La gente de San José de Tateposco todavía cuenta el día en que su santo patrono anduvo por el pueblo. Algunos dicen que lo vieron en los campos, otros lo divisaron descalzo entre los mezquites, su túnica resplandeciente de verde bajo el sol.
“De repente desapareció y se fue a su templo,” recordó Alejandra Preciado durante una reciente reunión comunitaria. Historias como estas, transmitidas de generación en generación, ahora están encontrando su lugar en la escritura.
Forman parte de San Pedro Tlaquepaque: Cuéntame tu Historia, un nuevo libro que reúne crónicas, leyendas y memorias de los nueve pueblos históricos del municipio. En antiguas aldeas hoy en día absorbidas en gran medida por el área metropolitana de Guadalajara, los vecinos se reunieron en una serie de talleres de crónicas barriales para poner sus recuerdos en papel. El resultado es un retrato colectivo de Tlaquepaque que de otra manera se habría perdido con el tiempo.
El turno de Tateposco para presentar su capítulo llegó este mes en su plaza central, enmarcada por el templo centenario dedicado a San José. “Es uno de los pueblos más antiguos de San Pedro Tlaquepaque”, dijo la representante comunitaria Pascuala Hernández.
El templo mismo es uno de los más antiguos de Guadalajara. Y dentro de sus muros descansa la imagen más venerada del pueblo: San José, una figura de la que se dice tiene más de 400 años.
“Se cuenta que un grupo de indígenas errantes llegaron y dejaron una caja de madera, la cual contenía la estatua”, explicó Preciado, autora del capítulo sobre mitos y sucesos extraordinarios. “Lo trasladaron a la iglesia de Tateposco, y cada cierto tiempo aparece en el pueblo.”
Para la escritora e historiadora comunitaria Rocío Durán, el proyecto fue una oportunidad de dar voz a historias a menudo olvidadas. “A mí me interesaba mucho rescatar la memoria de las mujeres”, dijo. En la presentación, ese compromiso se hizo palpable. Varias de las mujeres más ancianas del pueblo – con más de 90 años, resplandecientes en sus vestidos tradicionales de colores vivos – ocuparon la primera fila. Una a una fueron homenajeadas con flores, en reconocimiento a las vidas que habían vivido y a los recuerdos que habían compartido.
Entre ellas estaba Doña Ramona López Lara, recordada como alfarera cuyas manos siguieron moldeando barro mucho después de que la edad encorvaba su espalda, un vínculo viviente con el pasado artesanal de Tateposco. Los vecinos la recordaron enseñando a las generaciones más jóvenes las habilidades que ella había aprendido de niña, transmitiendo no solo un oficio, sino una forma de vida. Al honrar a mujeres como Doña Ramona, señaló Durán, el proyecto asegura que la silenciosa labor de las guardianas de la memoria no se olvide.
El capítulo de Tateposco rebosa de relatos extraordinarios que difuminan la línea entre la fe y el folclore. Más allá de la historia de San José caminando por los campos y desapareciendo entre los mezquites, los residentes han documentado múltiples encuentros con su santo patrón a través de las décadas.
En 1939, Don Leonicio Pajarito y su hijo Pedro se encontraron con un misterioso hombre descalzo de pies blancos como la nieve mientras se dirigían a limpiar su cultivo de cacahuate. Vestido con ropa verde impecable, los saludó con un simple “hola” antes de desvanecerse entre los mezquites. Supieron que era San José el Viejo. Cuando Pedro cayó gravemente enfermo años después, se recuperó en solo dos días—un milagro que la familia atribuyó a la intercesión del santo.
Las cronistas también preservaron el misterio del “Canto del Alabado,” un canto fúnebre de medianoche que conlleva un poder sobrenatural. “Cuando se cantaba, algo extraordinario pasaba,” recordaron los testigos. Los perros ladraban hacia la oscuridad, las llamas de las velas se movían sin viento alguno, y luego, súbitamente, todo volvía a una paz inquietante. Los mayores advierten que si quieres cantarlo, espera hasta la medianoche—y asegúrate de que haya un difunto presente.
En el antiguo Camino Real, ahora marcado por sus distintivos eucaliptos, las carretas fantasmas todavía ruedan. En 2015, dos hermanos jóvenes en motocicleta escucharon lo que generaciones antes habían reportado: los inconfundibles sonidos de ruedas de madera y cadenas arrastrándose a las tres de la madrugada. Recordaron la paradoja que sus abuelos les habían enseñado: “Cuando escuches una carreta cerca, está lejos; cuando la escuches lejos, está cerca.” Acelerando para escapar, tuvieron que frenar en seco cuando un hombre con sombrero de paja y calzón de manta apareció en su camino—sólo para desvanecerse como aquellos antes que él, dejándolos solos en el antiguo camino que una vez conectó la Nueva Galicia con la Nueva España.
En la presentación de Tateposco, un grupo de niños apareció con máscaras y disfraces, evocando la querida pastorela del pueblo, la representación anual que durante generaciones ha llenado la plaza de música, teatro y comidas comunitarias. La pastorela es más que una tradición navideña; para muchos, es el corazón latente de la identidad del pueblo.
“La pastorela es lo más grande que hay… ocho días cantan aquí, empezando el 24 en la noche, y todos los días comida para todo el pueblo y cantos y cantos,” recordó el padre José Álvarez Franco —mejor conocido como el Padre Patillas, el controvertido y longevo sacerdote del pueblo. En los años noventa, él y los feligreses se enfrentaron tanto a autoridades políticas como eclesiásticas que, según él, buscaban suprimir la fiesta e incluso cerrar el templo histórico. “La iglesia quería quitar esa tradición… entonces la gente, y el padre se opusieron y no dejaron,” dijo María de Jesús Hernández Damián, asistente de Padre Patillas.
Para Patillas, la lección es sencilla: “Aquí manda el pueblo”. Esa resistencia, y la preservación de la pastorela, subrayan lo que el proyecto Cuéntame tu Historia buscaba capturar: un registro no sólo de leyendas y devociones, sino de la lucha constante de la comunidad por defender su memoria y su autonomía.
La presentación de Tateposco fue solo una de las nueve, cada una dedicada a uno de los pueblos históricos de Tlaquepaque. El proyecto se realizó con el apoyo del Programa de Apoyo a las Culturas Municipales y Comunitarias (PACMYC) y contó con la participación de 24 cronistas que escribieron los capítulos. Actualmente son 29 cronistas honorarios en Tlaquepaque, aunque no todos participaron en la escritura.
Durán explicó que el libro es fruto de la colaboración entre vecinos, muchos de los cuales nunca habían escrito de manera formal. Guiados por los cronistas, los participantes entretejen memorias en breves relatos, creando lo que ella llama “una forma de escritura colectiva.”
Al concluir el programa formal, ancianos y jóvenes permanecieron en la plaza, compartiendo vasos de horchata casera y platos de elotes con crema y abundante queso. En pequeños grupos seguían conversando bajo el cielo que oscurecía, algunos aún comentando las historias recién escuchadas. Era fácil imaginar que, al igual que los relatos capturados en el libro, esas charlas alrededor de la comida pasarían también a formar parte de la memoria viva del pueblo.
El propósito más amplio de Cuéntame tu Historia es precisamente ese: salvaguardar las voces de un pueblo cuyas historias de otro modo se desvanecerían. “Cada relato, cada memoria, cada palabra es un puente entre el pasado y el futuro,” dijo Durán.
En una época en que la expansión urbana amenaza con borrar las identidades de los pueblos que rodean Guadalajara, San Pedro Tlaquepaque: Cuéntame tu Historia se erige como un acto colectivo de preservación. Es tanto un testimonio de la resiliencia de la cultura local como una invitación para que las futuras generaciones escuchen.
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