Nota editorial: Esta peregrinación ocurrió el 6 de febrero de 2012. Después de mucha presión del pueblo Wixárika y la sociedad civil, y un fallo judicial favorable, los proyectos mineros quedaron en suspenso, pero solo el tiempo dirá cómo terminará esto. Lea toda la cobertura de esta emblematica lucha aquí. Historia y fotos de Tracy L. Barnett. Traducción por Luis Fernández V.
REAL DE CATORCE, México – Llegaron por cientos desde la Sierra Madre Occidental, nativos Wixárika o Huicholes en una búsqueda espiritual, tratando de consultar con los espíritus de sus ancestros y de la tierra donde comenzó su mundo. Vinieron en su atuendo ceremonial, en coloridos bordados con sus símbolos sagrados del venado, el águila y el peyote. Llegaron con sus ofrendas hechas de chaquira, de calabazas y de cera. Las ofrendas eran preciosas, las habían hecho con su amor y sus oraciones, como sus antepasados lo hicieron durante siglos.
Este año, sin embargo, sería muy diferente de los anteriores. Este año, la tierra sagrada de Wirikuta se encontraba bajo la sombra de un futuro incierto. Amplias franjas de la reserva natural reconocida por la UNESCO habían sido concesionadas a empresas mineras canadienses, y cientos de hectáreas habían sido arrasadas por compañías agroindustriales. Este año, los Huicholes atendían al llamado que circuló por todas sus comunidades, esparcidas a través de la Sierra Madre en cuatro estados: Las velas de la vida se estaban muriendo, y ellos se juntarían en aquel lugar para orar por su renovación.
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Qué sería diferente en esta ceremonia -además del contexto de las minas propuestas-. Por un lado, que los huicholes se concentrarían en el Cerro del Quemado, la montaña de la que se dice nace el sol, y harían una ceremonia conjunta, en lugar de hacerla en grupos pequeños durante el año. Normalmente, cada centro ceremonial enviaba a su propio mara’akame [chamán] y a los delegados a hacer una serie de rituales íntimos en los sitios sagrados a lo largo del camino, cada grupo a su manera tradicional. Por otro, que a nosotros –quizás- se nos permitiría asistir.
Los huicholes son uno de los grupos culturales mas vitales que quedan en el continente americano, en parte debido a la complejidad y cuidadoso resguardo de sus rituales, creados hace siglos para mantener una relación viva y recíproca con la naturaleza. Estos rituales son reguardados tan cuidadosamente que sólo en raras ocasiones se han abierto a los extraños -o incluso a los Huicholes de otras comunidades.
Así ocurrió la noche del 6 de febrero, el Cerro del Quemado cobró vida con las canciones de más de 800 mara’akate o chamanes wixárikas y sus seguidores, conectando con la esencia de la vida encontrada ahí y rezando a sus dioses en un nivel sin precedentes de Peritaje Tradicional o de consulta espiritual para la orientación. Y es por eso que, por primera vez, decenas de teiwaris o mestizos, activistas y miembros de los medios de comunicación recibieron invitaciones especiales para asistir a la ceremonia.
La idea era que esperaríamos al pie de la montaña e iríamos acompañados de un chamán Huichol en una ceremonia especial durante la noche. Mientras en la cima los ancianos se comunicaban con sus antepasados, sus dioses y las “esencias de la vida”, y esperaban respuesta a su pregunta: ¿Qué debemos hacer respecto de las amenazas a Wirikuta?
Podría ser que se nos invitara a subir a la cima durante la noche para unirnos a la ceremonia o esperar al pie de la montaña hasta el amanecer, cuando los mara’akate (mara’akames) bajaran a compartir con nosotros el mensaje recibido.
Era casi la puesta del Sol cuando empecé a subir la montaña a caballo, me acompañaba el líder del Frente en Defensa de Wirikuta Carlos Chávez y su familia. A lo largo del camino pasaron pequeños grupos de peregrinos huicholes, recorriendo a pie los dos kilómetros hacia las montañas, cargados con alimentos y otros suministros para pasar la noche. Llegamos a la casita, una casa de piedra redonda en la base del Cerro del Quemado, justo en la puesta del Sol. Una multitud de camarógrafos alineados sobre la primera cima, apuntando a los peregrinos y los visitantes que se abrían paso. Mientras, la gente hacía sus fogatas, armaba sus tiendas de campaña y se preparaba para la noche.
Esperé con ansiedad con otros periodistas e invitados para saber si en verdad se nos permitiría asistir a la ceremonia, estaba temblando de frío por las temperaturas bajo cero. La otra preocupación era que se pronosticaba lluvia para la noche, algo que los teiwaris [mestizos] no estábamos seguros de poder soportar.
En ese momento, vimos cómo la niebla se levantó abajo en el desierto, creando un mar blanco que se extendía por millas a través del valle, y comenzó una conversación. El mensaje llegó hasta nosotros: los ancianos se enfrentaban a la enorme tarea de coordinar la ceremonia con los otros, y que necesitarían espacio y tiempo para contactar con sus dioses. Por lo que se nos pidió permanecer abajo.
La decepción corrió a través de la multitud como un rayo, pero la noche era larga, y muchas sorpresas aguardaban.
A las 10 pm llegó el mensaje de que a los medios de comunicación e invitados se les permitiría acercarse por un tiempo limitado, pero con la condición de permanecer en silencio y no tomar fotografías. Nos formamos en fila y nos dirigimos a la montaña, uno por uno, en silencio.
Salí en la punta para ver la brillante cresta de la cima con fogatas a lo largo de su espinazo. Una brillante luna llena brillaba sobre el mar de nubes de abajo. En el centro, en el círculo concéntrico de piedras llamadas Tatewari-ta o lugar del Abuelo Fuego, casi una docena de mara’akate se arremolinaban. La mayoría llevaba su sombrero de ala ancha adornado con plumas de guajolote, antenas que captaban y amplificaban los mensajes enviados por sus dioses. Otros estaban envueltos en cobijas para protegerse del intenso frío. Todos vestían su atuendo ceremonial de algodón, delgada protección contra los vientos que arreciaban. Muchos de ellos llevaban días caminando en peregrinación, sin dormir y comiendo muy poco, y habían sido sorprendidos por los helados aguaceros de la tarde-noche -una tormenta muy necesaria en este desierto afligido por la sequía que muchos aquí creen que fue invocada en sus ceremonias.
Me arropé con los antropólogos Paul Liffman y Johannes Neurath, temblando en nuestras múltiples capas de suéteres, abrigos, guantes y calcetines. Estábamos maravillados de la energía y el aplomo de los Huicholes de ropas ligeras. De pronto, los mara’akate reunidos y el gemido lastimero de los violines Wixárika comenzaron a sonar en la oscuridad. Los cantos de los mara’akate rosa en el viento, la ceremonia había comenzado.
Durante la larga noche, aquellos “sacerdotes de la ecología”, como Liffman los llamaba, cantaron sus plegarias a los espíritus que habitan en este lugar, una improvisación de melodías de diferentes pueblos y épocas. Ellos guiaron su diálogo ancestral con el Abuelo Fuego, un intermediario entre el mara’akate y sus dioses. El peyote sagrado que había sido cazado en el desierto el día anterior estaba ejerciendo su magia. Las horas pasaron borrosamente y me acurruqué agotada cerca de una fogata en la cresta de la montaña, dormitando por momentos antes de sentir un cambio en el viento. Yo sentí que algo sucedía y regresé al fuego para encontrar un cambio en la energía.
El mara’akate se había puesto de pie y comenzaba a danzar, un rítmico y optimista movimiento de pies, un meneo hacia adelante y hacia atrás que calentaba el cuerpo y el alma. Pronto, toda la multitud se movía al unísono, los huicholes en el centro, los visitantes en las orillas. El frío comenzó a disiparse y el ritmo gozoso hizo retroceder la fatiga.
Sorprendida por el optimismo dada la gravedad de la situación, le comenté a Johannes Neurath sobre la aparente ligereza. “Por supuesto”, respondió Neurath, quien ha observado numerosas ceremonias de este tipo en los últimos años. Luego agregó: “Si quieres que los dioses vengan a tu ceremonia, tienes que hacerla interesante. Ellos no vendrían a una ceremonia aburrida.”
A la hora pactada, un cordero que esperaba la muerte fue llevado al centro y los mara’akate elevó una oración por él y le pidió que entregara su espíritu por el bienestar de la humanidad. El sacrificio fue rápido y cordial, como un sacrificio puede ser. El pobre animal gimió suavemente una vez, dos, y pataleo con sus pequeñas patas un par de veces antes de entregar su espíritu. Enseguida su sangre se ofreció junto con oraciones de todo corazón a las cinco direcciones.
Más danzas, más cantos. Una sensación de intemporalidad nos envolvía. Subí por la cresta de la montaña hacia la fogata velada por un grupo de visitantes de la Iglesia Nativa Americana (conformada por indígenas estadounidenses y canadienses) y su contraparte mexicana: el Centro Nierika. Sandor Iron Rope, vicepresidente de la Iglesia Nativa Americana y un indígena Lakota de Dakota del Sur, quien dijo haber venido a rezar con sus hermanos Wixárika, miraban hacia el mar de nubes y los árboles de yuca, que destacaban como surrealistas guardianes con plumas en el horizonte.
“Se ven como la gente Wixárika, con sus sombreros adornados con plumas”, advirtió él. “Ellos son los guardianes de este lugar.” De repente, me di cuenta de que era verdad, yo había tenido la sensación de estar rodeada de espíritus gentiles, y ahora entendía por qué.
“Me pregunto cómo se están sintiendo los dioses con todo esto”, reflexionaba yo, mirando alrededor, en la variada colección de humanidad esparcida sobre la cima de la montaña, observando el íntimo ritual de un pueblo solitario comunicándose con sus dioses.
“Oh, creo que ellos están muy contentos”, dijo Armando Loizaga, fundador del Centro Nierika, un centro para el estudio de las plantas sagradas ubicado cerca de la ciudad de México, el cual ha trabajado con los huicholes y otros grupos indígenas durante muchos años.
“¿Cómo lo sabes?”, Le pregunté.
“Bueno, para empezar, hubo la gentileza del sacrificio – que fue una buena señal. Por un lado, hemos sido bendecidos con una noche clara llena de estrellas. Y por el otro, aquí estamos todos. Se nos permitió estar aquí, y eso es un gran regalo”.
A esta altura, la cordillera estaba cubierta con los cuerpos de los inconscientes, Wixárikas y teiwaris por igual, quienes habían sucumbido a la tentación del sueño. Sin embargo, cientos continuaban danzando con los fascinantes cantos de los mara’akate, mientras la luna continuaba su lento descenso.
Al fin, el sol comenzó a aclarar el cielo del este, y nos dieron permiso para fotografiar algunos momentos de la ceremonia. Un frenesí de fotógrafos convergió en el círculo de piedras y disparó sus cámaras con locura hasta que un enojado mara’akame nos ahuyentó y ordenó que las cámaras se detuviesen. Finalmente, una procesión comenzó su caminata de la cresta sur al xiriki, un altar como una pequeña casa en la cumbre, donde centraron sus oraciones de nuevo y depositaron sus ofrendas.
Era media mañana antes de que los mara’akate y los líderes comunitarios tradicionales se reunieran en el centro para discutir, en su lengua materna Wixárika, el significado del mensaje que les habían dado. Y era casi mediodía cuando se reunieron en el círculo de Tateiwari-Ta para compartir su visión con el mundo.
“Ellos [los dioses] están tristes, y piden con lágrimas, llanto y dolor, que no se haga, que no arranquen el corazón, que no saquen la sangre de esta montaña sagrada”, dijo Mara’akame Eusebio de la Cruz, de Santa Catarina, Jalisco, quien transmitió el mensaje de los dioses en su lengua materna, seguido por un traductor.
Quizás lo más importante, dijo él, los dioses les había rogado en todas las ceremonias a lo largo de su peregrinaje, y el mismo mensaje se repetía: “Pidieron que todos los del pueblo Wixárika estén unidos para defender este lugar, y que todos los seres humanos, aun aquellos que invaden y destruyen este sitio sagrado, se unan a nosotros.”
Ese fue un mensaje fuerte para un pueblo que ha estado dividido por casi un siglo, con disputas territoriales y de otro tipo que han generado rencor entre las comunidades. También fue una indicación, junto con la decisión de permitirnos unirnos a ellos la noche de este ritual, de una nueva apertura por parte del pueblo Wixárika con el mundo exterior.
La ceremonia fue una prueba de fuego para los líderes Wixárika, así como para el Frente en Defensa de Wirikuta, la red de grupos que los están apoyando, dijo Eduardo Guzmán, juez en la comunidad desértica de Las Margaritas y líder del movimiento.
“Finalmente, la palabra llegó con el amanecer: ellos habían pasado la prueba y terminaron con una gran unidad, una gran coincidencia de ideas”, dijo él. “Eso nos da la esperanza de que juntos podemos formar una fuerza mucho más potente para impedir los proyectos destructivos y perjudiciales que amenazan Wirikuta. Me voy con una gran alegría y un gran sentido de esperanza, de que algo puede hacerse. ”
Paul Liffman se detuvo a compartir sus impresiones en su salida de la ciudad. Para él, la ceremonia tuvo un significado más profundo, no sólo para la población rural de México, sino para el mundo.
“Los huicholes se han posicionado como los sacerdotes de la lluvia que beneficia al mundo entero -y por eso la mina representa una gran amenaza, porque ellos están tratando de ser un tipo de sacerdocio ecológico y todo está en juego. El hecho es que vivimos en una época de desecación planetaria a causa del cambio climático, y el respeto por el agua que está totalmente implícito en esta ritualización de la adquisición de agua de una montaña, nos enseña a tener una relación de respeto y honor con los elementos naturales, que ellos tratan como divinidades. Los manantiales son la corporalización terrenal de los ancestros”.
Aquí todos, incluyendo a los que están a favor de las minas, creen que los Huicholes traen la lluvia. Y ahora no ha llovido en 14 meses y llueve repentinamente con la llegada de un grupo sin precedentes de líderes de los centros ceremoniales. Ellos siempre han argumentado que son un vínculo esencial para la reproducción ecológica no sólo de la región, sino del mundo”.
El sol brillaba a su salida y la de los cientos de peregrinos y sus invitados. Al momento de escribir este relato, la noche ha caído sobre Real de Catorce y la ciudad está en silencio una vez más -excepto por el suave golpeteo de una lluvia constante.
Para más información sobre la lucha para proteger Wirikuta, vea www.frenteendefensadewirikuta.org. Para la declaración del Pueblo Wixarika compartido con el mundo el 7 de febrero, lea aqui.
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