19 ha obligado a la gente a que acuda en primera instancia a la medicina tradicional, a las plantas naturales. Después, ya cuando ya habían complicaciones, pues iban al centro de salud.”
En las zonas rurales, según Quilla, las plantas medicinales salvaron un número incalculable de vidas.
“Eso pasó en el altiplano boliviano, en los valles, en el Oriente, en todas las comunidades originarias. Se han salvado frente a la pandemia del Covid 19 gracias a esa sabiduría ancestral que ellos todavía conservan en muchos pueblos. Entonces eso fue fundamental. De lo contrario, tal vez hubiéramos tenido que lamentar muchas más muertes, una catástrofe. Felizmente no se llegó a eso.”
Julián Vega, jefe de medicina tradicional de su comunidad en el municipio de Charazani, recuerda su primera reacción cuando empezó a escuchar sobre la pandemia en las noticias.
“De otros países, grave. Estaban enterrando en bolsa tantos muertos, ¿no ve? Entonces yo me he pensado, primero los médicos vamos a morir. Entonces Kallawaya no va a estar de brazos cruzados… Hay que preparar las armas. Vamos a combatir. Pues hermanos, por eso hay que prepararse, hay que trabajar. Médicos somos.”
Los líderes de todo el territorio Kallawaya se organizaron dentro de sus ayllus, según el también médico Kallawaya Alipio Cuila Barrenoso. Médicos tradicionales, curanderos y ancianos se reunieron con las autoridades municipales y comunitarias para determinar cómo enfrentar a ese nuevo mal.
Primero fue el trabajo espiritual: pedir ayuda a los montes sagrados, donde viven los Apus, espíritus guardianes que podrían ayudarlos. Antes de que llegara la pandemia, subieron y pidieron protección, dejando sus ofrendas de la manera tradicional.
La comunicación frecuente entre las comunidades las mantuvo informadas sobre el movimiento del virus en todo el territorio. Comenzaron a estudiar los síntomas, pensando en epidemias anteriores que habían tenido efectos similares y las medicinas que se habían usado para curarlos, y compartieron sus resultados entre ellos.
Y entonces, llegó el momento de ponerse manos a la obra.
”No tenemos que dormir ni de noche ni de día… si dormimos, perdemos tiempo”, cuenta Julián, quien se levantaba temprano para cosechar hierbas, trabajaba en el hospital en el pueblo cercano de Sotopata, y hacía sus pomadas y tónicos en la noche, repartiéndolos entre quienes venían a su casa. También enviaba cargamentos de hierbas a sus contactos en La Paz y las llevaba para distribuirlas en ferias y eventos públicos.
Los líderes Kallawaya se acercaron al gobierno municipal para solicitarle que financie un proyecto para preparar tónicos tradicionales a base de miel y hierbas destinados a ayudar a las personas a fortalecer su sistema inmunológico y a tratar los síntomas si aparecieran. El gobierno suministró los materiales y los Kallawaya comenzaron a cosechar.
Recolectaron hierbas de todas las altitudes, desde las tierras altas y las tierras bajas hasta los trópicos; plantas dulces y plantas picantes; al fin, fabricaron un jarabe a base de miel y las infusiones de siete plantas destinadas a prevenir cualquier tipo de infección. Entre ellos se encontraban antimicrobianos como wira wira, una hierba curativa tradicional de la familia de las artemisias; matico, de la familia de la pimienta; y expectorantes como el eucalipto.
“Esto habíamos dicho que era un preventivo, pero al final, cuando había positivos, esto ha curado”, dijo Alipio. Sabían que el virus llegaba primero a la garganta y luego se movía a los pulmones, y ese era el punto donde la persona enfermaba gravemente. Entonces, además del jarabe, prepararon una solución antimicrobiana para hacer gárgaras y así matar el virus antes de que ingresara a los pulmones. Si eso fallaba, el jarabe contenía un expectorante y hierbas para calmar la tos. También hicieron ungüentos para ayudar a refrescar el cuerpo en caso de fiebre alta.
Otro proyecto fue un folleto con recetas para el jarabe, el néctar y el ungüento. “Tampoco podíamos alcanzar distribuir a toda nuestra gente del municipio, o a nuestros vecinos de otros municipios y provincias. Entonces, ¿qué hacemos? Hicimos un recetario. Y ese recetario tenemos que compartirlo…. ir a la visita, a dar charlas”. Confeccionaron tres colecciones de recetas específicas para diferentes regiones, correspondientes a las zonas altas, bajas y trópicas, con las plantas que crecen en cada una.
Algo interesante sucedió cuando decidieron viajar a zonas donde la gente ya no practicaba las tradiciones ni recordaba las medicinas. “Entonces la gente ya se ha recordado ‘ah sí, esta hierba siempre servía’”, revive Alipio. “De esa manera la gente empezó a cosechar, a recoger todo lo que es parte del recetario, y ya lo tenían en su mano en la casa, ¡su medicina! Entonces cuando ya ha llegado (la enfermedad), fácilmente se han curado.
No se han realizado estudios para confirmar la eficacia de estas plantas medicinales, pero Alipio es uno de los muchos que creen que son una de las principales razones de la baja tasa de mortalidad por Covid en los territorios Kallawaya.
La dieta local es otra de las razones citadas con frecuencia para explicar la alta tasa de resiliencia de las comunidades frente a la infección.
“Cuando la pandemia ha llegado a nosotros, ya todos se recuerdan qué plantas teníamos que agarrar”, cuenta Roberta Quispe Mamani, herbolaria y partera de Amarete. “Casi no tuvimos miedo.
Otra gran diferencia, dijo, es que, al contrario que en la ciudad, las personas no aislaban a sus familiares enfermos. “En el campo, casi no estábamos aislados, ¿no? Porque allá se trata de eso. Los Kallawaya tratan de eso. Cuando uno se enferma, entonces no nos miramos así nomás, al que esté enfermando. Siempre sabemos que uno está mal, entonces urgentemente vamos a visitar.”
Cuando su abuelo de 80 años contrajo el virus, a pesar de haberlo tratado con una variedad de plantas como el guaco, que habían demostrado excelentes resultados, la enfermedad persistió, por lo que tuvo que recurrir a un remedio Kallawaya poco conocido: sangre tibia de alpaca. En horas el abuelo se recuperó y sanó.
En el campo casi no estábamos aislados. Cuando uno se enferma, entonces no nos miramos así nomás, al que esté enfermando. Siempre sabemos que uno está mal, entonces urgentemente vamos a visitar.
Roberta Quispe Mamani
Herbolaria y partera
Los Kallawaya no son solo curanderos del cuerpo físico. También atienden la dimensión espiritual de los pacientes, estando entrenados en los rituales de reciprocidad que se ofrecen a los apus, las aguas, el rayo y a la misma Pachamama. De acuerdo con la espiritualidad andina, estas deidades pueden cobrarle un alto precio a los humanos que no practican ayni haciendo ofrendas regulares para honrarlos.
Ello obliga a un profundo conocimiento del trabajo ceremonial por los curanderos. Cada Kallawaya lleva su mesa, un altar compuesto de hierbas medicinales y objetos sagrados transmitidos de generación en generación: piedras, cristales, conchas, plumas, huesos de animales, símbolos cuyo significado y procedimiento sólo conocen los Kallawaya. Estos objetos sirven como canal para conectar con la Pachamama, los apus y otros seres de poder, ayudándolos a sanar en la dimensión espiritual.
Roberta recuerda los tiempos en que aún existían los tiemperos, gente que controlaba el clima. Cuando se ponía demasiado seco, subían a la montaña y pedían lluvia. Cuando la lluvia era excesiva, ofrendaban para que se detuviera. Y funcionaba. En cambio sabedoras como Roberta ven con mucha preocupación al cambio climático; las lluvias no llegan cuando se supone que deben, la escarcha cubre el suelo cuando no debiera hacerlo, y los otrora abundantes manantiales que brotaban de la Tierra se están secando, uno a uno.
“Hoy en día parece que el tiempo está mandándonos a la gente, entonces ya estamos al contrario”, apunta Roberta con tristeza.
Don Aurelio Ortiz, un reconocido médico tradicional del ayllu Kallawaya de Lunlaya, también lamenta el debilitamiento de los lazos entre los humanos y la naturaleza. Para él, como para otros líderes espirituales de esta cultura milenaria, el auge de la industria, las fábricas y la contaminación juegan un papel en la generación de enfermedades y lo seguirán haciendo. Él ve el trabajo ceremonial como necesario para sanar esta ruptura, y es una parte tan importante del bienestar como las plantas medicinales.
“Estas enfermedades están relacionadas con la mala energía, a lo que otros maestros llaman otros maestros brujería”, dijo. “En estos tiempos, con estas enfermedades, en las ciudades, la gente tuvo mucho miedo – y el miedo es su debilidad. Podríamos decir, es como que la persona se auto embruja, no? No salgan de su casa, enciérrense… pierden su autoestima – y ahí la enfermedad actúa con más facilidad.
Cuando el ser humano se distancia de la madre naturaleza y de los apus, explica Aurelio, pierde una pequeña parte de su vida. “Cuando el ser humano se distancia de la Madre Naturaleza, de los apus, ha perdido una pequeña parte de su vida. Es como perder su pequeña alma. Entonces el Kallawaya hace que retorne su pequeño alma al cuerpo físico y así esa persona vuelva a estar sana, fuerte. Entonces reitero, los Kallawaya curamos el alma.”
Para más información:
Fernández Juárez, Gerardo. “Testimonio Kallawaya : medicina y ritual en los Andes de Bolivia.” (1997). https://digitalrepository.unm.edu/abya_yala/289
Alderman, J. (2015). Mountains as actors in the Bolivian Andes: The interrelationship between politics and ritual in the Kallawaya ayllus. The Unfamiliar, 5(1-2). https://doi.org/10.2218/unfamiliar.v5i1-2.1217
White, grey and black Kallawaya healing rituals / Rösing, Ina. – Madrid : Iberoamericana Editorial Vervuert, 2010 – 449 p. : col. ill. – ISBN: 9783964566393 – Permalink: http://digital.casalini.it/9783964566393
Janni, K.D., Bastien, J.W. Exotic botanicals in the Kallawaya pharmacopoeia. Econ Bot 58 (Suppl 1), S274–S279 (2004). https://doi.org/10.1663/0013-0001(2004)58[S274:EBITKP]2.0.CO;2
Previous page Next page